El periodista Marc Serena conoció en 2011 a la cantante Cesária Évora en su casa de Mindelo, en la isla de São Vicente (Cabo Verde). De aquel encuentro nació la idea de su primera película, codirigida con Pablo García Pérez de Lara y rodada en criollo. Su protagonista es Tchinda Andrade, la trans que da nombre a las otras trans de su isla y que se ha convertido en una de sus mujeres más queridas. El largometraje documental se titula Tchindas y, tras recibir ocho premios en festivales internacionales de cine, se estrenó en noviembre de 2015 en Cabo Verde.
Esta es la crónica del viaje.
«¿Venís a visitar a Cize? Un momento, que está descansando. Iré a ver si se ha levantado».
Recuerdo aquellas palabras con una extrema nitidez. Era Pirok, el que fue asistente durante veinte años de una de las mejores cantantes de África, Cesária Évora, conocida por sus vecinos y amigos como Cize. Nos presentábamos sin avisar en su casa, a primera hora de la tarde de un jueves que creíamos cualquiera.
Daba sensación de normalidad porque estaba con Tchinda y Edinha, dos vecinas que la conocían de toda la vida. También lo hacía más familiar que la casa de Cesária fuera discreta, de color pastel como tantas otras, en una avenida céntrica pero sin nada en especial de Mindelo.
Ahora su fachada aparece inmortalizada en uno de los primeros planos de la película, aunque la mayoría de espectadores no la identifiquen. No parece, para nada, el domicilio de una diva, a pesar de que en este archipiélago de islas volcánicas situado a 500 kilómetros de Senegal no haya nadie más respetado que Cize.
Cesária tenía setenta años y podía estar orgullosa de haberlo hecho todo en la vida. O por lo menos de haber vendido seis millones de discos y de haber actuado en los mejores auditorios del mundo. Incluso Madonna decía que era su cantante favorita.
Casi camuflados, como si no fueran más que trofeos de baloncesto de su nieto, estaban sus Discos de Oro y un Grammy
Lo habitual era encontrarla de gira o en su casa en París. Pero unos problemas de salud le habían obligado a abandonar los escenarios. El médico le había pedido dos cosas: que dejara de fumar y que descansara. Ella decidió cumplir sólo la segunda.
Pero volvamos a aquel 15 de diciembre de 2011, cuando Pirok reapareció y nos invitó a entrar al comedor. Allí nos encontramos con una abuela de andar ondulado y mirada esquiva. Lucía un vestido de estar por casa morado, desgastado, incluso recuerdo un pequeño desgarro en el cuello.
Teníamos ante nosotros a Cesária Évora: una mujer tosca, poco amante de las sofisticaciones pero que saludaba a Tchinda y Edinha, las vecinas, por su nombre. Se sentó con nosotros sin más y nos invitó a ponche de coco y a grog, el aguardiente nacional.
Tenía dificultades para abrir el paquete de tabaco con sus manos temblorosas. Así que pidió ayuda a Pirok, mientras en la casa reinaba un silencio teñido por las conversaciones remotas que nos llegaban de la calle. Su puerta seguía abierta.
A nuestro alrededor, paredes llenas de recuerdos familiares: fotografías de bautizos, comuniones y decenas de pequeños objetos de valor emocional. Casi camuflados, como si no fueran más que trofeos de baloncesto de su nieto, estaban sus Discos de Oro, de Plata y la estatuilla del Grammy que ganó en 2004.
—Ya lo ves, es nuestra diva— me dijo bajito Tchinda.
Enmarcada estaba la portada del disco que la dio a conocer al mundo: Miss Perfumado (1992). Sólo en Francia vendió 300.000 ejemplares y aquellas canciones la consagraron como embajadora universal de la morna, el fado de Cabo Verde, el blues de estas islas, el género que mejor expresa esta nostalgia intraducible.
Le felicitamos una y otra vez y le dimos las gracias por dejarnos curiosear.
