En los tiempos del caos
Primera charca de tantas infancias, la decadencia vino a acampar un día en las salinas y humedales del Mar Menor como una especie de endriago que iba buscando el lugar más quieto para descansar y reproducirse. Camuflado como garza limícola y sedentaria de pluma blanca y pico de puñal, quiso el mal fario arraigarse entre estas esculpidas islas y cabezos y poner a su servicio un hábitat que es, pese a todo, un espectáculo en la geografía peninsular. Hay aquí una belleza insumergible, aunque sea una y otra vez ajada por la mano tonta del hombre; y hasta una fuerza sobrenatural, por qué no, para remover en quien lo mira afectos muy nobles. Hoy, el escalonado declive del Mar Menor es aceptado como un azote correctivo a tantas décadas de opresión (el desarrollismo más indecoroso, la agricultura intensiva, el turismo insostenible...). ¿Alguien pensó que estos espacios, con las máximas figuras de protección posibles, no iban a desfigurarse en algún momento? En el fondo...


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