Existen en el mundo literario un grupo de obras de corta extensión pero rebosantes de magnetismo imperecedero. En su intensidad, en la capacidad de atracción y en su infinidad de recovecos misteriosos hayamos la esencia de sus fuertes sugestiones. Textos que continúan subyugándonos con el peso del asombro. Piezas universales que, como El Extranjero de Albert Camus, La Metamorfosis de Franz Kafka o Bartebly, el escribiente de Herman Melville, parecen unidas por un nexo que provoca en el lector extrañeza y seducción a partes iguales. Creaciones que requieren un constante regreso a sus líneas, que obligan a desentrañar sus mensajes una y otra vez. En este selecto grupo encontramos una obra capaz de brillar en su propia oscuridad, un tratado sobre la frágil condición humana, unos renglones escritos para provocar el reflejo de nuestras caras en las aguas de un río, un relato que es pura desazón: El corazón de las tinieblas.

Sin desmerecer el resto de la importante producción literaria de Joseph Conrad, con libros como Lord JimCon la soga al cuelloNostromo o El agente secreto, sin duda las peripecias del marinero Marlow por tierras africanas al mando de un vapor que surca el río Congo se sitúan en la cúspide de su narrativa.

Lo que convierte a El corazón de las tinieblas —publicada en 1899— en una obra universal es su perfecta simbiosis entre una novela de aventuras y otra de terror. Como si hubiese encontrado la alquimia literaria entre Robert L. Stevenson y Edgar Allan Poe, Conrad provoca en el lector una constante inquietud, una tenebrosidad donde todo —nativos, selva, río y colonos— resulta amenazante y siniestro.

La evocación del río Congo, que Conrad nunca llega a nombrar en el relato, se nutre de misterios, de profundidades insondables de vegetación. El gran río es una lenta marcha fúnebre y el vapor que traslada al narrador por sus aguas es un féretro pesado, a punto de cerrarse sobre los pasajeros, capturados por la agonía y el espanto. Un entorno de pesadilla alimentado por la opresión y lo incomprensible.

 

Collage de Abraham Cruzvillegas para El corazón de las tinieblas (Sexto Piso, 2014).

El corazón de las tinieblas (Sexto Piso editorial) se ha publicado de nuevo en una versión traducida por Juan Sebastián Cárdenas —que no desmerece a las anteriores, entre las que se cuenta una del insigne Sergio Pitol— e ilustrada por el reputado artista mexicano Abraham Cruzvillegas.

En realidad, el trabajo de Cruzvillegas es un collage compuesto de fotografías de selva e ilustraciones antiguas, imaginería africana y un personal toque con elementos y objetos que de la madera pasaron a construirse en marfil merced al comercio africano y la matanza de elefantes; dados, dominós y bolas de billar que hacen referencia al juego y al azar. La intencionalidad simbólica de estas composiciones alude al desorden y el caos implantado por los colonizadores en tierras africanas, al riesgo y la fortuna de unos hombres codiciosos y deshumanizados.

La visión pareció entrar a la casa junto a mí la camilla, los fantasmales porteadores, la salvaje multitud de obedientes adoradores, el resplandor en la jungla, el golpe de tambor como el latido de un corazón, el corazón de unas tinieblas imperiales

Collage de Abraham Cruzvillegas.

El tenebroso viaje del marinero Korzeniowski

Kongo. El tenebroso viaje de Józef Teodor Konrad Korzeniowski (Dibbuks) es la extraordinaria novela gráfica —Premio Töpffer Genève 2013— que cuenta el viaje real de Joseph Conrad en 1890, partiendo de Burdeos, haciendo escala en Tenerife y recorriendo la costa africana hasta Boma. En la desembocadura del río comienza la parte más dura de su periplo, la que lo llevará hasta Kinshasa, en plena África Central.

Su carácter desarraigado —nacido polaco en una zona perteneciente a Ucrania— y su exilio familiar en Inglaterra debido a la lucha de su padre contra la Rusia zarista, dejaron en el joven Józef Konrad —que escribía su nombre en las cartas de ambas formas— una impronta de ciudadano del mundo, que acabaría siendo un capitán de la marina mercante británica despojado de sus orígenes.

Marinero vocacional, su pasión por los viajes, el mar y la aventura permitió a Conrad recorrer Oriente. Ocupó cargos en media docena de barcos y navegó por medio mundo, incluida Australia. El mundo marinero, una experiencia vivida de primera mano, nutrió de ingredientes buena parte de las obras de Conrad y su espíritu creativo; un mundo literario que lo alejó del mar el resto de su vida, tras pasar 11 años de cubierta en cubierta.

