Vivo en un pueblo de la Castilla norte desde agosto de 2012. Dieciséis personas conforman —conformamos— toda su demografía. A un kilómetro hay otro núcleo algo mayor, como de ciento cincuenta habitantes, del que depende mi pedanía. No hay tiendas en ninguno de los dos sitios. Sólo dos bares con licencia de estanco, y un cartero volante cuyo coche hace de oficina de correos.
Yo he sido muy feliz en Madrid. Como le ocurre al personaje de Los asquerosos, no me cabía en la cabeza vivir en un núcleo social más pequeño que el de una urbe de millones de personas. Trabajaba en el cine, en la publicidad, en esas actividades que, más o menos, sólo se desarrollan en las capitales. Recibía con orgullo las llamadas en las que me pedían consejo acerca de un restaurante, como si yo fuera una guía de viajes. En cierta ocasión un amigo mío muy paseador me retó: «He visto un sitio que no conoces: una tienda que sólo vende cometas». «Está en la calle Ponzano. En el número 13 o en el 15», le contesté. Re...


Este contenido es sólo para suscriptores.

Consulta aquí las suscripciones que te permiten acompañarnos en este viaje.

Si ya eres suscriptor, accede indicando tu usuario y contraseña aquí debajo.