Annemarie Schwarzenbach no es triste, ni lo está. No al menos en la obra que recopila los textos escritos en el viaje que realizó con la periodista Ella Maillart a través de los Balcanes, Turquía, Irán y Afganistán: Todos los caminos están abiertos (Minúscula, 2008). Un título preciso y pulcro. Así es la narración y así sucedió aquel verano de 1939 cuando Annemarie emprendió un viaje de seis meses con Ella en un Ford Roadster de 18 caballos.
La mirada de Annemarie es romántica e inconformista, se nota en cada descripción la ansiedad, el anhelo y el placer de (re)conocer territorios pero siempre desprecia lo bello y divide los recuerdos, las grandes aventuras, entre pasado y futuro. Así, contradictoria, Annemarie se maneja siempre en cada experiencia entre la insatisfacción y la intensidad. Sus textos son malestar, en cada una de sus frases percibimos una Annemarie que se retuerce de dolor:
 

«Y la realidad de ayer arde aún en el dolor de la despedida, la de anteayer ...


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