Enjuto y coronado por una elegante cabellera canosa, es un hombre de pequeña estatura y dueño de unos brillantes ojos azulados. Tiene un verbo tan lírico e hipnótico como su literatura. Escucha bien y habla casi mejor que escribe. Es africano, blanco, mozambiqueño, escritor, biólogo, experiodista; antiguo combatiente revolucionario del Frente de Liberación de Mozambique (FRELIMO), profesor universitario y, sobre todo, un maravilloso contador de historias. En su pasaporte pone que se llama António Emílio Leite Couto, pero todo el mundo (literario) le conoce como Mia Couto.


Mañana volará a Lisboa de camino a las islas Azores. Allí, en medio del Atlántico, pasará unas semanas trabajando para acabar su último libro. Hoy lleva toda la mañana respondiendo preguntas de los periodistas y, antes de iniciar la conversación, se disculpa: necesita unos minutos de pausa para salir «a tomar el aire» al patio del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), dónde se encuentra para dar una conferencia con motivo de la exposición Making Africa y para presentar su último libro, La confesión de la leona (Alfaguara, 2016).

Hijo de colonos portugueses, Couto nació en 1955 en la ciudad costera de Beira, Mozambique, en las playas del Océano Índico. Ahí aprendió a estar en contacto con la naturaleza y esa sensación de libertad que demuestra en todas sus historias, en las que describe esos animales fantásticos (felinos devoradores de mujeres o monos cuentacuentos, por ejemplo) que pueblan las páginas de sus libros, junto a las curiosas palabras inventadas que oye por las calles de Mozambique, donde es un verdadero icono popular.

Homenaje a las mujeres

Su última novela, La confesión de la leona, es un delicado homenaje a las mujeres de África. Es una forma, dice Couto, de devolver el favor que de niño le hicieron las mujeres de su casa, ya que gracias a ellas se convirtió en escritor.

«Las voces femeninas marcaron mi infancia. Comencé a ser escritor en la cocina de mi casa —donde era obligado a hacer mis tareas escolares—. Ahí oía todos los días a mi madre, a mi tía, que se juntaban para cocinar y contar historias, casi en secreto, como un murmullo. Era mágico para mí. Allí aprendí el gusto por contar historias», comenta.

Aquellos recuerdos han sido fundamentales en su actual libro, una fantástica fábula repleta de detalles literarios en la que, como siempre en sus obras, se difuminan los contornos que, en teoría, separan la poesía de la prosa, la realidad de la ficción, lo escrito de la narración oral.

Couto reconoce que con su último relato busca hablar de la «injusticia» y la «opresión» que sufren muchas mujeres en África

La confesión de la leona traslada al lector al misterioso mundo de Kulumani, una aldea de Mozambique aislada y alejada de «ese lugar donde viven los espejismos y nacen los viajes». Un lugar donde las tradiciones y creencias ancestrales se ven amenazadas por una leona fantasmagórica que empieza a matar a todas las mujeres de la aldea. Los hombres sospechan que las leonas que matan mujeres no son sino espíritus conjurados por la brujería de sus propias mujeres.

Couto reconoce que con su último relato busca hablar de la «injusticia» y la «opresión» que sufren muchas mujeres en África. «El verdadero nombre de la mujer —escribe Couto en el libro— es «Sí». Alguien pide: «No vayas». Y ella dice: «Me quedo». Alguien ordena: «No hables». Y ella permanece callada. Alguien manda: «No hagas». Y ella responde: «Renuncio»».

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«Ese desconocimiento es útil, conveniente, da lucro. Porque África, vista así de una manera simplista, permite que haya una intervención continua de una especie de neocolonialismo. Pero quiero decir que lo más importante es que los propios africanos deben marcar esa diferencia. Muchas veces, los africanos de hoy en día interiorizaron esa manera de autopercepción y eso, aún hoy, refuerza esa idea simplificada y reductora de África. Y creo que ese es también un servicio que se hace a las élites africanas, que no quieren pensar sobre la diversidad y la complejidad de África. Esta comprensión de la diversidad y de la complejidad ayudaría a los africanos, sobre todo a aquellos que quieren el cambio, una vida más feliz, y que quieren un reparto más justo de la riqueza. Es una cuestión política también…»

Mitos, magias, tradiciones

En La confesión de la leona, Mia Couto teje una magnífica tela de araña circular en la que se desarrolla una historia que fluye gracias a su bello lenguaje, que reconoce heredado de su padre, quien fue un gran poeta. Una historia de mitos y magias; de tradiciones sincréticas y dolorosas realidades cotidianas.

Couto transitó por los caminos del marxismo revolucionario africano (durante el proceso bélico de independencia en Mozambique), ejerció el periodismo (durante 12 años), hizo teatro, ha sido profesor universitario y también estudió y practica la biología. De hecho, durante su trabajo como biólogo en una aldea remota del norte de su país fue testigo de la historia que inspira su novela La confesión de la leona.

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«El llamado “mercado” capturó, instrumentalizó la producción de noticias en el mundo. Un paso de resistencia serían los grandes reportajes. Permiten tiempo, crean una ventana. No es la gran solución, pero para mí es una posibilidad. Una de las razones por las que yo dejé de ser periodista —dejé de tener ganas de ser periodista— fue la imposición de esos tiempos, de estar encima del conocimiento, de la noticia. Y yo sabía que no era verdad. Imagina que me mandan a Cataluña desde Nampula. Lo que yo puedo hacer, siendo sincero, es decir: «Yo aún no entendí nada de lo que está pasando». Pero no puedes decir eso. Al periodista se le supone que debe saber, que debe entender. Pero en ese espacio de tiempo nadie puede comprender realmente, con profundidad. Esa es la gran mentira que yo no conseguía resolver. Pero el espacio de los grandes reportajes se está reduciendo, porque es un formato que no vende tanto como otros, además de ser caro. Podría ser la gran solución. Aún sobrevive, en algunos canales de televisión y de radio, el buen gran reportaje.»

Todo final es un principio si entendemos el tiempo, como sucede en muchas partes del África rural, de manera circular: se va, pero siempre vuelve

Dueño de una prodigiosa habilidad para contar historias, Mia Couto no olvida nunca las palabras del líder revolucionario mozambiqueño Samora Machel del que aprendió una lección que, confiesa, le marcó la vida: «Quien no sabe contar historias es una persona pobre».

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«Dios fue mujer. Antes de exiliarse lejos de su creación y cuando todavía no se llamaba Nungu, el actual Señor del Universo se parecía a todas las madres de este mundo.»

Es en el inicio de esta fascinante La confesión de la leona cuando, con un cautivador lenguaje poético y a partir de una subyugante trama de misterio surrealista, se vive el enfrentamiento de la humanidad contra la naturaleza, de los hombres contra las mujeres, de la tradición contra la modernidad.

Llega el final de este texto, pero, como escribe Couto en su novela, «todo final es un principio» si entendemos el tiempo, como sucede en muchas partes del África rural, de manera circular: se va, pero siempre vuelve.

La confesión de la leona es una historia profunda y brillante, escrita con un bellísimo lenguaje por un prestidigitador de las palabras: Mia Couto, un contador de historias que aprendió de los ancianos que, aunque parezca mentira, no hace tantos años «sólo existía la noche», y que nos descubre también que «sólo los humanos saben lo que es el silencio». Couto es el gran escritor-biólogo que, con su gran literatura, ahijada de la oralidad, nos explica que los seres humanos, además de con células, estamos construidos con historias.