Tras los pasos de Dersú Uzala, el guía que salvó la vida al explorador del ejército ruso Vladimir Arséniev en varias ocasiones, comienza un revelador viaje que llevará a Cristian Segura y Andrea Rodés a seguir el curso del río Ussuri en Siberia Oriental. Su testimonio es el de una Rusia ausente, alejada e inhóspita; el verdadero Far East ―el lejano Oriente de hoy. Sin embargo, de la taiga que recorrieron Dersú y Arséniev apenas queda ya ni el nombre. La modernidad se ha abalanzado sobre la naturaleza, trayendo consigo todo un espectro de nuevos modos de vida que difieren de los de la Rusia de hace un siglo.

Una historia a dos voces

Es insólita la manera en la que se presenta el periplo por la región del río Ussuri. La construcción del relato sigue las pautas de Robert Capa y John Steinbeck en un viaje similar en 1947, que se publicó en el International Herald Tribune por capítulos y se recopiló más tarde bajo el título Diario de Rusia (Capitán Swing, 2012). Las razones que llevaron a Cristian y Andrea por el Ussuri son las mismas que las que impulsaron aquel viaje durante la Guerra Fría:

«Empezamos a hablar de lo que quedaba en el mundo que un hombre honesto y liberal pudiera hacer […]. Se nos ocurrió que había algunas cosas que nadie sabía sobre Rusia, y eran las cosas que más nos interesaban a nosotros. ¿Cómo se viste la gente de allí? ¿Qué sirven para cenar? ¿Hacen fiestas? ¿Qué comida hay allí? ¿Cómo hacen el amor y cómo mueren? ¿De qué hablan? ¿Bailan, cantan y juegan? ¿Van los niños al colegio? […] Ese era el tipo de historias que nos gustaría leer.»

Los viajeros del Ussuri buscan las mismas experiencias: probar el golubsty—hojas de col rellenas de arroz y carne— y el kompot —una infusión fría local— y otros muchos platos, hacer noche en hoteles de camioneros y en hoteles de lujo, intentar comunicarse con la población rusa sin entender una palabra («son poco curiosos», dice Andrea) y con los chinos de las ciudades fronterizas, sufrir ante las hordas de mosquitos que, como por arte de magia, explica Cristian, se convierten en millones de estrellas al caer la noche, visitar los mercadillos y observar a las mujeres locales relacionarse con el semblante serio, pasear reservas naturales a rebosar de mariposas machaon, endémicas de la región del Ussuri, visitar bares nocturnos donde el vodka corre a raudales, recorrer las ciudades donde antes solo había taiga, donde antes vivían los cazadores como Dersú, planificar las jornadas unos días en antros, otros días en Business Clubs. Esto es lo que presenta el Viaje al Ussuri: una cata de todas las categorías sociales que alberga el Far East. En forma de memorias, los testimonios de ambos viajeros se van entrelazando para construir un tapiz de modos de vida de la Rusia de hoy.

El kompot es una bebida típica rusa de ciruela, albaricoque y soda, y el borsch es la sopa rusa por excelencia

Con prosa ágil y un sentido de la descripción detallado, Segura y Rodés vadean los 2.700 kilómetros que separan Vladivostok, puerta de entrada al Far East desde China, y Jabárovsk, la última ciudad de su viaje por la taiga y donde se encuentra la tumba del cazador gold Dersú Uzalá, olvidada, como olvidado está Arséniev en la sociedad rusa. «Arséniev viene a ser una especie de Alexander von Humboldt ruso, quizá más desconocido y menos reconocido que el humanista alemán pese a que fue un referente para la ciencia a principios del siglo XX. Los más de setenta años de dictadura soviética relegaron su recuerdo a un ostracismo injusto», dice Cristian acerca de la memoria histórica de dos de los grandes símbolos de la Rusia Oriental. En las bibliotecas apenas se encuentran los libros de Arséniev: es un Quijote extinto.

La Rusia postsoviética, sin embargo, poco tiene ya que ver con la que rememora Arséniev en sus cuadernos. Entonces, en la taiga, vivían pueblos nómadas y minorías étnicas como los gold —a la que pertenecía el guía Dersú—, cuyo sistema de creencias se basaba en la existencia de espíritus del bosque. El mismo Dersú considera a los elementos y animales que pueblan la taiga «hombres». En sus memorias, Arséniev apunta:

«Me sorprendió comprender por fin que el gold llamaba “hombres” a los jabalíes, y le interrogué sobre este asunto.

