El último año no fue fácil. Nadie quiere pronunciar «2020», así de malo fue; también para los que tuvimos que pasar demasiado tiempo confinados entre cuatro paredes. Forzados a comportarnos con responsabilidad de una forma insólita —no yendo a ninguna parte—, anhelamos emoción y aventuras. En mi caso, decidí que era el momento de empezar a conocer mejor mi país, Serbia.

Por eso he viajado más de lo habitual, a lugares que nunca me planteé. He visitado ciudades importantes como Novi Sad, pero también más pequeñas, como Vršac, en el este del país, desde la fortaleza de la cual se divisan los Cárpatos, ya en Rumanía. También Valjevo, en el área occidental montañosa de Serbia; o Bačka Topola, en el norte, donde es habitual oír conversaciones en húngaro.

En la Serbia profunda, una vez dejas atrás la adorable Belgrado, los lugares se ven más frágiles. No hay rastro de esas fachadas bien arregladas, frescas, que rejuvenecen artificialmente una ciudad. Las calles están vacías y parece qu...


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