La artista libanesa se ha especializado en la novela gráfica que bucea en la memoria para reconstruir fragmentos de la segunda mitad del siglo XX en su país natal. La emigración intelectual a Francia le ha permitido observar ese horizonte con una distancia crítica, aunque sabiamente sentimental.
Tal vez la obra más ambiciosa de Zeina Abirached (Beirut, 1981) hasta la fecha sea El piano oriental. Se trata de una ficción documental que recrea la historia de su bisabuelo, obsesionado por crear un piano en el que fuera posible interpretar tanto melodías occidentales como los cuartos de tono de las orientales. Ese instrumento bilingüe deviene en la novela gráfica una poderosa metáfora de los puentes que se pueden tender entre dos mundos que parecen condenados a no entenderse.
Antes de ese libro de artesanía perfecta, publicó varios títulos autobiográficos sobre su infancia y adolescencia en un Beirut traumatizado por la guerra, entre los que destacan El juego de las golondrinas y Me acuerdo. Radicada en Francia desde 2004, viaja con frecuencia entre las dos orillas del Mediterráneo y entre lenguajes artísticos distintos, aunque hermanos, como lo son respecto al cómic la animación y la ilustración.
En el ámbito de la bande dessinée tal vez su mayor influencia sea la de David B, pero también la fotografía de archivo o la investigación en el diseño gráfico de los años 60 y 70 puede rastrearse en sus páginas de atrevidas composiciones geométricas, que a menudo inventan mecanismos para volverse sonoras. Porque el viaje, en su arte, no es solamente intelectual o personal, también tiene que ver con los sentidos, sobre todo con el oído y el gusto, además de con la vista dividida en viñetas.