Algunas cosas, como las luces de esta cabecera, parecen verse mejor, ser más ellas mismas, solo si entrecerramos los ojos (o fotografiamos con la técnica del bokeh —palabra japonesa para «desenfoque»— como en este caso). Y otras cosas, a veces, pueden definirse sólo extrayéndolas de su entorno habitual y contrastándolas con un fondo inesperado. Viajar también abre esta posibilidad de ver(se) desde puntos de vista diferentes, de desenfocar la realidad para que, curiosamente, parezca más real.

En este planeta, igual que viajan las personas, los objetos o las músicas, viajan las tradiciones, los ritos, las fiestas. Proponemos en esta Voz unos pequeños apuntes sobre lugares a los que ha viajado esa contaminación de lo religioso, lo económico y lo sentimental que es la Navidad. Nos los han regalado varios de los colaboradores que hasta la fecha han aportado a Altaïr Magazine sus imágenes y palabras. Ellos, desde Sudáfrica, Portugal, Indonesia y México, hablan del frío y el calor, la comida —el aglutinador por antonomasia— la adaptación cultural y, como no, la infancia. Y a nosotros, desde Altaïr Magazine, sólo nos queda decir: feliz desenfoque, feliz contraste, feliz contaminación. Feliz viaje.

La fotografía de cabecera es de Kevin Dooley.


Monet Eliastam

Navidades en la playa

Diciembre siempre ha sido mi mes favorito del año. De niña, era la estación de los regalos infinitos: mi cumpleaños, Janucá y Navidad estirados a lo largo del mes del modo justo para que pareciese que cada día era una celebración. Pero uno de los regalos más esperados no llegaba en una caja: caía lentamente en una densa ráfaga, cubriendo el patio trasero de mi casa de Boston con una manta de alegría navideña tangible. La primera nevada de la temporada era tan emocionante como la carrera de la mañana de Navidad para ver qué había debajo del árbol.

Cuando me mudé a Sudáfrica siendo adolescente, tuve que ajustarme a un nuevo diciembre: en los centros comerciales sonaba la música navideña y las luces parpadeaban en todas partes, pero fuera hacía un sol resplandeciente y 30 grados de temperatura.

Entonces fue, por supuesto, cuando aprendí la misma lección que el Grinch del libro del Dr. Seuss, cuando su corazón crece tres tallas en un doloroso día al darse cuenta de que la Navidad, quizás, quiere decir algo. Junto a mi familia, cambié las galletas azucaradas por polos de granadilla, los mitones por bañadores y el riesgo congelación por las quemaduras al sol. Abrimos los regalos pronto por la mañana y después cogimos las toallas para ir a darnos un chapuzón. Esa tarde, mientras enterraba a mi hermano mayor en un agujero en la playa, me detuve un momento, con un puñado de arena en mi mano, entendiéndolo: el hombre de nieve se había convertido en una sirena, pero nuestras blancas navidades habían llegado, después de todo.

La cineasta Monet Eliastam ha recorrido Sudáfrica y Nepal para dar voz a identidades femeninas diferentes. En las Voces de Altaïr nos hablaba del objetivo y retos de su proyecto documental, What We See.


Mario Linhares

Un menú compartido

Aquí, desde siempre, significa mucho frío en la calle y calor en el hogar. La Navidad se prolonga durante varios días y siempre hay comida a disposición en la mesa de la sala. Al ser mi familia del norte de Portugal, se encuentran algunas especialidades, como los sonhos, que consisten en una masa de harina frita —también pueden ser de calabaza—. Otro dulce típico son las rabanadas, hechas con el pan duro que sobra de los días anteriores mojado en vino y huevo, y frito. Con todo, por lo que respecta a la gastronomía navideña, es imposible no hablar del bacalao cocido con garbanzos, patata y col. La noche del 24 se festeja siempre con un bacalao bien regado con aceite. El día 25, después de misa, se come la «ropa vieja» (lo que sobró del día anterior) como primer plato, seguido de cabrito o cordero asado al horno. El día se pasa a la mesa, con mucha conversación y un tiempo interminable entre familiares…

Pero la Navidad no es sólo comida. Siempre fue una oportunidad para calmar el ritmo acelerado de la vida y apreciar el abrigo de la casa. Es cuando se visita a los abuelos y se disfrutan los olores que nos hacen viajar a los recuerdos de infancia. Navidad significa siempre romper la rutina y recargar las pilas con las personas con las que no se ha estado desde hace mucho. En Portugal, también es aún un tiempo religioso, donde la misa de la noche del día 24 se celebra con gente bien abrigada y temblando de frío, que después vuelve a casa para abrir los regalos con los niños.

