Demasiados lobos andan sueltos (Rayuela, 2014) recopila ejemplos de la labor de diferentes cronistas mexicanos —como Alejandro Almazán, Wilbert Torre o Javier Valdez Cárdenas entre otros— bajo la enseña del manifiesto del Periodismo infrarrealista de Diego Osorno. Un «artefacto» que plantea un nuevo código de buenas prácticas en la labor extrema de hacer periodismo entre la violencia y contra el discurso oficial. 


Un par de periodistas de nota roja de Nuevo Laredo miran a un ejecutado y sienten como si la muerte —el único enemigo ideológico que tienen— estuviera junto a ellos. De repente uno dice: «Esto no es una guerra, es una matazón».

Cronistas becados por la fundación de Gabriel García Márquez llegan a la fiesta de gala que organizan el capo y el gobernador. Un año después el capo muere a balazos en un restaurante de Guadalajara y el gobernador es nombrado secretario de Economía.

Un presidente sin pueblo le declara la guerra a los tornados.

El día que unos soldados lo matan y ponen un cuerno de chivo a un lado de su cadáver, un estudiante del Tec de Monterrey aprende que el Estado miente por costumbre.

A una poeta de Ciudad Juárez la acaban de golpear en el estómago entre cuatro jóvenes periodistas de izquierda: estaban convenciéndola de comprometerse más con la realidad actual.

Asumamos el compromiso. Demasiados lobos andan sueltos. Pongámonos todos por lo menos una vez al año una gorra y una chamarra color verde olivo —de preferencia de nuestra talla.

Hagamos un encuentro nacional de jóvenes escritores militarizados o de jóvenes escritores zetas. Si algún imbécil menciona

los treinta mil,

o cuarenta mil,

o cincuenta mil,

o sesenta mil,

o setenta mil,

o noventa mil,

o cien mil muertos,

entonces hagamos algo extra: escribamos una columna de opinión defendiendo a las instituciones o leamos un haikú de guerra en el Zócalo al final de la marcha; cantemos el himno nacional o un narcocorrido antes de que comience la próxima sesión de nuestro taller literario.

Como dice Carlos Slim Helú, el éxito no es hacer bien o muy bien las cosas y tener el reconocimiento de los demás. No es una opinión exterior: es un estado interior, es la armonía del alma y de sus emociones, que necesita del amor, la familia, la amistad, la autenticidad, la integridad.

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El periodismo infrarrealista no mira desde afuera. Se intoxica de lo que pasa. Recorre un túnel oscuro, siente la marea

El político de moda en la televisión se pone una guayabera color blanco y sonríe para las cámaras. Los reporteros infrarrealistas le toman la foto.

Pero no ríen.

El periodismo infrarrealista es un juego.

Un juego de vida o muerte.

***

El periodismo infrarrealista sabe que no es lo mismo la retórica de guerra que la guerra. El periodismo infrarrealista no cuenta muertos: cuenta las historias de los muertos. El periodismo infrarrealista busca la versión de quienes no tienen vocero ni oficina de comunicación social, de quienes nunca han citado a una conferencia de prensa.

El periodismo infrarrealista no es un pinche buitre ni una mosca muerta.

***

Los reporteros infrarrealistas escriben:

Del olor del gas lacrimógeno.

De los gobiernos débiles que buscan legitimarse mediante la fuerza.

De ciertos periodistas con el ego hipertrofiado.

De campos de golf construidos por las élites burocráticas encima de reservas naturales o pueblos enteros.

De una señora rica que pasea un perro chihuahueño color marrón de nombre Terminator.

De la chusma en un linchamiento.

De los que tienen una baja calidad humana.

De aguafiestas.

Del «Blog del Narco», uno de los sitios de Internet más horrendos y exitosos de México.

De los mingitorios y sus mensajes secretos.

De la violencia nazi y la violencia de la lucha libre.

Del nuevo código de honor vigente, donde existe el derecho de violar y matar y tener grandes funerales; el derecho de asesinar, traicionar, exponer, humillar y ser querido y respetado; el derecho de masacrar y quemar vivos a los niños; el derecho de vida y muerte; el derecho de matar a 72 personas que no quieren trabajar para tu empresa, o el derecho de matar a quienes resultan una afrenta a las buenas costumbres, o el derecho a matar, nada más, porque se puede matar.

Los periodistas infrarrealistas son autónomos. No juegan el juego electoral. Los partidos políticos son escuelas del engaño y las elecciones son su distractor

Hay más violencias. Menos obvias pero omnipresentes.

El periodismo infrarrealista salta dentro del aro de fuego: quiere arrebatarle la narrativa de lo que sucede a los policías y a los narcos ¿Quién cree que las tristezas diarias son por el enfrentamiento entre un cártel con otro cártel? El periodismo infrarrealista quiere destruir por completo esa narrativa. Esa narrativa oficial tiene sus días contados: ya se chingó. Se hará desde otro lugar, con otra imaginación.

El periodismo infrarrealista dice no.

***

El periodismo infrarrealista se escribe:

Entre cartuchos percutidos, cuerpos lastimados, piedras lanzadas con la mano, perros muertos, botellas de vidrio volando, sangre y destrucción.

Entre pies descalzos, entre gente inhalando el contenido de una bolsa de polietileno repleta de solventes químicos, entre el falso dramatismo de la política, entre los que no se sientan a la mesa a la hora de la comida, entre los muertos sin nombre apilados en las morgues y cementerios de la frontera sur y la frontera norte, entre los diablitos de luz, entre marranos cruzando a toda velocidad las avenidas de Acapulco y entre las máquinas de videojuegos con las maderas ya roídas.

Entre sombras asesinas.

Entre cantos de cisnes.

***

El periodismo infrarrealista no rehúye las noches fatídicas, los días fatídicos, las horas fatídicas. No mira desde afuera. Se intoxica de lo que pasa. Recorre un túnel oscuro, siente la marea.

Retoma cosas de Ryszard Kapuscinsky y Jacobo Zablodowsky, de don José Alvarado y don Luis Villoro, de Mario Santiago Papasquiaro y Beto Quintanilla.

El periodismo infrarrealista no hace publicaciones al gusto ni ameniza fiestas, cócteles o reuniones de gabinete. Los reporteros infrarrealistas no se ponen la corbata de la autoimportancia a la hora de redactar y así formar parte de un enorme aparato propagandístico sin apenas saberlo.

El periodismo infrarrealista no es una máquina, se resiste a serlo.

(Ojo: los reporteros infrarrealistas también pueden escribir de otras cosas como indígenas tojolabales, jabalíes, objetos no identificados, diademas de arcoíris en el pelo de las muchachas yanquis, lechuzas doradas, camas ruidosas a la hora de hacer el amor, carreras de caballos, calzones de manta, cedros, cerdos, caracoles, el violento arrullo de las calles y plazas ruidosas, el cambio climático, atardeceres color malva y teshuino. De lo que no escribirán es de los perros del Parque México, del realismo de la colonia Condesa.)

El periodismo infrarrealista no cuenta muertos: cuenta las historias de los muertos

Sabemos que hace frío.

Las calles llueven.

La noche trae un hacha. (El encanto de la palabra hacha.)

De repente las calles no existen.

Los reporteros infrarrealistas no existen.

Pero hay que creerles.

Alguien limpia un fusil en su cocina.