Los baños públicos compartidos, la tensión y la relajación, la historia y el presente. Fukuoka —todo Japón— es tierra de contrastes sensoriales.

Es un gran baño. Tan grande como un gimnasio. De baldosas y azulejos color crema, caños de acero, sin ningún glamur. Un baño público, impúdico, desvergonzado. Se llama sento y es el lugar donde los japoneses van a bañarse, relajarse y socializar. Aquí en Fukuoka o en cualquier otra ciudad del país.
A la derecha se extiende una hilera de bañeras u ofuro revestida con azulejos celestes. Son individuales, uno para cada hidromasaje de pantorrillas, cadera, espalda y cervicales. Para reposar, después, hay una plataforma donde el agua tapa el cuerpo extendido, la base de la cabeza queda apoyada sobre un caño grueso y frío que contrasta con el agua caliente y alivia, más allá de lo imaginable. Enfrente, hay bañeras más grandes donde caben ocho o diez personas. Allí los chorros de agua vienen desde abajo con intensidad variable, más gruesos o más fin...


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