Un poco de mi Navidad es aún una mezcla de tradiciones; en mi casa conviven la cultura portuguesa con la de Timor Oriental. Lo mismo pasa en muchas otras casas portuguesas, pues cada persona dibuja una tradición única e histórica de su familia, que mezcla con la persona con quien vive. La Navidad, por tanto, es un auténtico compartir vidas. No hay modo de escapar de eso…

El dibujante Mario Linhares nos descubrió su Portugal en la sección Pasos a través de las ilustraciones que atesora en su cuaderno de viaje.


Intan Cheria

Tolerancia religiosa en Indonesia

Marionetas javanesas del wayang kulit.

Indonesia tiene grupos étnicos, culturas y tradiciones muy diferentes en cada una de sus regiones. Esto también lo sienten los cristianos a la hora de celebrar la Navidad: es para ellos un día muy especial con tradiciones diferentes.

En Yogyakarta, el pastor dirige la celebración de la Navidad combinando la cultura javanesa, con un blangkon y una beskap (tocado de batik y chaqueta tradicionales), y utilizando su delicado idioma. También hay un espectáculo de marionetas javanés, el wayang kulit, que narra el nacimiento de Jesucristo. La celebración tradicional de la Navidad en Bali también es bastante llamativa, y está caracterizada por la decoración de la iglesia con decoraciones típicas llamadas penjor, esto es, palos de bambú con sus hojas.

Iglesia de Bali decorada con penjor.

Mientras tanto, en Sumatra del Norte se celebra la tradición de Marbinda, que implica el sacrificio de animales comprados con los ahorros de los celebrantes. Esta tradición también es un espacio para estrechar las relaciones entre grupos y credos. Papúa tiene una tradición llamada Barapen o «piedra quemada», que es un ritual culinario para preparar el cerdo en la celebración de la Navidad. En Tana Toraja, se celebra un Festival de la cultura y el turismo llamado «Diciembre encantador», que se ha convertido en una tradición anual. En él, los visitantes pueden disfrutar de ferias navideñas, competiciones entre búfalos, eventos tradicionales, actuaciones, exhibiciones de artesanía y cocina. El sonido de instrumentos únicos y especiales también ha entrado formar parte de la cultura navideña: en Ambon, se pueden escuchar el sonido de las sirenas de los barcos y las campanas de las iglesias tocando simultáneamente en la medianoche del 24 de diciembre, y lo mismo se hace usando un cañón de bambú en Flores.

Bailes en la fiesta de Marbinda, en Sumatra.

La belleza de la tolerancia de la Navidad también aparece en Yakarta. Para hacer las cosas más fáciles a los cristianos que celebran la misa de Navidad en la catedral de Yakarta, la mezquita de Istiqlal, que se encuentra justo enfrente de la catedral cristiana, ofrece su aparcamiento para los cristianos que se acerquen a la misa con sus vehículos. Se ha convertido en una tradición anual que se repite en sentido contrario si es la mezquita la que debe albergar alguna celebración grande. La unidad en el espíritu de la tolerancia y la pasión por ayudar a los demás se percibe en muchas partes de la comunidad en el día de Navidad, y es un maravilloso regalo para el pueblo indonesio.

Personal de la mezquita en el párking frente a la catedral de Yakarta.

La diseñadora Intan Cheria nos habló en su momento de la importancia del batik en Indonesia y de los nuevos estilos que lo están desarrollando.


Olivia Vivanco

Fiel a la inocencia

Cuando era niña, esperaba en diciembre de cada año el paseo con mis padres por la Alameda Central. Yo vivo en el Distrito Federal de México, y en este antiguo parque ubicado en el centro de la ciudad se colocaban, hasta hace algunos años, escenarios —pequeños por aquel entonces— en los que hombres vestidos como Santa Claus o los Reyes Magos esperaban a los niños para escuchar sus peticiones de regalos a cambio de tomarse una foto con ellos.

Mi preferencia estuvo siempre con los Reyes Magos; ellos aparecían entre las figuras de yeso que mi madre guardaba durante once meses como parte de los personajes que acudieron al nacimiento de Jesús, lo que para mí garantizaba su existencia. De Santa Claus dudaba, nunca nadie me había explicado su origen y no entendía por qué reía tanto. Definitivamente, no me parecía persona seria para el importante cometido de mis tan anhelados regalos. Así pues, aguantaba el paso de diciembre con estoicidad viendo como mis amiguitos estrenaban sus juguetes… Pero aún así, nunca traicioné a los Reyes Magos. Ahora que veo mi foto, lo sencillo del escenario y los disfraces, pienso que la inocencia de infancia existe sin lugar a dudas.

Olivia Vivanco, fotógrafa, ha contribuido a las Voces de Altaïr con su serie Reliquias, dedicada a explorar las historias de vida de los emigrantes centroamericanos que atraviesan México.