El horror de la literatura y el horror de la realidad son infiernos conectados. El reportero estadounidense John Gibler enlaza la poética de Los detectives salvajes y 2666 con el descubrimiento, en 2007, de la violencia que empezaba a arreciar en pueblos de la frontera sonorense como Altar y El Sásabe y se cobraba sus primeras víctimas: los inmigrantes.