Llevaba poco tiempo leyendo Un dragón latente (Altaïr, 2014), la crónica que escribió Norman Lewis de su viaje a Indochina en los años 50, cuando la imagen de Indiana Jones asaltó mi cabeza. Imaginé a Norman Lewis y a Indiana Jones charlando animadamente, quizás en el banquete a base de insectos y sesos de mono que organizó aquel majarahá adolescente, adorador de la diosa Kali, en Indiana Jones y el Templo Maldito. Pensé que estos dos personajes, Lewis y Jones, el primero uno de los mejores escritores de viajes del siglo XX, con cerca de 30 libros y centenares de artículos periodísticos publicados, y el segundo el socarrón héroe creado por George Lucas en los años 80, se hubieran llevado bien de haberse podido conocer. Tras empaparme de todos los datos que encontré en Internet sobre la vida de Norman Lewis, me fui a Wikipedia a ver si había alguna biografía de Indiana Jones. Vaya si la había. Algún fan fatal había recopilado información de las películas, de la serie de televisión y de apuntes del propio George Lucas para construir una línea de vida imaginaria. La leí sorprendida al confirmar los paralelismos entre Norman Lewis e Indiana Jones, las coincidencias de fechas y recorridos vitales. Tanto tenían en común, que si Lewis y Jones hubieran compartido un mismo plano de realidad, es más que probable que se hubieran cruzado en alguno de sus viajes, e incluso podrían haberse embarcado juntos en alguna aventura. Quién sabe.

Norman Lewis e Indiana Jones hubieran sido de la misma quinta, o de una muy cercana. Lewis nació en 1908, y el año en que se sitúa el nacimiento de Indiana Jones es 1899. Lewis tuvo una infancia difícil. Huérfano de madre y olvidado por un padre que ejercía de médium e hipnotizaba a los pájaros, fue criado por unas tías locas. Al ficticio Indiana Jones tampoco se le conoce madre. Su padre, un eminente profesor de literatura medieval, andaba siempre perdido en sus estudios y solo se acordaba de su pequeño vástago para preguntarle la lección de griego en las ocasiones más inoportunas. El ejército les sirvió a ambos de vía de escape de sus familias y de primer contacto con lejanos mundos. Indiana Jones fue el primero en enrolarse. Tras entrenarse junto a Pancho Villa en la revolución mexicana, pasó a formar parte del ejército belga destinado en África en la Gran Guerra. Norman Lewis no fue al frente hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando participó en la ocupación aliada de Italia. En Nápoles 44 (1978), uno de sus mejores libros, deja testimonio de esta experiencia. Durante esos años, ya como reputado arqueólogo, Indiana Jones visitó China e India, se embarcó en la búsqueda del Arca de la Alianza y compartió con su padre, tras una agitada reconciliación, amante y Santo Grial. Norman Lewis optó por marcharse al Sudeste asiático tras la guerra y recorrió la Indochina francesa justo antes de que quedara devastada por la guerra de Vietnam. Un dragón latente es el fruto literario de este viaje.

Imaginad al Norman que recorrió Indochina en los 50. Un hombre discreto y afable, de ojos escrutadores, cuya serenidad de espíritu hace comprensible que sobreviviera a todas las adversidades hasta los 95 años. Según Wikipedia, Indiana Jones aún respiraba en 1993, con 94 años, junto a su familia en Nueva York. A estas alturas le faltaba un ojo. Tuvo suerte de que no le faltara nada más. Y un último apunte sobre este binomio imaginado: tanto Lewis como Jones se volvían locos por las mujeres. Norman Lewis se casó tres veces y se deleitaba escribiendo sobre toda beldad que se cruzaba en su camino. Indiana Jones dio mala vida a su amor Marion, llegando a coleccionar más conquistas que figuras sagradas del cristianismo.

Franceses aburridos, tribus acosadas y el Viet Minh

Un dragón latente nos traslada a principios de 1950. Por aquel entonces, Norman Lewis planeaba viajar a lo que a aún hoy se llama a veces, desde el punto de vista geográfico occidental, Extremo Oriente. Buscando un destino que todavía no estuviera contaminado por el progreso a base de cemento del comunismo, se decide por Indochina, de la que existían muy pocas crónicas en aquella época. A mediados de enero sube a un avión en París y se planta en Saigón, a la que describe como «una ciudad francesa en un país caluroso». Son los últimos años de Saigón como capital de la colonia francesa de Conchinchina, y los europeos instalados en ella siguen atrincherados en las amplias avenidas centrales que han occidentalizado para adecuarlas a sus gustos.

Cumpliendo con la burocracia que seguía todo extranjero que viajaba por la zona, Norman Lewis traba relación con los oficiales que forman la base de la colonia francesa. Los oficiales ayudan a Lewis a esbozar los primeros objetivos de su ruta, aunque de forma vaga, porque como le dicen, el desarrollo del viaje dependerá de los moyen de fortune (los «medios de la fortuna») con los que se tope. A Norman Lewis le gusta la expresión y se la apropia como amuleto de viaje (Indiana Jones tenía el Anything goes que cantaba Willie Scott). Como cree que en Saigón no encontrará ninguna moyen de fortune, emprende camino hacia Dalat, a la que llama «el patio de recreo de Indochina». Y desde allí, pasa a territorio moi.

Barcazas vietnamitas. Fotografía de Albert Padrol.