—Pero ahora todo terminó— espetó en un criollo que incluso yo entendí mientras encendía un cigarrillo.
La casa volvió a enmudecer hasta que apareció el tema de conversación infalible: el carnaval. La isla de São Vicente trabaja unida a principios de año para hacerlo posible.
—Es como un Brasil en pequeño. ¡Tienes que venir!— me dijo tajante, mirándome directamente a los ojos por primera vez.
Asentí, mientras volvía poderosamente a mi memoria la canción que le dedicó a la fiesta:
São Vicente e um Brasilin
Chei di ligria chei di cor
Nes tres dia di loucura
Ca tem guerra e carnaval
Ness morabeza sen igual
El destino quiso que Cesária muriera 36 horas después. Volvimos a su casa para dar el pésame a la familia y acudimos al funeral —de Estado—, que se convertiría en uno de los momentos claves de la historia reciente del país. Moría una mujer que parecía invencible, la caboverdiana más querida.
Me acuerdo de llamar a Madrid, a la redacción del periódico donde escribía y, cuando les conté lo que me había pasado, me dijeron que adelante pero casi ni me dieron espacio. ¿Será que coincidió que ya había otra noticia de África aquel día? ¿O el futbol había robado la enésima página de cultura o de internacional?
La verdadera crónica de los hechos la publiqué en el libro ¡Esto no es africano! Del Cairo a Ciudad del Cabo a través de los amores prohibidos (Xplora, 2014), en el que cruzaba el continente a través de personas perseguidas por su orientación sexual o identidad de género.
El destino quiso que Cesária muriera 36 horas después. Moría una mujer que parecía invencible, la caboverdiana más querida
Aquella ciudad y aquel encuentro me marcaron. Me di cuenta de que nunca había visto una película rodada en Cabo Verde ni en criollo. Así que volví dos años después, en 2013, con Pablo García Pérez de Lara, un artista y artesano del cine. Nos trajimos una cámara barata, unos cuantos micrófonos… y empezamos a filmar.
Vivimos con intensidad el carnaval y sus preparativos, tal y como se lo había prometido a Cesária. Volvimos después de cinco semanas cargados de discos duros llenos de ficheros con nombres imposibles de memorizar. ¿Saldría una película de allí? ¿Sin haber escrito un guión? ¿Un documental? ¡Pero si no habíamos entrevistado a nadie!
Recuerdo el día antes del carnaval, cuando, por las tensiones de los preparativos, Tchinda empezó a llorar mientras estábamos filmando. Dejé de grabar el sonido y me fui a abrazarla. Después me di cuenta de que habíamos perdido una escena que hubiera podido ser valiosa.
Así nacían más dudas: cuando miráramos el material, ¿habría algo interesante? ¿Alguien en Barcelona nos ayudaría a traducir las 50 horas de imágenes? ¿Pablo tendría la paciencia de pasar horas y horas montando y remontando algo que nadie esperaba?
*
Es noviembre de 2015 y han pasado cuatro años desde aquel primer encuentro con Cesária. Vuelvo a Cabo Verde con la película bajo el brazo, ya terminada, para mostrar los 94 minutos del resultado final a la gente que allí aparece. ¿Les gustará? ¿Le encontrarán algún sentido? El estreno será en la sala de cine más grande del país, en el festival Plateau de Praia, la capital, lejos del Mindelo donde se rodó.
Pablo, pese a las muchas ganas y las horas acumuladas en la sala de montaje, no puede acompañarme. Acaba de tener a su primera hija y no quiere perderse sus primeros instantes de vida. Viene Norma Nebot, la última persona en sumarse al proyecto, que grabará la reacción del público y, ahora sí, entrevistas para colgar como material extra del documental en Internet y material de sensibilización.
La llegada a Praia es antipática, lo mejor de Cabo Verde no suelen ser las primeras horas. A lo mejor es porque las colas del visado son largas, o porque en el mismo avión llega un grupo de unos treinta jóvenes norteamericanos que aterrizan para evangelizar el país. Llevan su nombre en chapas colgadas en el pecho. Son mormones —o de alguna franquicia similar— y vienen con tiempo, dinero y bien alimentados para difundir sus mensajes.
