Las manos de Juan Nebro son huesudas y angulosas, tan afiladas que bien podrían confundirse con las patas de un cernícalo o de un águila común. Los dedos son macizos, las uñas prietas, las venas cárdenas y profundas como zanjas. Así eran también las manos de su padre y las de sus tíos y las de su hermano Antonio. Manos que escarban, que siegan, que trinchan. Manos de agricultor.
Juan lleva 73 de sus 81 años trabajando en el campo y para hacerse una idea de lo que ese tiempo significa basta con mirar sus manos que, de tanto morder la tierra, han terminado cogiendo la forma y la herrumbre del rastrillo. Mitad carne, mitad herramienta.
Cualquiera podría imaginarlas abriendo surcos abisales, arramblando con pedruscos y raíces, hostigando a las malas hierbas. Lo difícil es imaginarlas como están ahora, con sus palmas carcomidas, ásperas como cuerdas, acariciando un papel, una estrofa, un poema.
«Al llegar la primavera a los campos andaluces, sale el brote de la higuera y el sol con fuerz...
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