—Son realmente hombres— me aseguró—. Aunque vestidos de otra manera, conocen el engaño, la cólera y todo el resto. Son como nosotros…

Me di cuenta de que este ser primitivo profesaba una especie de antropomorfismo y lo aplicaba a todo lo que le rodeaba.»

Aquella visión cosmológica del mundo que tenían las antiguas tribus de la taiga apenas se ha reflejado en la posterior evolución de la cultura de la región del Ussuri. La Rusia de hoy ha transformado una taiga virgen y gélida en ciudades de cemento y edificios grises y prefabricados. Sin embargo, todavía se puede encontrar ese espíritu rural en el corazón de la taiga, donde los viajeros comparten banya—baños de vapor— con los granjeros de las montañas Sijoté-Alín. No sabemos si todavía quedan cazadores gold que habiten los bosques en su estilo de vida nómada pero alejados de las grandes ciudades el ritmo de la taiga siberiana se parece más al del siglo pasado que al de las enormes ciudades de Rusia.

Alexei, un Dersú postmoderno

En clave literaria, los viajeros encuentran en Alexei, su guía durante el periplo, el antihéroe necesario para que la narración trascienda. Toda la extensa región del Ussuri, en pasado, presente y futuro, se personifica en esta suerte de guía paralelo, que queriendo emular a Dersú, no hace sino convertirse en su opuesto. Alexei es brusco, paranoico, miedoso, al contrario de todo lo que fue Dersú para Arséniev. Se me ocurre que Alexei fue para Cristian y Andrea al mismo tiempo un obstáculo y aquello con lo que iban a encontrarse: la viva ejemplificación de la personalidad del Este ruso. La reticencia de él a dejarles libertad durante la ruta —para acercarse, dialogar con los locales, para cambiar de dirección si surgía el caso— le da al relato ese punto de humor que eclipsa por momentos la dureza y monocromía del paisaje siberiano. Alexei es un deti asfalta, un «niño del asfalto» acostumbrado a su ciudad, Vladivostok, y que en cuanto abandona su zona de confort pierde la audacia. Alexei es un coleccionista de calaveras de animales. Sin embargo, a veces afloran momentos de ternura e intimidad. Uno de ellos, cuando Alexei recupera su antiguo libro de Dersú de su época de estudios, y lo relee, quizá intentando adivinar cuáles son las razones que han llevado a los españoles tan lejos de su propia tierra.

La naturaleza se vino abajo

Si el relato de Arséniev y la película que rodó Kurosawa años más tarde basándose en la amistad entre el explorador y el gold (El cazador, 1975) fueron referentes del movimiento ecologista, no fue por pura casualidad. Hoy la taiga oriental se ha convertido en el subproducto del funcionalismo socialista. La industria maderera —en Lesozavosk—, la base aérea de Aeroport y los gasoductos que atraviesan la región del Ussuri hacia China son las grandes promesas de una naturaleza exterminada en pos del desarrollo y el progreso capitalista. Un capítulo final en el Viaje a Ussuri duplica el desenlace del relato de Arséniev: «Después, volví a Jabarovsk en pleno invierno y fui en seguida a Korforovskaia para visitar la tumba que me era querida. Pero no reconocí más el lugar; todo había cambiado. Una colonia entera se había creado cerca de la estación, donde se había empezado a explotar canteras de granito en los contrafuertes del Jekhtzir, a abatir el bosque, y se desbastaban traviesas para construir la vía férrea. En varias ocasiones traté de encontrar la tumba de Dersú, pero fue en vano…Los dos grandes cerros habían desaparecido, reemplazados por rutas, terraplenes y excavaciones de fecha reciente. Los alrededores mostraban entonces la huella de una vida nueva.»

Explica Cristian que el viaje a través de los lugares que ellos recorrieron fue como un juego: no sabían si verían las cosas que Dersú y Arséniev vieron o todo habría cambiado por completo. Con esta idea comienza un viaje por el Ussuri y con esta idea el libro termina. ¿Qué quedará, dentro de otros cien años, de la taiga siberiana? ¿Alguien se acordará todavía de las expediciones de Dersú y Arséniev, o no habrá ya rastro de sus memoria? Esperemos que otros viajeros decidan seguir la ruta del Ussuri una vez más, tal vez siguiendo los pasos de Cristian y Andrea o tras el mito de Dersú. El objetivo no es el viaje: «el objetivo es aprender más acerca del ser humano». Por si alguien se siente intimidado, Viaje al Ussuri nos avisa: «lo cierto es que la única amenaza real son los mosquitos».