África, e incluso el lejano Cabo Verde, están entre sus objetivos y los efectos de su trabajo son contrastadamente nocivos. Sólo hay que ver el reciente documental God Save Uganda (Roger Ross Williams, 2013), que describe el poder que tienen las iglesias más reaccionarias para alentar la persecución de las personas que no piensan como ellos.
Vivimos con intensidad el carnaval y sus preparativos, tal y como se lo había prometido a Cesária
Me alegra separarme de su camino. Un coche nos acompaña al centro de Praia, desértico y oscuro, que poco invita a ser andado por la noche. Como el festival no nos paga nada, el hotel donde nos alojamos es modesto y tiene una recepción asfixiante, también casi sin iluminar. El chico que nos recibe nos informa de que no podemos hacer ninguna llamada a esta hora ni conectarnos a Internet.
Pero dice el proverbio que una sonrisa cuesta menos que la electricidad y da más luz. En este caso es verdad y la del recepcionista es luminosa. Da sentido a una de las palabras más intraducibles del criollo caboverdiano: «morabeza», esta hospitalidad extrema de la que se sienten orgullosos.
Es una noche calurosa y tropical, las habitaciones no tienen ventanas y por las escaleras hay cucarachas (en portugués «baratas», por lo que pienso que parece que quiera decir que suelen estar en lugares como éste). Así que decidimos salir a visitar el cine donde se proyectará la película.
La primera chica de la organización con quien hablamos, cuando oye el título de la película, nos regala otra de estas sonrisas esplendorosas. Nos cuenta que ella ahora vive en Praia pero que nació en Mindelo, en la isla de São Vicente donde rodamos la película, y que admira a Tchinda, nuestra protagonista, desde que era pequeña.
Notamos enseguida que hay muchas ganas del estreno. Leemos en uno de los principales periódicos del país que es «una de las películas más esperadas del año» y parece que el título también ha gustado.
Dudamos mucho sobre si Tchindas era la mejor opción. Un productor de documentales de los que tienen varios millones de euros de presupuesto, nos dijo en una sesión de coaching que se debería llamar Pequeño Brasil. Estaba muy convencido de que eso atraería más la atención del público, que así vería interesante conocer una película que describe un lugar en medio de África tan distinto a los clichés.
Pero después, con Yolanda Olmos, la productora de nuestro documental, llegamos a la conclusión de que ese productor seguramente nunca hubiera producido una película como el nuestra, carente de cualquier interés comercial o industrial, por lo que mejor que siguiéramos fieles a nuestros impulsos y le llamáramos como nos gustara.
Inicialmente habíamos pensado en centrar la peli en Tchinda Andrade, la mujer que en 1998 sacudió el país con una entrevista en el semanario local contando su sexualidad. Desde entonces, su nombre propio se ha convertido en la manera como son llamadas las mujeres trans y gays de su isla.
Pero ella rehuyó nuestro ofrecimiento de protagonismo desde el primer día y nuestras grabaciones terminaron mostrando el esfuerzo colectivo de toda una isla, por lo que decidimos ser coherentes, con el nombre en plural del título.
Tchinda Andrade sacudió el país en 1998 con una entrevista contando su sexualidad. Desde entonces, su nombre propio se ha convertido en el de las mujeres trans y gays de su isla
Al día siguiente llegaban las protagonistas de la película a Praia, para asistir al estreno y verla por primera vez. Fuimos con Norma a buscarlas. Tchinda estaba acompañada de Edinha Pitanga y Elvis Tolentino.
Tenía unas ganas enormes de volverlas a ver, después de pasar tanto tiempo pensando en ellas. El reencuentro fue emocionante, los abrazos sinceros… Venían vestidas de la manera más elegante y Tchinda estaba más madura que nunca, a sus 38 años.
