Temí que no quedara una sola cosa capaz de sorprenderme, temí que no me abandonara jamás la impresión de volver
Jorge Luis Borges, El Aleph

Querétaro, territorio de los antiguos chichimecas —aguerridos indígenas que continuaron defendiéndolo tras la conquista oficial de los colonizadores— es uno de los estados más pequeños de México, pero no por ello menos picante. Como un ingrediente oculto en un platillo mexicano, este micro-estado asimila a un chile diminuto y ardiente: parece invisible, aunque con su sabor se gestaron los hechos históricos más importantes del país.

Querétaro es el hogar al que yo, igual que otro millón de mexicanos —cifra aproximada del Instituto Nacional de Estadística y Geografía— hemos regresado en los últimos años. Ante una capital tomada por la contaminación y el tráfico, Querétaro parece la mejor opción. La razón (la mía y las de los ochocientos mil más) es simple: aquí, la vida es buena.

Por eso, no es casualidad que Querétaro...


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