E.B. White es de esos escritores que arranca observando el apareamiento de una oca y acaba reflexionando sobre cómo vive un hombre su propio marchitar. Su estilo es preciso y contrario a la estridencia, algo que se puede comprobar en cada uno de los capítulos que conforman Ensayos (Capitán Swing, 2017). «El ensayista, a diferencia del novelista, el poeta o el dramaturgo, debe conformarse con el papel autoimpuesto de ciudadano de segunda», explica el autor en un prefacio en el que se podría sustituir «ensayista» por «periodista» y no cambiaría nada.

Ensayos es un libro delicioso, limpio, apurado, como si el que lo escribió hubiera estado toda la vida casado con una editora de la revista The New Yorker. Y así fue: a Katharine Sergeant, pieza clave en la publicación y promotora de Nabokov o Mary McCarthy, la conoció en la redacción a la que White llegó a finales de los años 20, cuando ya llevaba un tiempo colaborando a distancia. Tenía 30 años y trabajó en The New Yorker hasta el final de sus días.

Entre las joyas que encierra este libro está el retrato que White hace de Nueva York. Data de 1948, cuando él ya no vive allí, sino en Maine. En su paisaje no queda nada ni nadie por describir y leerlo es hacer un flashback de verdad, de película, en el que el espectador tiene la tentación de buscar todo lo que aún no existe y encontrar lo que perdura. «La ciudad remedia sus peligros y sus deficiencias dando a sus ciudadanos dosis enormes de una vitamina suplementaria: la sensación de pertenecer a algo único, cosmopolita, poderoso y sin parangón», asegura de una urbe que mira como visitante el mismo año en que se está construyendo el edificio de las Naciones Unidas.

Ensayos es un libro delicioso, limpio, apurado, como si el que lo escribió hubiera estado toda la vida casado con una editora de la revista The New Yorker. Y así fue

Entre los cambios que detecta en su visita, White barrunta una amenaza: la de que Nueva York, con su altura y su importancia, se está volviendo «destructible» y objetivo de quienes la quieren mal y de los muchos aviones que la cruzan, a los que sólo les haría falta un leve cambio de trayectoria para estrellarse contra ella y destruirla. ¿Profetizó el 11S o sólo es el temor de un hipocondríaco? Más bien lo segundo, pues como explicaba George Plimpton en una entrevista que le hizo en 1969, no hubo hombre (o matrimonio, porque Katharine sufría del mismo mal) más achacoso y al mismo tiempo más sano.

White es capaz de palpar el pulso de un país entero a través de viejos catálogos de recambios del Ford T, coche que dejó de fabricarse en 1927. En ese artículo, en el que utiliza un vehículo para hacerle una foto a la clase media estadounidense, hay un nervio que no tienen las noticias, es el periodismo lejos de la exclusiva y del flash informativo. Lo que cuenta puede parecer antiguo, imposible hoy, pero no es así porque White se fija en lo que no tiene nombre propio: una oca, un coche, un árbol de Manhattan o la muerte de un cerdo, pero los convierte en nosotros, los neoyorquinos de entonces, los de ahora y los que han visto Nueva York sólo en postales.

Lo mismo hace con Florida, donde narra con delicadeza pero sin dejarse nada, un tiempo en que los negros tienen prohibida la entrada a ciertos lugares públicos por su color, pero a las naranjas se les añade colorante para hacerlas más llamativas. Parece un tema caduco, pero no lo es, pues como escribe White, «el sonido del mar borra el tiempo como ningún otro», con lo que nos dice, a los habitantes de Florida, de Madrid o Sierra Nevada, que no hay nada más antiguo que un titular de periódico.

Otra de las joyas que contiene Ensayos es la narración de un viaje a Alaska a bordo del Buford. Lo escribe 37 años después de haberlo hecho y por eso es una crónica, pero también una enmienda: a su vida, a su mirada, a su estilo literario. Es bello y es flagelo y a ratos parece posible adivinar en qué párrafos White se sonroja al recordar las notas que siendo chaval tomó en aquel barco.

Como escribe White, «el sonido del mar borra el tiempo como ningún otro», con lo que nos dice que no hay nada más antiguo que un titular de periódico

El viaje, tan lejano ya, se sustenta en los olores que recauda, como turista primero, como trabajador después, dentro del Buford. Es un texto que recuerda a La línea de sombra de Joseph Conrad, pero donde el padre de Lord Jim pone un mar en calma y el peso del porvenir en el timón que maneja un joven que dejará de serlo al final de la novela, White enmarca el final de su propia adolescencia en una tormenta. «El futuro fue eliminado por el viento y el agua; por fin pude vivir en el presente, y el presente era magnífico: intenso, hermoso y sobrecogedor. Me proporcionaba todas las cosas que deseaba obtener en la vida, y era como si me bebiera cada una de las olas enormes que caían en cubierta, como si de allí en adelante, siempre fuese a estar sediento». 

White publicó este libro en 1977 y lo ordenó en bloques temáticos, no cronológicamente. Por eso, el viaje por su vida y su escritura que propone en Ensayos da algunos saltos aunque la intención del White más joven varía poco de la del más maduro: mirar con tino, escribir limpio. Habría que saber hasta qué punto la revista donde se publicaron estas piezas, The New Yorker, tuvo algo que ver en la homogeneidad de su estilo, tan delicado y discreto que cuesta creer que hoy tuviera cabida en alguna revista. Lo que mantiene intacto su valor es su mirada, que si no fuera intransferible, convertiría este libro en una bellísima lección de periodismo.


Imagen de cabecera, detalle portada Ensayos (Capitán Swing)

ENSAYOS, E.B. WHITE, CAPITÁN SWING, 2017