El estreno también representaba mucho para ellas. Nunca han viajado fuera de Cabo Verde y han tenido pocas ocasiones para salir de su isla, que ocupa poco más de 20 kilómetros de un extremo al otro.
Aunque quisieran o tuvieran el dinero, no podrían viajar a los países más cercanos, ya que su vida peligraría. En 34 de los 54 estados africanos se persigue la homosexualidad por ley, o sea que es la misma policía y los jueces —que siempre suelen ser hombres— quienes se encargan de detener y encarcelar.
En el caso de la vecina Mauritania, Tchinda podría ser castigada con pena de muerte. Es cierto que en los últimos años no se está aplicando, pero la ley ensombrece y sirve como amenaza diaria sobre la vida de muchas personas.
En Senegal, el país más cercano, donde hay una democracia y se ensalza también su hospitalidad —la teranga— siguen las penas de prisión y torturas policiales indiscriminadas para las personas en base a su orientación sexual real… o percibida.
Porque esta es la otra, ¿cómo se puede probar una cosa tan íntima como con quién te acuestas? Muchas veces es suficiente con llevar los labios pintados o una dosis de lubricante en el bolsillo para pasar a ser sospechoso.
Las tchindas de Mindelo no podrían viajar a estos países y la película donde ellas aparecen tampoco. Aunque para algunos espectadores el documental pueda parecer incluso naíf porque busca sólo capturar un pedazo de vida, nos hemos encontrado con programadores occidentales —franceses en concreto— que nos han explicado que si quieren seguir haciendo negocio en el continente han de olvidarse de tener una película como la nuestra en su catálogo. Y ellos mismos se autocensuran y filtran sin rechistar.
Aunque Cabo Verde podría ser un paraíso para las personas trans de Senegal y Mauritania, la represión en estos países es tal que la información no les llegará. También es cierto que este país, independiente de Portugal desde 1975, tiene, como el resto, muchas cosas por mejorar: hacía seis años que Tchinda y Edinha no venían a Praia y guardan un mal recuerdo; la última vez fueron apedreadas mientras andaban por la ciudad de noche.
Aunque quisieran o tuvieran el dinero, no podrían viajar a los países más cercanos, ya que su vida peligraría
Cuando subimos en un taxi que nos lleva del aeropuerto al centro de Praia, se sinceran y me cuentan lo que les ha pasado esta misma mañana.
En el aeropuerto de São Vicente había problemas técnicos y el policía de turno ha invitado a los pasajeros a dividirse en dos hileras separadas entre hombres y mujeres. Cuando Tchinda y Edinha han querido colocarse en la hilera de la identidad con la que viven cada día, con la que son socializadas y reconocidas por su gente… el policía se ha sentido con el derecho de negárselo y las ha avergonzado en público.
Una situación de discriminación que no pueden denunciar en un país que aún no permite que su documento de identidad refleje su nombre y su género real. Un país que, como tantos otros en el mundo, no incluye a las personas trans en su sistema de salud y no persigue específicamente la violencia —real o simbólica— que sufren.
«Hay cosas que no podemos hacer, como el matrimonio y la adopción para las personas del mismo sexo, la sociedad no está preparada», me decía una política caboverdiana conservadora, utilizando el típico argumento para frenar los avances sociales.
«Además, si hablamos de estos temas en la escuelas, ¿no puede suceder que la homosexualidad se ponga de moda o que haya adolescentes que vivan esta vida simplemente porque es guay?», me decía ante mi cara de estupefacción.
Por suerte, la sociedad está más preparada que muchas personas con responsabilidades y el estreno es, por cierto, un éxito total. Las primeras hileras están ocupadas por chavales pasándoselo bien, la platea vibra y aplaude varias veces durante la película, poniéndose de pie para recibir a las tres tchindas como si fueran rutilantes estrellas de Hollywood. Tras los créditos finales los aplausos se mantienen largo tiempo.