Sería más correcto hablar del territorio «que alguna vez había sido moi», porque en los años cincuenta pocos miembros de este pueblo, entre los más antiguos de los oriundos de Vietnam, sobrevivían libres. La jungla moi, en ese momento, estaba troceada en plantaciones de té propiedad de terratenientes extranjeros o era coto de caza de los franceses. Los franceses de la zona se aburrían y echaban de menos su casa. Además, sentían cierta culpabilidad por permitir que los terratenientes utilizaran a los moi como mano de obra gratuita, así que para ahogar la pesadumbre vital, sacaban la escopeta y disparaban a cualquier animal que tuvieran cerca. Y tenían muchos. El cuadro lo completaban algunos grupos de misioneros frustrados porque los lugareños no entendían conceptos abstractos como «Dios es amor». Y Norman Lewis, siempre lápiz y papel en mano, escribe que te escribe sobre todo lo que sucede a su alrededor.

Tras volver a Saigón para descansar unos días, Lewis vuela a Laos. En Laos, después de compartir algunas aventuras con el oficial Dupont, personaje imprevisible y de carácter desmesurado, una especie de caricatura de Indiana Jones, decide acompañarle a tierras de la tribu meo («la más misteriosa de las doce razas principales de la Indochina», según Lewis) a comprar un perro. Son cosas de dejarse llevar por los moyens de fortune. Dejo para el lector de Un dragón latente el placer de descubrir la narración de esta visita.

Lewis dedica la última etapa de su viaje a recorrer el territorio ocupado por el Viet Minh, donde visita diversos cuarteles del ejército en plena actividad combatiente y conoce a generales, soldados, campesinos, y hasta a un dócil prisionero alemán entrenado como mascota ideológica.

Prak, jefe del pueblo de Cu Ty.

A Lewis le gusta la expresión «moyens de fortune», de los que dependerá en su viaje, y se la apropia como amuleto

Mujer meo fotografiada por Lewis.

Fortuna y gloria

Mientras que, en la narrativa de ficción, los distintos conflictos que se les van presentando a los personajes, y su forma de resolverlos, marcan el desarrollo de la trama, en las crónicas de viajes, la trama está conformada por el mismo viaje. Indiana Jones nunca emprende un viaje sin un objetivo («fortuna y gloria, muñeca, fortuna y gloria»). El objetivo de Norman Lewis al viajar es vivir el viaje. A tal fin, se empapa bien de los lugares y vuelca sus sensaciones en el papel desde el punto de vista (casi) neutral del viajero. Lewis observa sin juzgar, describe sin tomar partido pero sin renegar de su origen europeo privilegiado, sustituyendo prejuicios por una ironía tan exquisita como bárbara. Sus descripciones, extensas y detallistas unas veces, hechas con cuatro trazos certeros en otras ocasiones, golpean la imaginación del lector con su agudeza, vivacidad y dominio del lenguaje.

Al oficial Dupont, compañero de aventuras, lo describe así:

«Hasta entonces había conocido a intelectuales, soldados y políticos franceses, pero Dupont era el hombre de acción, aunque la acción a menudo parecía carecer de motivación o relevancia. Era un corsario desfasado, un aventurero que fanfarroneaba haciéndose el nativo y cuyos fervores el ensueño de Laos sin duda acabaría por domeñar y atemperar. Dupont se había casado con una laosiana en Luang Prabang y decía que nunca volvería a Francia».

Lewis, en cambio, nos habla de los moi con la más honda de las compresiones:

«Al moi no se le ha permitido la iniciativa de afrontar un ataque desde un punto de vista inesperado. Si alguien ofende al espíritu tutelar del poblado, la cosa puede solucionarse sin gran dificultad. Pero si una compañía maderera llega con una concesión y tala el baniano que alberga el espíritu y se lo lleva, ¿qué debe hacerse? Es el fin del mundo».

«Sólo el bebé se atreve a mirar.» Familia moi fotografiada por Lewis.

Aunque no todos los explotadores son extranjeros. Así presenta Lewis a Prak, jefe del pueblo de Cu Ty:

«Era un villano enorme y sonriente, un Enrique VIII járai, cuyo nombre, Prak, significaba «dinero». Tenía cinco elefantes, tres esposas, varios arrozales y un jeep, que le había regalado el hacendado de Pleiku, de quien se sabe que le pagaba diez piastras por cada hombre que proporcionaba a las plantaciones, además de la media piastra que le pagaba el gobierno».

Tras el viaje que relata en Un dragon latente, Norman Lewis siguió recorriendo vida y explorando mundos. Alcanzó el corazón de Indonesia, Birmania e India. Convivió una temporada con caníbales de Papua. Se tostó al sol de la Costa Brava. Conoció el mundo de la mafia de mano de su suegro, un capo siciliano. Y se atrevió a llamar «impostor» y «mentiroso» a otro ilustre viajero y escritor contemporáneo: Lawrence de Arabia, figura a medio camino entre la realidad y la ficción, entre Lewis y Jones, que inventó un personaje de sí mismo que trascendió a la persona real.

Pero a la postre, el mayor logro de Norman Lewis —según él mismo, su «fortuna y gloria»— fue la creación en 1969 de Survival International, organización dedicada a la protección de los pueblos indígenas y tribales del mundo. Survival International nació gracias al impacto que tuvo la publicación en el Sunday Times de su artículo «Genocidio en Brasil» (recopilado en El expreso de Rangún, Genocidio y otros relatos, Altaïr 2009) que formaba parte de la campaña de denuncia del genocidio de los indígenas amazónicos a la que dedicó grandes esfuerzos.