A modo de conclusión a su breve ensayo —Ikea es más lejana que Islandia— dedicado a Hermano de hielo de la escritora y artista Alicia Kopf, el ensayista Eloy Fernández Porta se preguntaba: «¿Puede tener sentido, pues, reivindicar la frialdad en una época de hiperexpresividad obligatoria? ¿Una actitud sentimentalmente austera, o «reductiva», en plena apoteosis del capitalismo emocional?». Estos dos interrogantes estrechamente relacionados con la reflexión en torno a la estética —poética— del frío y del hielo desarrollada por Kopf, pueden reproponerse, en parte, en el último trabajo ensayístico de Fernández Porta, En la confidencia. Tratado de la verdad musitada (Anagrama, 2018). Si antes la pregunta giraba en torno a la frialdad, entendida también a partir de la obra de Kopf, como una forma de reducida comunicación o de comunicación obstaculizada, ahora el ensayista barcelonés pone el acento sobre la confidencia y, por tanto, obliga al lector a interrogarse sobre el sentido de reivindicarla en una época en la que la expresión es un imperativo.

Fernández Porta: «¿Puede tener sentido, pues, reivindicar la frialdad en una época de hiperexpresividad obligatoria?»

En la confidencia se inscribe a la perfección dentro del sólido proyecto intelectual del autor y profesor de la Universidad Pompeu Fabra, uno conformado por diferentes textos ensayísticos al que bien podríamos definir como «crítica cultural». Aunque esta etiqueta puede convertirse con facilidad en un cajón de sastre —donde entra todo y, en realidad, no entra nada—, los dos términos —crítica y cultural— hacen hincapié en la voluntad de pensar las humanidades como un conjunto. Una agrupación de herramientas críticas provenientes de distintas disciplinas —como la filosofía, historia literaria, crítica literaria, semiología, filosofía del arte, sociología cultural y un largo etcétera—, a partir de las cuales realizar una reflexión global que no solo implique un determinado ámbito o una determinada obra, sino que abarque el contexto de producción, reproducción y consumo.

En este sentido a pesar de los posibles reparos, «crítica cultural» da una idea del recorrido —y de esa voluntad, como apuntaba Marina Garcés, de abrir la filosofía y las humanidades más allá de los muros de la academia— de Fernández Porta desde Afterpop hasta ahora: los agentes culturales; el cambio de conceptos como «alta» y «baja» cultura; el papel de lo mediático en la redefinición de los distintos modos de expresión artística; el consumo y, a la vez, la reproducción artística del tiempo en la era de la sobreproducción; el consumo y construcción de imágenes en la actualidad; el arte, en su sentido más amplio, como reflejo y productor de una nueva estructura del sentir y la subjetividad como concepto por resignificar en un campo de sobreproducción de la identidad.

Estas son algunas de las cuestiones sobre las que ha trabajado Fernández Porta y que, de una manera más o menos tangencial, están presentes en su último trabajo, un ensayo acerca del concepto de «confidencia», desde su origen mitológico hasta su actual función en la sociedad hiperexpresiva —hipertextual— del mercado de «afectos» que convierte, a priori, la expresión en una obligación.

¿No es la confidencia una forma de hipoexpresividad? La confidencia, nos dice Fernández Porta, tiene vigencia, ante todo, porque es un hecho humano: cuando Ra revela su secreto —así comienza el ensayo— no solo lo devalúa (porque deja de serlo), sino que el propio Ra se humaniza en cuanto incurre en el chismorreo propio de los mortales. Ra desvela el «secreto divino» y al hacerlo convierte la confidencia, en lo humano. El secreto siempre tiende a ser revelado, lo no-dicho tiende hacia lo-dicho. Sin embargo, el ensayista señala que en lo-dicho siempre permanece algo sin decir, siempre permanece algo oculto: «La Verdad no es más que una habladuría presuntuosa: presunción de la Confidencia, que, no contenta con su popularidad y su vivacidad, aspira a una más alta vida —al precio de perder lo que la hace más atractiva». Esa Verdad a la que alude implica también lo-dicho, lo-mostrado, lo-escrito: en todo ejercicio de expresión, hay más una voluntad de confidencia que una total confidencia; la habladuría es presuntuosa en tanto que es un wanna be, es aquello que nunca llega a ser, pues al no contarse, es solo potencial. La confidencia se mueve siempre entre el revelarse y el mantenerse en secreto, entre el capital del secretismo y su devaluación; la confidencia es objeto de intercambio, producto para el mercado de informaciones y de datos. Para Fernández Porta, además, funciona como forma de desahogo y se convierte en dependencia: la confidencia nos atrapa en el mensaje y, por tanto, en esas palabras a las que ya no podemos sustraernos. Como consecuencia, aquel que consigue el secreto del otro adquiere un poder sobre él. Por eso la confidencia es un valor que se devalúa en el momento de ser dicha, pero que, en tanto que es un bien con el cual poder «mercadear», sigue teniendo un valor —sigue siendo un capital—.

Los abusos sexuales o el acoso han permanecido largo tiempo en la esfera de la confidencia al ser considerados temas que no podían ser dichos y denunciados públicamente

A partir de estos presupuestos, Fernández Porta analiza el papel que juega la confidencia en el ejercicio político, en el periodismo, en la construcción de la individualidad en la redes sociales —donde se proyecta un «yo» que no corresponde al propio, sino a la imagen que se quiere proyectar y por tanto permanece algo no dicho—, en el arte  —la confidencia, empezando por Henry James y acabando en Truman Capote, es potencia y material creativo—, y en los movimientos feministas y queer. Este último apartado resulta especialmente de actualidad puesto que permite pensar el movimiento MeToo como una denuncia que nace, en parte, de la confidencia. La confidencia —entendida tradicionalmente como el habla femenina, el habla ausente, el habla privada—, se relaciona con los abusos sexuales o el acoso así como con todo ejercicio de fuerza sobre el cuerpo de la mujer, en tanto que han permanecido largo tiempo como temas que no podían ser dichos y denunciados públicamente. En este sentido, el MeToo puede pensarse paralelamente al «outing» voluntario —el «outing» impuesto es un ejercicio de poder que utiliza la confidencia como un capital de intercambio—: aquello que era una confidencia —la orientación sexual— se hace pública y al hacerse pública funciona también como denuncia de la homofobia.

A modo de conclusión, hay que subrayar que la brillantez analítica y reflexiva de Fernández Porta queda patente en cada una de sus páginas. También la inteligencia a la hora de pensar la escritura como reflejo de las tesis propuestas, una narración que mantiene a lo largo de todo el ensayo la tensión entre la confidencia y el secreto, entre lo dicho y aquello que queda latente, sin decir y, al mismo tiempo, entre la confidencia convertida en verdad pública. Esta tensión narrativa obliga al lector a continuar con la reflexión, porque Fernández Porta no da respuestas, sino claves para comprender determinados fenómenos actuales que tienen que ver, ante todo, con el «yo» y su definición.


Imagen de cabecera, CC Alfredo Castilla

EN LA CONFIDENCIA, ELOY FERNÁNDEZ PORTA, ANAGRAMA, 2018