«El placer del viaje no es curiosidad sino vanidad», nos recuerda Favio Trope en Viajar, sentir y pensar (2014) que comentaba Pascal en sus Pensamientos, ya por el siglo XVII. Vanidad porque casi siempre se quiere saber más que los demás para poder conversar sobre ello. No existe el placer de ver cosas nuevas si no se tiene la esperanza de poder hablar de ellas con otros. Viajar para experimentar, pero sobre todo para narrar. Viajar para contarlo.

Movidos por la curiosidad, también por la vanidad, por intereses políticos, sociales, o personales, el viaje puede servir además para construirnos como sujeto, como entidad.

La tradición literaria no ha hecho otra cosa que instituir sujetos, reconocer identidades, representar territorios. ¿Qué hace Lázaro de Tormes sino asumir su condición de pobre ancilar en su transitar por los pueblos de la «picaresca española»? ¿Qué hacen Sancho Panza y don Quijote sino encarnar y asumir su estatus «pueblo analfabeto/hidalguía trasnochada» y carácte...


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