El escritor y periodista británico George Orwell expresaba que «ver lo que está delante de nuestros ojos requiere un esfuerzo constante». Y es que, aunque nos parezca obvio, la profesión de juntaletras debería tener el afán por apoyarse en una ética y en una calidad tenaces para ver lo que está delante de forma correcta. Características que muchos han perdido por el camino o que ni siquiera se han preocupado por encontrar.

Son conceptos indiscutibles, y muy similares a los de un artesano que hace bien su trabajo, con mimo, cuidado y profesionalidad. Y que hoy —tristemente— en muchas de las publicaciones que leemos a diario, nos da la sensación de que se desvanecen, desaparecen. Todos los días surgen más y más blogs, «redacciones que se crean sólo con un ordenador y un móvil», noticias realizadas a partir de refritos, informaciones que se lanzan sin contrastar, sin crear el contexto, sin que el que escribe tenga la oportunidad de realizar un análisis y sin una investigación para que el que lea pueda pensar.

Basta con escuchar a dos periodistas de gran renombre dentro de este oficio: Bru Rovira y Xavier Aldekoa. Gracias a su encuentro, organizado por Altaïr Magazine en la librería Altaïr de Barcelona bajo el título «Las carreteras secundarias del reportero» y moderado por Pere Ortín, podemos entender qué es lo que está pasando en el sector y contemplar lo que algunos llaman «la pornografía de la información» frente a «la ética del periodismo». Por suerte, hay profesionales que no han olvidado esto último.

Dos generaciones complementarias

Bru Rovira (Barcelona, 1955) y Xavier Aldekoa (Barcelona, 1981). Dos reporteros humanistas, presentes en muchos de los conflictos africanos. Con casi treinta años de diferencia, pertenecen a generaciones dispares, pero ambos incorporan una visión de su profesión bastante cercana, en términos de contrastar fuentes e investigar. Eso sí, Bru se declara de la vieja escuela, de «tener un maestro que edite tu texto en la redacción», y Xavier es más partidario de las tecnologías, de las redes sociales y de los comentarios que «hacen los amigos que también son maestros aunque no se dediquen a tu oficio».

Sin embargo, los dos coinciden sólidamente en que el periodista tiene un compromiso diario con el lector, de ética y calidad. Así que «cuando ves al otro —al entrevistado— como un elemento informativo, tú te estas muriendo como redactor», expone Rovira. Si a esto le añades «dedicarle poca sensibilidad, más dolor provocarás en la otra persona y más preguntas equívocas harás», opina Aldekoa. «No se trata sólo de contar las historias de las víctimas, algo que muchos denominan la pornografía de la información».

Por tanto, lo más sensato a la hora de abordar temas delicados, como los que Rovira y Aldekoa se han encontrado a lo largo de estos años de profesión, es «crear un espacio íntimo para que alguien te explique realmente lo que le está pasando y así poder contarlo tú con pasión», afirma Bru.

Lo mismo sucede con la naturaleza de los contenidos. «El compromiso es la calidad», apunta el plumilla de la vieja escuela, «para que el lector pueda pensar por sí mismo, si no se convierte en una información muy superficial para este mundo consumista; la gente va por el mundo sin hacerse preguntas». Es decir: el análisis, la investigación, crear el contexto de la noticia son la clave en cualquier reportaje que se preste. Sólo así se conseguirá un «periodismo de servicio y no de negocio» como subraya el periodista más tecnológico.

Ante el masivo acceso a la información que Internet ha permitido en las últimas décadas, se provoca «una falta de jerarquía de contenidos», razona Bru. «Todo vale, las noticias chorras también». Es más, coexiste con un consumo compulsivo de la información que «rompe el periodismo; es una forma de (auto)censura». En este camino se pierde la investigación, la calidad y el trabajo de artesano, del profesional, aseguran los dos reporteros.

Y es que hoy se apuesta por un volcado de la información —la cantidad por encima de la calidad— sin pensar en hacer preguntas más allá de lo que tenemos, como si no quisiéramos esforzarnos constantemente en ver lo que está delante de nuestros ojos, como apuntaba Orwell. «El periodista debe hacer preguntas para buscar las respuestas», amplía Rovira, «y buscar la verdad».

George Orwell también disertaba en su tiempo sobre la evidencia, discurriendo que «en una época de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario». Palabras que podemos seguir aplicando hoy, para seguir siendo esos revolucionarios, los que llevan la verdad al lector, no para adoctrinar, pero sí para hacer pensar y no perder la esencia del periodismo: un oficio de artesanos de las letras.