El ferry sale de Kabatas cada media hora y creo que podré alcanzar el de las 14. Bajo corriendo hacia el mar desde Cihangir, la gente parece tranquila, quieta con sus pensamientos en la calle, caminando, hablando; un niño pequeño llora porque su madre no le quiere comprar un helado. Algunos hombres cargan un camión con pequeños cilindros de gas de color gris plateado. La temperatura del aire es bastante cálida. Al final llego al muelle desde el que partirá el barco que me llevará al otro lado del Bósforo. Todavía tengo dos minutos así que compro una ficha, un billete de tres liras turcas, sólo el trayecto de ida. El concierto empieza a las tres de la tarde y dura hasta las once de la noche. Al menos esto es lo que dijo Kutay, y también que después es muy posible que haya una revuelta.

Bueno, yo voy desde el principio. Desde las tres.

El ferry está a reventar, hay muchísima gente. Me siento en la cubierta, me lío un cigarrillo y pienso en fumarlo pero luego dudo porque no veo a nadie con uno en la mano. Busco alrededor un letrero que indique que está prohibido fumar y lo encuentro. El cigarro enrollado va de regreso al paquete de tabaco Tuntun. «Me lo fumaré al bajar», pienso.

La barcaza enciende sus motores, sueltan los amarres y la maquinaria ruge escupiendo un humo negro a estribor. Las hélices mueven esta máquina de hierro y metal con dirección a Anatolia, el lado asiático de Estambul, Kadiköy y el resto de Turquía. Poco después de dejar atrás la zona europea, una pareja de jóvenes con un altavoz gigante se acercan a mí y lo colocan justo a mi lado. Los miro con cara de circunstancias. De repente la música sale a todo volumen de la caja negra y levanta a dos docenas de personas maquilladas como si tuvieran heridas en la cara, como si los hubiesen golpeado. Empiezan a bailar con la misma coreografía durante casi todo el viaje, hasta que llegamos a la parte asiática de Estambul.

Cuando desembarcamos del ferry en la Plaza Kadiköy, encontramos algunos jóvenes levantando revistas y periódicos y mostrando las portadas a toda la gente que pasa por ahí, probablemente con noticias de medios alternativos en contra del gobierno de Erdogan. El primer ministro turco, cuando empezaron los disturbios, dijo y explicó a los medios que sólo algunos çapulcus —que se traduce más o menos literalmente como «bandidos»— eran la causa del caos en el que estaba inmerso Estambul (más bien Turquía). Estos pocos çapulcus eran alrededor de siete millones de personas contrarias al gobierno y a sus leyes, que violan los derechos humanos. ¡Casi el 10% de la población de Turquía! Sólo unos cuantos, sí…

Hay un ambiente de celebración y denuncia en la Plaza Kadiköy. Las caras de los muertos por la brutalidad policial están en todos lados, en carteles gigantes presentes ante todos. Y, aparentemente, sus almas también.

El primer ministro turco, cuando empezaron los disturbios, dijo y explicó a los medios que sólo algunos çapulcus —que se traduce más o menos literalmente como «bandidos»— eran la causa del caos en el que estaba inmerso Estambul

Horas más tarde, el gas lacrimógeno no me deja ver; toso, escupo, pierdo el sentido de la orientación, camino con dificultad, de lado a lado, sin dar un paso recto. Özge, que tiene una máscara antigás, me toma de la mano y me dice: «por aquí». Sigo con la vista nublada, la cabeza baja y casi vomitando, hasta que oigo una voz en turco: «al», dice. «Toma». Agarra mi mano y me da un pedazo de limón para frotarlo en mi cara y ojos. «Sağol», respondo, «gracias». Es la 1:40 de la madrugada y los manifestantes siguen resistiendo los ataques de la policía. Los reporteros se van a casa y yo camino con este hombre, un kurdo que es fotoperiodista de profesión y que me enseñará el lugar en el que puedo tomar un minibús para regresar a casa. Caminamos alejándonos de las zonas críticas en las que siguen ardiendo las barricadas. Un par de calles más abajo la gente bebe cerveza y come tranquilamente. «¿No se dan cuenta de lo que está sucediendo?», me pregunto sorprendido.

Tengo los ojos todavía un poco irritados pero ya puedo ver y caminar bien. Me imagino que la gente quiere seguir con su vida, su comodidad, sus estudios, divirtiéndose juntos, aún cuando estén en contra del gobierno. Probablemente ya tuvieron suficiente después de las largas semanas y meses de verano…

Tomo el Dolmus hacia el Estambul europeo, a casa de Tim, un buen amigo que conocí hace cuatro años en Turquía; maestro de inglés en la universidad, con una vida alternativa como DJ —uno muy bueno, por cierto—. El minibús tarda entre 20 minutos y media hora en llegar al otro lado del Bósforo. Mientras esquivamos el tráfico pienso en lo que pasó en las 12 horas desde que llegué al área de conciertos y eventos. Pienso en las reacciones de la gente, en cómo me sentí y en todo lo que pasaba por mi mente. En lo mal que están este país y otros países. En cómo la gente lucha por lo que quiere y cómo pueden alcanzarlo. Reflexionando cómo vive y sobrevive la gente durante un periodo en el que se le imponen estados y situaciones brutales. Si las manifestaciones, las revueltas y los levantamientos son así, ¿cómo será una guerra?

Gobiernos dictatoriales y autoritarios violan los derechos de las personas; también lo hacen las grandes potencias mundiales y sus economías. Y también las corporaciones transnacionales con sus flujos financieros, a las que no les importa nada más que enriquecerse, dejando a la gente de lado. Claro que es mucho más complicado que todo esto y ni siquiera conozco la mitad de lo que en realidad sucede; no soy culto ni un intelectual, soy un observador al que le gusta mostrar a la gente, en diferentes formatos, lo que está pasando. Y pienso: «la gente debe estar cansada de todo lo que ha ocurrido en Turquía desde el 28 de mayo de 2013 y durante casi todo el verano. Quieren seguir con sus vidas. Sí, pero, ¿puede la vida seguir siendo la misma si la gente a cargo de un país (cualquier país) tiene el poder de manipular los derechos humanos de los habitantes dentro de sus propias fronteras? ¿Y en las fronteras de otros?».

UN AÑO DESPUÉS DE LAS PROTESTAS

Había empezado el 28 de mayo, pero se alargó en el verano, el otoño, el invierno…

El pasado 10 de agosto se han celebrado nuevas elecciones en Turquía: el hasta ahora primer ministro Recep Tayyip Erdogan, del partido AKP, se convertirá en Presidente de la República. A pesar del éxito en las urnas, su figura y la acción de su partido siguen siendo objeto de crítica de una buena parte de la sociedad turca, que ve en sus medidas una regresión conservadora y autoritaria.

Las protestas del verano y otoño de 2013 estallaron por una causa de conciencia ambiental y urbanística (la protección del parque Taksim Gezi) pero sirvieron de vía de expresión para preocupaciones relacionadas con una legislación cada vez más restrictiva en ámbitos como la libertad de expresión y que reducía el tradicional secularismo del Estado turco en favor de una progresiva islamización.

En el video podemos ver desde dentro cómo se vivieron las protestas y el enfrentamiento entre policías y manifestantes después del concierto en la plaza de Kadıköy, en Estambul, el 15 de septiembre de 2013. Muchas personas se habían reunido para protestar contra la política del gobierno y el uso de la fuerza, en lo que acabó siendo sólo un grano de arena de aquella convulsa estación de revueltas.