En 1890, gracias a contactos que tocaron las teclas adecuadas con los grandes jefes administrativos de la colonia belga, Konrad pudo emprender el mayor de sus sueños: viajar al espacio en blanco que había observado en un mapa africano cuando tenía nueve años para emular las aventuras de Henry Morton Stanley, que había leído y devorado de pequeño. Justo antes de emprender el viaje conoció también a su joven y viuda tía Marguerite Poradowska, que sería una influencia fundamental en los años siguientes y en cierto sentido inspiraría la figura de la prometida de Kurtz en El corazón de las tinieblas.

Aceptó el encargo de tripular un pequeño vapor —por azares del destino, acabaría siendo uno llamado Le Roi des Belges— por África Central a causa del desempleo provocado por la falta de barcos a vapor y la demanda de trabajo de los propios marinos anglosajones; los británicos habían decidido emplear a los suyos antes que a extranjeros.

Su periplo africano permitió a Conrad conocer de primera mano los estragos del colonialismo en aquellas tierras. Barbaridades tales como las matanzas de indígenas o los reclutamientos forzosos de nativos como porteadores, que derivaban en muerte para los mismos y, de forma indirecta, para sus tribus, ya que no podían cazar o recolectar alimentos. El inhumano maltrato observado en su viaje le abrió los ojos respecto a la supuesta misión civilizadora del hombre blanco.

Parte de la oscuridad de la novela radica en la enorme decepción que causó en Conrad la falta de escrúpulos de los europeos que trabajaban para el rey Leopoldo de Bélgica. Cuando regresa a Inglaterra, lo hace cansado, enfermo y deprimido por su experiencia africana, sin haber completado su contrato de tres años en aquellas tierras. En el gran río Congo, como desvela el bien engranado guión del francés Christian Perrissin, los comptoir, los puestos de explotación o almacenes distribuidos a lo largo de las riberas, están dominados por el caos: faltan remaches para reparar los vapores, algunos hundidos y reflotados; no hay ladrillos para sustituir las casas de madera por otras más consistentes; los mandos de la compañía son ineptos y, entre ellos, es fácil encontrar a asesinos trastornados por su poder.

Aventureros sin escrúpulos como el propio Kurtz —uno de los grandes hallazgos literarios de El corazón de las tinieblas— cada vez adentrándose más lejos en la selva con sus propios nativos, que lo adoran como una deidad, para encontrar o arrebatar a la fuerza el marfil. Pero, ¿quién era Kurtz? Acaso el rey de un mundo primitivo, un poeta guerrero, un orador que embrujaba con sus palabras, una persona de origen humilde que había encontrado en el Alto Congo su lugar en el mundo, sus propios dominios. En el Alto Congo, Kurtz comienza una estrambótica manera de gobernación impune consistente en el saqueo generalizado de toda la región. Una devastación de recursos naturales y materias primas que aún perdura hasta nuestros días con el petróleo o el coltán.

Y como por obra de un encantamiento, ríos de seres humanos, seres humanos desnudos, con lanzas en las manos, con arcos, escudos, miradas amenazantes y gestos salvajes, se derramaron en el claro al pie del semblante pensativo y oscuro de la selva

Como apunta Perrissin en el artículo que, a modo de epílogo, acompaña a la novela gráfica, el enigmático personaje de Kurtz estaba basado en dos de carne y hueso. Uno era Léon Rom, un sanguinario director de comptoir cuyas represalias contra los indígenas consistían en cortarles las cabezas y adornar su casa con ellas. El otro sería Klein, que aparece ya muy enfermo en la narración de Perrissin, otro director de estación gravemente trastornado por el poder y el aislamiento. Este trabajo sobre Conrad está alimentado no solo por El corazón de las tinieblas, sino también por recuerdos que Conrad esparció durante su obra y material biográfico rastreado por Perrissin.

La excelente parte gráfica, a cargo del artista italiano Tom Tirabosco, acentúa el ambiente opresivo y malsano del viaje de Józef Konrad, el despropósito de los hombres de la compañía, la estulticia del hombre occidental en un lugar que no comprende. Para ello, Tirabosco emplea una meticulosa técnica a carboncillo de factura impecable.

El corazón de las tinieblas es un tratado sobre la moralidad humana, sobre la devastación que provoca el choque de culturas cuando una de ellas piensa que es superior a cualquier otra. No en vano, como concluiría Conrad algunos años más tarde de la publicación, «Kurtz es una creación en la que ha participado toda Europa».