Los melones de Torres de Berrellén eran distintos. Eran más oscuros —de un verde que intimaba con el negro— más asurcados, con arrugas gruesas y marcadas. Más alargados, pesados, grandes. Pero, sobre todo, eran más dulces y sabrosos. Los melones de Torres de Berrellén dieron fama a su pueblo. Cuentan que de toda España venían camiones a buscarlos. Que se vendían en los mercados y los puertos de Valencia, Barcelona o San Sebastián. Por la noche, furtivos, los llevaban en carretas al Mercado Central de Zaragoza. Ese eco nocturno —el rechinar de las ruedas de madera en los caminos de tierra y el crujido de la carga chocando entre sí— se grabó en la memoria de este pueblo. Y se quedó allí: en la memoria. Como un recuerdo, como una historia mil veces escuchada.
En algún momento, Torres de Berrellén, el pueblo de los melones, lenta pero súbitamente, se quedó sin melones.
De aquello han pasado casi seis décadas y Mariano Franco Latorre, que sostiene sus lúcidos y frescos 82 años en dos ...
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