Para siempre quedará en mi memoria el momento en que Tchinda es entrevistada en el photocall del festival por la televisión del país: se pone a llorar hablando de su madre Teodora, la que siempre la ha apoyado, con quien convive cada día, la persona que ha sacado adelante a su familia numerosa sin saber leer ni escribir.
En la vecina Senegal dicen que una persona rica, sin familia, es, en realidad, pobre. La familia es clave en África como en el resto del mundo. Y Tchinda es una afortunada que goza de su familia biológica, de sus vecinos y también de sus amigas, su familia escogida.
Cuando la veo emocionarse dando gracias a su madre por televisión me emociono yo también y me abrazo a Claudia Rodrigues, una socióloga caboverdiana que trabaja para conseguir que los derechos de todas las personas sean respetados. Es un momento bonito y veo cómo la presentadora de la televisión empieza a llorar también.
Por suerte, la sociedad está más preparada que muchas personas con responsabilidades
El día siguiente volamos del aeropuerto Nelson Mandela de Praia al aeropuerto Cesária Évora de Mindelo. Ahora Cesária ya no está pero al recoger las maletas nos encontramos con una imagen suya enorme en la que aparece como tapándose la cara con la mano.
No parecía muy amante de las fotografías pero desde este 2015 su cara aparece en los billetes de Cabo Verde y hay también un busto suyo a la salida con la palabra «Sodade», la melancolía que define a la gente del país y el nombre de su canción más conocida.
El estreno de Tchindas en el centro de Mindelo es aún más sentido. Tiene lugar en el patio florecido de la Alianza Francesa, bien cerca de los escenarios donde se grabó la película. Empezamos con más de una hora de retraso respecto el horario previsto, pero nadie se pone nervioso.
Cuando empieza la proyección de la película se hace el silencio y nacen las sonrisas desde la primera escena. Me fascina cuando descubro que el sonido ambiente de la película —tan cuidado por Verónica Font en la postproducción— se mezcla con el real de las calles.
Como sucedió en Praia, viene mucha más gente a ver la película de la que puede acomodar el lugar. Las tchindas son muy conocidas y en el pase están muchas personas que hicieron posible la película, como Ailson, Bat, Alice, Anita, Luna, Jessica, Juliette… y tantas otras personas que nos ayudaron durante el rodaje.
Cuando salen los créditos, el público vitorea a Tchinda una vez más como la referente que es. Con eso yo me olvido por un momento de todos los problemas que ha habido para hacer la película y de todas las personas que nos han complicado la vida.
Me olvido de la ejecutiva de una televisión que me dijo que no nos compraba la película porque iba con subtítulos, de los mensajes anónimos recibidos acusándonos de «fomentar el satanismo», de las negativas de varias instituciones de Mindelo a proyectar la película, de los periodistas que se toman a las personas que salen en el documental como «personajes», de los gays caboverdianos ricos que las critican por ser «escandalosas y excesivas» a pesar de ser quienes lideran con su visibilidad el cambio en el país…
Me olvido también de todas las personas que fomentan la confusión llamándolas en masculino, lo que en inglés describen tan bien con una palabra: «misgendering». Me olvido también del Ministro de Cultura del país, que no asistió al estreno de la película y que, cuando me lo encontré de casualidad en el hotel, se fue corriendo porque no tenía ni 10 segundos para nosotros.
Tchindas es una película extraña, porque los que se esperan una vez más una África víctima de todo o un documental donde al haber personas trans se hable sólo de su transición… se encuentran con una historia distinta.
A su vez, ha sido un gran shock para Cabo Verde, porque recibe el éxito internacional un documental protagonizado por personas que se encuentran a gran distancia de la clase dirigente, que aquí también es una pequeña élite.
Estoy satisfecho porque muchas personas han hecho lo posible para hacer la película que le gustaría ver a Cesária Évora. Es por eso que ella es también la autora de la banda sonora con cuatro canciones. Como dice en una de ellas: «Sé que he pecado / desde el día que te conocí. / Pero si amarte es un crimen / ya me pueden condenar».
Más claro, en criollo.