Hay fotografías que, con tan solo mirarlas, nos transmiten la fascinación de su autor al tomarlas. Nitish Meena viajó a Alaska en busca de paisajes únicos; y claro, los encontró. El Monte Denali entre las nubes, las ballenas y las orcas en los fiordos de Kenai, las extravagantes puestas de sol en Talkteena… Alaska se mostró en su faceta más salvaje delante de sus ojos, y Nitish supo capturarlo con su cámara para nuestro disfrute. Altaïr Viatges ofrece la posibilidad de construir viajes a medida o en grupo a esta «última frontera»; las fotografías de Meena nos adelantan, aunque aún no hayamos puesto un pie en el salvaje norte, ese asombro por unos espacios naturales que parecen más grandes que nuestra imaginación.
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«Solo hay una carretera que conduce al corazón de Denali. Tengo muchas ganas de poder llevaros hoy conmigo en este viaje tan salvaje», nos dice el guardabosque de forma muy animada, aun siendo las cinco de la mañana. Es verano en Alaska, por lo que el cielo siempre está claro; yo todavía no me creo del todo que sea tan temprano, pero intento igualar la energía del hombre con mi mejor sonrisa. Me instalo con mis amigos y familiares en la última fila del autobús, al lado de la ventana, con mi cámara y mi chaqueta amarilla. Nos esperan doce horas de viaje cruzando un viento salvaje, con la promesa de experimentar la autenticidad de Alaska.
A medida que nuestro recorrido avanza, aparecen en nuestras miradas nuevas escenas, presentadas con un delicado y mágico movimiento. El ojo se ve llamado por la silueta de las montañas situadas ahí a lo lejos, limitadas en ambos costados por tierras de una variedad fascinante: una tras otra se vuelven más débiles y etéreas a medida que ganan distancia respecto nuestro autobús. El paisaje alaskeño está repleto de detalles magníficos: cada movimiento en él es tan nítido que me produce escalofríos.
Escaneando la carretera que se dibuja delante suyo, el autobús baja su velocidad hasta pararse por completo. La vista nos deja boquiabiertos, pero ese no es el motivo por el que el conductor ha interrumpido la marcha. Una familia de osos salvajes bloquea parcialmente la calzada. Parecen bastante acostumbrados a la presencia de los autobuses, porque prosiguen con su rutina veraniega sin menor inconveniente. Yo les observo con los ojos tan abiertos como ese paisaje que se abre frente mí.
Nos vamos adentrando en el Denali National Park y experimentamos un abanico de cambios meteorológicos. Una tormenta se encarga de taparnos la cima del Monte Denali, la montaña más alta de América del Norte. No obstante, la maravillosa viveza del paisaje que me rodea es poco menos que impresionante.
Cuantos más momentos como este presencio, más quiero quedarme a vivir en ellos.
El día ha sido lluvioso cerca de Wonder Lake, pero justo en el atardecer las nubes parecen haberse derretido. En Talkteena presencio una de las puestas de sol más extravagantes —por su colorido— de cuantas haya visto jamás. Las cimas y los campos de nieve situados en la distancia se enrojecen con un intenso resplandor alpino rosado de belleza inefable. Estoy seguro de que siempre recordaré esta puesta de sol en Denali, la primera en Alaska, por su triunfante grandeza que parece desafiar tormentas y dar vida a los pinos.
En momentos como este me siento muy pequeño, aunque también parte de todo. Y me encanta.
Para los amantes de lo salvaje, Alaska es uno de los lugares más apasionantes del mundo: ¡hay tanto para explorar, y en todas direcciones! Tras llevarme de Denali un tesoro para toda la vida, continuamos nuestro viaje hacia Kenai, situado en la parte sur de Alaska. La pintoresca carretera de Seward nos ofrece tras cada curva paisajes nobles en abundancia. Para hacerse una idea de la riqueza paisajística de esta zona, es bueno recordar que Alaska tiene casi 42 000 km de costa, más del doble que el resto de Estados Unidos. Interrumpimos nuestra ruta en diversas ocasiones para capturar como merece esta belleza que nos brinda la luz diurna que nunca parece irse del todo. Antes de llegar a Exit Glacier en la medianoche, hacemos una caminata rápida para saborear la última luz tenue.
Ya en el siguiente día, decidimos jugárnosla ante la climatología impredecible: tomamos un hidroavión para ver el Parque Nacional de los Fiordos de Kenai desde una perspectiva diferente. La suerte nos sonríe lo suficiente al ofrecernos una hora de día soleado en una jornada más bien nublada. Podemos disfrutar de vistas únicas de colores y formas que solo la naturaleza puede inventar: glaciares, picos, bosques y fiordos que parecen de otro mundo.
No existen palabras para describir con la adecuación que merece tan sublime grandeza. La noble simplicidad y finura de la escultura de los fiordos; sus magníficas proporciones y los glaciares más allá.
Con un día más de margen —y un deseo imparable de explorar— nos subimos en un tour marino para divisar el glaciar Holgate, situado en las profundidades del Kenai. El salto de una ballena gigante nos da la bienvenida a Resurrection Bay, por lo que nuestras expectativas quedan rápidamente superadas. Después de un tiempo, debajo de las sombras heladas del fiordo, nos quedamos asombrados contemplando los movimientos de más de treinta orcas en su hábitat natural.
Día tras día agradecemos la increíble meteorología que nos ofrece Alaska: parece que flotemos por encima de un auténtico país de las maravillas, con cada vista más fascinante que la anterior, justo cuando creíamos que ya no podríamos observar nada más hermoso.
Un lugar tan salvaje como Alaska me recuerda las palabras de John Muir: «Uno aprende que el mundo, aunque está hecho, todavía se está haciendo; que todavía estamos en la mañana de la creación de la naturaleza». Y creo firmemente, sea lo que sea lo que nos depare el futuro, que los tesoros que hemos obtenido en este glorioso viaje enriquecerán nuestras vidas para siempre.