Para contar esta historia que, como todas, es un viaje, resulta necesario tomar una palabra prestada a Lawrence Durrell: islomanía. «Hay personas —escribió el autor británico en su Reflexiones sobre una Venus marina— a quienes las islas les resultan irresistibles. El simple conocimiento de que se encuentran en una isla, un pequeño mundo rodeado por el mar, las llena de una indescriptible embriaguez». La islomanía es una «dolencia del espíritu», diagnosticó Durrell, y quienes la padecen son islómanos.

He viajado a una isla dispuesta a conocer un proyecto cultural que se dedica a inocular en vena esa «rara enfermedad» del amor por las islas, en general, y por una de las más bellas del Mediterráneo, Menorca, en particular.

Pasaré aquí cuatro días rodeada de un grupo de personas que, como yo, parece dispuesto a entregarse sin condiciones a la hipnotizante quietud de este pequeño pedazo de tierra que flota en el Mediterráneo. En la aventura nos acompañará y guiará, con timón firme, el escritor, ensayista y viajero catalán Jorge Carrión.

Pero vayamos por partes. El proyecto se llama Talleres Islados. Son encuentros que se entretejen alrededor de la literatura, el arte y el pensamiento. Se plantean como estancias cortas (de entre tres y cuatro días) en las que un reducido grupo de alumnos (entre 10 y 15) convive e intercambia ideas y reflexiones sobre el hecho de escribir con un autor o autora en una masía de la isla de Menorca, lejos del mundanal ruido.

Islados es una hermosa rareza que surgió de un sueño, como sucede con casi todas las rarezas que son hermosas en este mundo. Mariona Fernández soñó Islados durante años y en 2010 se encargó de convertir esa idea en una realidad. En el camino se topó con Josep María Fontserè, que se convirtió en su compañero de sueño y viaje. Hoy, los dos juntos mantienen vivo este proyecto que tiene mucho de espíritu «griego», como un día les dijo Román Gubern, el profesor más longevo que ha pasado por Islados. Gubern, un auténtico viejo escuela, imagina una enseñanza en la que aún exista y se respete la figura clásica del magister. Mariona me dice que el anciano escritor catalán, toda una enciclopedia viviente del cine y la imagen, se imagina la enseñanza así, al estilo Islados: «un maestro en plena naturaleza sin necesidad de otra cosa más que la palabra y todo su conocimiento».

«El espíritu de Talleres Islados es justo ese —me cuenta Mariona Fernández— la transmisión del conocimiento en un ambiente de charla, de diálogo, de calma, con profesores que tengan una visión humanista del mundo». Es decir, compartir con un escritor/filósofo/artista un tiempo y un espacio en el que no solo se habla o se trabaja sobre un asunto, sino que, además y muy importante, se comparte la vida con él o con ella. «Buscamos —me explica Mariona— diluir esa frontera que separa una clase de una comida, una cena; de compartir una charla y un paseo».

Repaso mis notas y compruebo en su web que en tan sólo seis años de vida han pasado por Menorca escritores y artistas como Rafael Chirbes, Joan Fontcuberta, Elvira Lindo, Julio Llamazares, Chantal Maillard, Eduardo Mendoza, Juan José Millás, Rosa Montero, Javier Pérez Andújar, Soledad Puértolas, Albert Sánchez Piñol… Y ahora, Jorge Carrión. Por eso y para eso he viajado hasta aquí, para enriquecerme con los amplios conocimientos de ese cerebro inquieto y curioso llamado Jorge Carrión que imparte un curso llamado «Cómo contar tu viaje».

«¿Qué significa para ustedes una isla?»

Carrión nos invita a escribir una idea, un concepto que de respuesta a su pregunta. Después, diez minutos de silencio.

(Imagino a cada quien pensando en su propia isla: una ínsula Barataria, una como la de Robinson Crusoe o como la isla del tesoro de Stevenson, una como la que se compró Marlon Brando ya de viejo para retirarse o como la de Lost…)

Me quedo con la de Daniel Defoe. Una isla perdida, lejana y casi desierta. De niña la soñé más de una vez en aquellos atardeceres resecos y rojos de Sonora mientras jugaba a construir barquitos de papel que me transportaban hasta aquella isla del Pacífico que, tiempo después supe, se encontraba en el archipiélago chileno de Juan Fernández.

