Para Martín Caparrós, el viaje, al final, solo es la excusa. La excusa para hablar con el señor Feng que todas las madrugadas va a tocar el violín en la bahía de Hong Kong, para conocer al taxista no oficial Piotr, que aquel día luchando en la Gran Guerra Patria se perdonó la vida con un alemán, para ver los muñecos con cara de terror del Museo del Santo Oficio de la Inquisición de Lima. La larga distancia lleva acompañando mucho tiempo a Martín Caparrós. Largos viajes, largas lecturas y largas miradas. Largos recorridos, también cortos. A veces lejos, otras tan cerca. 

Larga distancia (Malpaso, 2017) refleja lo que mejor sabe hacer su autor: contar historias. 

Tomás Eloy Martínez acertó al apuntar en el prólogo de este libro tres facetas del autor que aparecen en la obra. ¿La primera?: «La belleza de una escritura que desconfía de la belleza». La mirada de Caparrós marca. Ha cavado los surcos de la crónica latinoamericana. Inspira, acierta. Sus relatos han ido construyendo poco a poco una identidad narrativa —que aunque no puede ser más propia y más suya, en cierto modo es colectiva—. El largo aliento de Martín Caparrós ha hecho escuela y si a escribir se aprende copiando, quién no quiere copiar a Martín Caparrós.

La larga distancia lleva mucho tiempo acompañando a Martín Caparrós

En segundo lugar, Martínez indica «la ternura con que el autor se relaciona con sus personajes»; y nosotros añadimos que también con el entorno, con el paisaje, con el territorio al que llega o en el que ya estaba. La delicadeza con la que cubre todo cuando cuenta. Una muestra de un gran observador y mejor intérprete. Qué detalles prioriza y cuáles poco importan. Porque en esto reside mucha de la magia de leer a Caparrós, en que nunca una historia va a ser contada así. La cercana y cuidada perspectiva que brinda en cada una de sus descripciones, de sus conversaciones. La inteligencia para darle la vuelta al lector, que espera lo convencional y una vez más se sorprende. 

En tercer y último lugar, el prologuista apunta «la ironía con que se distancia de ellos para no falsear el retrato». Es decir, el gran reto del periodista. El de contar lo que se encuentra y no lo que se esperaba encontrar. Ser sincero y no impostar una realidad, no maquillarla con detalles que dan la razón a un ego que ya sabía lo que iba a pasar. Tal vez es aquí donde el título cobra aún más sentido: en la dificultad —que tan sencilla se ve en la piel de Caparrós— de diferenciar, de no perder el norte. De preguntar, escuchar, oír accidentalmente para conocer y contar. Y nada más. Que la simpatía y lo personal, que lo político y lo circunstancial no desmerezcan la historia tras la superficie.

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En el taller «Contar para viajar/viajar para contar» celebrado en la librería Altaïr de Barcelona, Caparrós aseguró que sus viajes «son el medio o la herramienta necesaria para contar una historia que me interesa, si sucede en Sri Lanka tendré que viajar, si sucede en 1920 tendré que leer y si sucede a la vuelta de mi casa caminaré esos 80 pasos». Y esta es precisamente la esencia deLarga Distancia: el interés por las cosas. Cómo a lo largo de la lectura, en un mismo capítulo e incluso párrafo, Martín Caparrós hace esa mezcla tan suya uniendo perspectiva histórica con ensayo y con el periodismo más reposado. Además transmite inteligencia. Es rápido identificando qué sí. Sabe hilar, compone el rompecabezas resuelto para, en un breve párrafo explicar tanto: «Cuando la utopía hippie murió por sobredosis, cuando el espíritu de los tiempos dotó a Wall Street del aura blanca que había sido psicodélica en Woodstock, cuando la velocidad y el éxito se volvieron modelos, cuando Eric Clapton cantó con voz ennegrecida su famosa Cocaine, no podían si quiera suponer que estaban cambiando para siempre la vida de miles y miles de inimaginables bolivianos».

Martín Caparrós: «El exotismo es una condición de la mirada»

En el fondo Martín Caparrós hace un ejercicio de periodismo local. Simplemente lo practica en muchos países, en muchas ciudades, en muchos barrios, en muchas calles. Pero solo es un narrador de la cotidianidad de otros, de la que extraña —en el mejor sentido de la palabra—: «El exotismo es una condición de la mirada». Todo el libro se envuelve de curiosidad. En sus historias, Caparrós parece ver y sorprenderse como si fuese la primera vez. Pero no desde el paternalismo, no desde el etnocentrismo. Solo desde la pasión de querer saber. Cuando la curiosidad pica. Este exotismo poco tiene que ver con quiénes son los protagonistas, o con cuál sea el destino —físico o histórico— sino con la actitud que muestra el autor: apertura de mente y análisis. 

Caparrós ante todo arriesga, cree en la voz que ha ido forjando texto a texto en todos esos años de oficio. No teme decir algo incómodo, evita el tono eufémico, es crítico. Su largo recorrido, en definitiva, le da un estatus al que muchos aspiran. Martín Caparrós es —con este libro aún más— el periodista definitivo.