¡ATENCIÓN! El texto que vas a leer es el resultado autoficcionado de relatar un verano trabajando en un refugio de montaña. Las fotos que acompañan al relato son de una amiga: Eider Elizegi. Ella las hizo hace años, cuando trabajó en otro refugio diferente. El encuentro entre mi escrito y sus imágenes, que no se refieren al mismo lugar —pero que, a la vez, sí—, configuran un espacio que viaja a caballo entre lo real, lo imaginario y lo simbiótico.
Hacia el refugio
Llegué a pie, siguiendo los pasos de un séquito de duendes adolescentes que parecía haber brotado de los bosques. Me condujeron hasta el refugio, situado al fondo de aquella vega, en el borde de la línea de árboles. "Mi madre te ha preparado una cama muy bonita en el altillo", anunció una de aquellas criaturas. Yo venía de la urbe, del entramado de cemento y alquitrán. También venía de un largo periplo, de saltar de trabajo en trabajo, de encadenar empleos. De un no-lugar intermitente. Y de otras muchas cosas. Este ...
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