IRSE AL CAMPO

Hubo una época de mi vida en la que yo me lo jugaba todo al azar. Pero no al azar azaroso —valga la redundancia—, sino al azar objetivo. Y no me refiero a que yo fuera ludópata; lo que pasa es que me dejaba llevar por los signos y los objetos que me encontraba por casualidad al caminar por la calle. A todos esos signos y objetos, yo les concedía un maravilloso significado simbólico y era ese significado asignado por mis deseos y mi subjetividad el que me dictaba al oído y en secreto mi destino más inmediato y también el más trascendental. Fue así como las plumas de los pájaros urbanos comenzaron a orientar mi trayectoria y mis direcciones.

Por aquel entonces, yo vivía en Madrid —como siempre desde mi nacimiento—, la gran y monstruosa megalópolis. Y era frecuente que me encontrara plumas sueltas sobre la acera, plumas que le habían pertenecido a alguna paloma o a algún vencejo, vaya usté a saber. El caso es que mi imaginación r...


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