La visión que se tiene de África es a menudo mucho más cruel que lo que allí ocurre realmente. No lo digo porque la mala representación del continente en los medios de comunicación sea un fenómeno nuevo, sino porque esta se ha convertido en un principio para mucha gente. Esto se debe en parte a cómo enviados especiales, turistas y/o voluntarios de las ONG y demás «aves de paso», consciente o inconscientemente, difunden la decadencia del Hombre africano y hacen triunfar los clichés.

Por esto no sería aventurado atribuir la desinformación del público occidental sobre los problemas de los países africanos a las insuficientes explicaciones y contextualizaciones de la información que, además, suelen teñirse de prejuicios postcoloniales. De este modo, los medios de comunicación propician una producción masiva de la ignorancia social. «África es demasiado triste», me dijo un locutor de radio para justificar la escasez de programas que se le dedican. Ante tal afirmación, me afané por explicarle que si pensaba así era porque nunca le habían enseñado el lado feliz de nuestro continente, ni tampoco le habían contado nuestra prodigiosa capacidad de adaptación. Ausente de los programas educativos europeos, África siempre aparece como el continente «sin». Sin monumentos, sin escritura, y por consiguiente sin historia. Sin innovaciones científicas, sin industrias punteras, sin naciones, sin democracia… Pero con animales fotogénicos, guerras tribales y mujeres fáciles para los turistas y militares. Estos últimos no pasan por su mejor momento desde que el Consejo de Seguridad de la ONU aprobase una resolución condenando los abusos sexuales que tan impunemente cometían en la República Centroafricana.

La adopción de esta medida coincidió con las elecciones presidenciales de 2016 celebradas en Benín y Níger, que, al igual que ocurrió cinco años antes, fueron ejemplares en unos tiempos políticos turbios marcados por constituciones violadas y procesos electorales contestados. Lejos de dar una amplia cobertura a aquellos comicios, yo, por lo menos, observé un silencio clamoroso por parte de los medios de comunicación que sólo se rompió con una escueta nota de prensa de la agencia EFE, que recogía la felicitación del Gobierno español «a los candidatos, a la administración y a todo el pueblo de Benín por la madurez democrática mostrada en todo el proceso electoral».

Si el locutor de radio pensaba que «África es demasiado triste» era porque nunca le habían enseñado el lado feliz de nuestro continente

Pese a la brevedad del artículo —189 palabras— reconozco que la noticia me sorprendió gratamente y no era para menos. En tres lustros de residencia en España, pocas veces he leído noticias positivas de nuestra África, de la que se habla casi siempre en términos apocalípticos: sequías, hambrunas, epidemias (sida y ébola), golpes de Estado, inestabilidad política y corrupción. Esta concepción infernal se combina con otra que representa al continente como el jardín del Edén por su carácter primitivo, natural, zoológico —¿se acuerdan de la muerte del león Cecil, en Zimbabue?— y premoderno.

Tengo curiosidad de saber el por qué tan negativa imagen de África. Algunos profesionales me han explicado, siguiendo la teoría del establecimiento de temas («agenda setting», en inglés), que dado el espacio y el tiempo limitados de los que disponen, los medios de comunicación no pueden dedicar la misma atención a todo lo que ocurre en el mundo, y se ven obligados a hacer una selección. Y, al parecer, África tiene tal suerte —lo digo con ironía— que las buenas noticias que vienen de ella rara vez aparecen en la prensa occidental. Y, cuando lo hacen, nunca figuran como el fruto de los esfuerzos de sus propios habitantes, sino como consecuencias de la intervención de un país occidental, la llamada comunidad internacional o la providencia.

Dicho de otra forma, si África no es una causa perdida, desde luego necesita absolutamente a Occidente para su supervivencia. Situación que ha llevado a algunos malpensados —entre los que está el autor de este texto— a hablar de cobertura ideológica de África, cuya información conforta así los pensamientos neocoloniales, refuerza los prejuicios y justifica el afropesimismo. Es lamentable que casos de éxito africanos, como el de Benín, considerado como el laboratorio de la democracia en el continente, nunca aparezcan en estos medios. Sin embargo, bastaría con que una campaña electoral en este país estuviera marcada por actos de violencia para que ocupara las portadas.

Una de las consecuencias de la ocultación de las caras positivas de África es justamente la formación de un registro de conocimientos y símbolos predefinidos que contribuyen a la consolidación de una representación estereotipada de la realidad africana. En 2011, ya denuncié la superficialidad de algunas noticias sobre África. Para ilustrar mi reflexión, hice alusión al artículo titulado «Machetes o futuro», que se publicó en La Vanguardia, el 7 de noviembre de 2010, en referencia a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Costa de Marfil, que se iban a celebrar el día 28 del mismo mes.

El periodista, que informaba desde Sudáfrica sobre Costa de Marfil para el público español, dedicó todos sus esfuerzos para preparar a los lectores a un drama venidero. Una de las citas fue que «en Abiyán se decía que se habían agotado los machetes». Si bien hubo violencia, no fue precisamente con machetes sino con verdadero armamento de guerra: carros de combate, fusiles AK-47, bazucas, etc.

Algo similar ocurrió con la crisis político-militar de Sudán del Sur. Iniciada en diciembre de 2013, este conflicto fue enseguida presentado como una guerra étnica entre los pueblos dinka y nuer. El conflicto en la República Centroafricana se resumió en un enfrentamiento entre milicias cristianas anti-Balaka y rebeldes musulmanes Seleka. Da la impresión de que en África todo se parece. Para algunos, África es esto, la parte del planeta donde nada se hace fuera de la etnia ni de la violencia.

Esto ocurre porque las fuentes de información africanas están a menudo excluidas de la producción de la noticia. Los periodistas occidentales, casi siempre enviados especiales, toman los hechos brutos como una materia prima que introducen en el molde predefinido sobre África, creando noticias estandarizadas y normalizadas al gusto de su público.