A la región de Babia, provincia de León, se llega atravesando un embalse en cuyo centro hay una isla solitaria. Rodeando el agua están las montañas verdes y, más allá, las crestas y el risco violeta de Peña Ubiña. La velocidad del paisaje que recorro ahora no es la velocidad de esta tierra, que nevada tras nevada se ha ido volviendo ajena a todos hasta quedar deshabitada. De ella me han dicho los pocos lugareños que aún la viven que además de paisaje es un estado mental: estar en Babia designa también el acto de ensimismarse con los propios pensamientos, tal y como se embobaban los pastores que salían a trashumar dejando atrás su tierra y pensándola a orillas de un fuego como se piensa en un amor lejano. Hoy Babia ya no es tierra de pastores sino de escaladores, montañistas, senderistas y otros deportistas de altura, pero también es tierra de silencio: a ella acuden los que buscan abandonar el ruido y las máquinas para encontrar, como los antiguos pastores a su regreso, un fuego encend...


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