«Nadie se ha arruinado nunca por subestimar la inteligencia del pueblo estadounidense», dejó dicho P. T. Barnum, el empresario de circo, cuyas frases célebres e hitos vitales compara Aaron James a los del magnate Donald Trump. Quien llegara a ser alcalde de Bridgeport (Connecticut) es un desconocido para el lector español del siglo XXI, pero seguramente su equiparación con el candidato republicano sea más acertada que la que se le hace a Trump, con trazo grueso y prisa de telediario, con Hitler o Mussolini. «Trump carece de una ideología sólida, por más que lo acerquen a ellos su personalidad arrolladora y sus tendencias autoritarias», escribe James, doctor en Filosofía por Harvard y profesor en la Universidad de California, en Ensayo sobre la imbecilidad.

En este libro, James, también compara a Trump con Silvio Berlusconi por «el aire jactancioso, el protagonismo en las cuestiones relativas a su cabello y a la voluptuosidad de los lúbricos programas televisivos del italianos». Añade otro nombre actual y más cercano a la lista de cargos públicos nefastos: Newt Gingrich, al que denomina «padre de la política imbécil reciente». Gingrich, que fue presidente de la Cámara de Representantes en los años que gobernó Bill Clinton, es hoy un apoyo incondicional de Trump y ha protagonizado escenas que bien podrían ser obra del magnate inmobiliario. La última, con la periodista Megyn Kelly, a la que acusó de estar «fascinada por el sexo» por preguntarle por los casos de acoso sexual de los que se acusa a Trump.

Otros imbéciles

Pero en su intento de explicar que Trump no es una excepción en la historia de Estados Unidos, James añade nombres muy interesantes, como el del demócrata Aaron Burr, a la lista de «políticos imbéciles». En el libro sólo los cita, no explica quiénes son y debería, pues sus biografías dan cuenta de lo antigua que es la figura del patán metido a servidor público. Burr fue, nada menos, que el tercer vicepresidente de los Estados Unidos en el siglo XVIII, aficionado a los duelos cuando ya estaban prohibidos y llegó a estar acusado de asesinato. Otro es George Wallace, gobernador de Alabama en los años sesenta que pasó a la historia por su frase: «Segregación ahora, segregación siempre», una idea fija y racista que no le permitió seguir en las filas del Partido Demócrata.

«Soy uno de vosotros», parece decir a sus electores y se le olvida añadir «pero bastante mejor»

A diferencia de aquellos, Trump es, según James, «un payaso bobo» que ofrece como gran fortaleza no ser un político profesional, sino alguien hecho a sí mismo que no forma parte del establishment. «Soy uno de vosotros», parece decir a sus electores y se le olvida añadir «pero bastante mejor». Trump, dice el libro, se cree mejor porque es rico; se cree mejor porque es blanco; se cree mejor porque sale indemne de problemas financieros, divorcios y bretes mediáticos. Y el público le compra el mensaje, quizás sin darse cuenta de que en realidad, Trump no es libre sino más bien «un esclavo de sus propias pasiones ególatras: el modelo mismo de la falta de libertad».

Experto en vox populi

Sobre la capacidad de mentir de Trump, ajeno a todo rigor, el autor de Ensayo sobre la imbecilidad asegura que no estamos ante un cínico, sino ante una persona que le basta con parecer sensata. Lo mismo le ocurre a su público. «Es un charlatán conforme a la definición del filósofo Harry Frankfurt: alguien que habla sin guardar respeto alguno a la verdad». Otro de sus «valores» consiste en tener una habilidad más que especial en «dar voz a la vox populi» y en difundir patrañas manteniendo el tipo y no reconociendo jamás que mintió o que estaba equivocado.

El autor no deja del lado al público que jalea a Trump, aunque no se atreve a llamarlo imbécil: las causas que explican por qué al republicano lo separan pocos puntos en las encuestas de su oponente, Hillary Clinton, son más complejas que el resultado de mezclar crisis económica, adicción a los reality shows y falta de cultura. Pero sí apunta algunos defectos detectados en mítines y en convenciones de partido: «Cabe preguntarse por qué los vituperios contagiosos cuentan como una victoria entre los votantes republicanos». Otra de las explicaciones que encuentra James a esa predilección por Trump es que sus votantes piensen que hacen falta reformas urgentes que precisan ejecutar algunos trabajos sucios y qué mejor que un «imbécil» para acometerlos porque eso les permitiría a ellos «vencer con las manos limpias».

Trump no es libre sino más bien «un esclavo de sus propias pasiones ególatras: el modelo mismo de la falta de libertad»

Los «trabajos sucios» son los temas delicados, los que requieren política, reflexión y humanidad: inmigración o terrorismo internacional, por poner un par de ejemplos en los que Donald Trump ha demostrado tener soluciones que no pasan del nivel de una barra de bar, pero que satisfacen a un elector resentido. Según James, ese rencor se debe en buena medida a que en Estados Unidos, como en muchas democracias occidentales tras años de crisis, se ha roto el contrato social. Lo que propone Trump no es recomponerlo sino ser autoritario. La primera opción costaría invertir en programas sociales, subir los impuestos y elevar el nivel de vida de las personas sin pedirles más sacrificios y lo segundo, en lanzar mensajes racistas y medias verdades cuando no mentiras. Mucho más fácil que hacer política.

James dice, a modo de conclusión, que el protagonismo de Donald Trump traerá algo bueno si sirve como un «aviso» y enseña a los estadounidenses y al resto del mundo qué pasa cuando se eleva hasta ese lugar que ha alcanzado el empresario a una persona movida por el desdén. Lo que no se aventura a vaticinar el profesor es lo que puede ocurrir si en las elecciones del 8 de noviembre gana la imbecilidad.


TRUMP, Ensayo sobre la imbecilidad, de AARON JAMES (MALPASO, 2016)