Acaba la pausa y se rompe el silencio. Las ideas empiezan a brotar. Carrión las escribe con un rotulador azul en el pizarrón: Tierra abrazada por el mar, un barco anclado, un paraíso, tierra firme, un refugio…

Me viene a la mente la palabra naufragio, pero no la digo. Menorca no es una isla perdida, ni tampoco es hoy el lugar de un naufragio. Y si alguna vez los hubo, aquí ya no quedan émulos de Robinson Crusoe. Además, ninguno de los asistentes al taller hemos volado hasta esta isla para naufragar; por el contrario, estamos aquí para compartir una navegación agradable por esas aguas reposadas del viaje y su literatura que nos cuenta Carrión. Jorge, además del cómic, las series de televisión y las librerías, es uno de los grandes narradores del viaje en España y hoy está frente a doce personas, para compartir algunas de las técnicas de escritura y reflexión que convierten la experiencia de un viaje en un relato atractivo.

De los doce asistentes al taller, diez somos mujeres. Todas con historias, edades y procedencias muy diversas (profesora, paisajista, ingeniera en telecomunicaciones, psicóloga, periodista, abogada…). Todas formamos un paisaje femenino heterogéneo, pero compartimos el amor por la literatura.

Carrión avisa: durante estas cuatro jornadas menorquinas del taller islado nos convertiremos en «epígonos»: seguiremos los pasos de otros. En nuestro caso, volveremos a pisar las huellas que dejaron grandes escritores y viajeros como Cees Noteboom, Bruce Chatwin, Herman Melville, Walter Benjamin… Durante el camino, nos detendremos en la orilla del Támesis, frente a la proa del Nellie, para disfrutar del contradictorio horror que se narra en una de las grandes cumbres de la ficción viajera: el Corazón de las Tinieblas, la «obra maestra», que, según Borges, escribió en inglés un polaco conocido como Joseph Conrad.

Nos enfrentamos al «horror» de Kurtz y de pronto, como un aviso, el sonido de una fuerte lluvia mediterránea interrumpe el plácido curso de la clase. Estamos en un espacio privilegiado, en plena naturaleza, y la lluvia se percibe mucho más. El taller islado de Carrión, como algunos otros, se desarrolla en una hermosa finca de Mongofra, al noreste de la Menorca, dentro del parque natural de l’Albufera d’es Grau, a tan sólo diez kilómetros de ese curioso puerto que es Maó. Tras unos diez minutos, la lluvia se detiene. Regresa la tramuntana, ese viento tan característico de esta isla que nos acompañará durante casi todas las jornadas de nuestra estancia en Menorca. El espacio en el que trabajamos es una especie de vivero que está rodeado de grandes cristales que nos permiten ver el horizonte cuando acaba la lluvia: el verde de las colinas menorquinas contrasta con el azul de las lagunas de una antigua salina.

Pasar unos días aquí es estar al margen del mundo. El tiempo se africaniza, se hace elástico. El aire de la brisa marina parece purificado: huele a pino y a mar. Y sientes la extraña necesidad de bajar la voz para no perturbar el ritmo sosegado y natural de este privilegiado rincón menorquín.

Pasado el arrebato lluvioso, nuestro viaje intelectual junto a Jorge Carrión sigue su tranquilo discurrir. Así será los cuatro días: en el aula-vivero o en la terraza, frente al mar, sentados en circulo y disfrutando de la sombra de dos grandes pinos.

El recorrido del taller islado de Carrión dibuja un trayecto intelectual por las diversas técnicas del viaje narrado: la Odisea y el periplo de diez años de su protagonista para regresar a la isla de Ítaca; Don Quijote y el gesto cervantino de salir al mundo en busca de experiencias; el viaje al infierno narrado por Dante; la particular Ibiza de Experiencia y pobreza del solitario Walter Benjamin; y esa Menorca refugio para los recuerdos de Cees Noteboom en su Lluvia roja; o la polifonía de las historias de la premio novel Svetlana Alexievich… Viajes y relatos, o toda la literatura entendida siempre como un viaje.

Alrededor de este lloc menorquín en el que nos islamos no hay ni grandes hoteles ni centros urbanos, Menorca, en general, es bastante así: personal y única, sin atisbo del espíritu que corroe Mallorca e Ibiza. Aquí, a nuestro alrededor, solo vemos unas pequeñas  y suaves colinas con pinos y olivos. Al otro lado, una cala casi secreta, a la que se llega caminando en menos de diez minutos. Todo lo demás es mar. Si levantas la mirada en la noche, un cielo brillante te regala una espectáculo estelar, mezclado con el suave sonido de fondo de las olas.

«Lo que le da sentido al viaje, nos dice Carrión, son los encuentros con las personas, el contacto con la naturaleza, el disfrute de los paisajes. El accidente, añade, es la condición sine qua non del viaje». Y de esto se trata el viaje que nos proponen Mariona Fernández y Josep María Fontserè con Talleres Islados en Menorca. Un viaje intelectual de inmersión en esa «indescriptible embriaguez» que nos convirtió a todas las asistentes al taller de Jorge Carrión en isladas, o sea, islómanas, según Durell.


Con la colaboración de Talleres Islados