Lieve Joris (Neerpelt, Bélgica, 1953) es una reconocida escritora en el ámbito del periodismo literario. Discípula de Kapuscinski y V.S. Naipaul, en su último libro publicado en español, La danza del leopardo (Editorial Altaïr) recorre un país bajo el mando de los señores de la guerra, la República Democrática del Congo de 1997, tras la caída de Mobutu. Un viaje de más de un año por el gigantesco país de África Central en el que, a través del diálogo con las gentes del lugar, nos demuestra un profundo conocimiento de sus culturas y su historia más reciente.

De su encuentro con el maestro Kapuscinski en su Polonia natal, Lieve Joris recuerda que le dijo: «Por debajo de las noticias que parecen ser urgentes circula el lento cauce de la Historia. Intenta alcanzar el ritmo de ese río». Por entonces, Joris empezaba a escribir libros sobre África y Oriente Medio. Después de trabajar durante trece años en el semanario holandés Haagse Post, daba el gran salto de la crónica al periodismo narrativo de gran envergadura, esa criatura imprecisa entre periodismo y literatura, y nada menos que con historias sobre los lugares a los que los reporteros pocas veces le prestan la atención que merecen.

Como reacción a la rapidez y descontextualización en las noticias que ofrecen los medios de comunicación, el periodismo literario encuentra en el libro un lugar en el que desarrollarse de nuevo con la complejidad y profundidad debidas. «Busco la panorámica, no la fotografía aislada», dice Joris para referirse a su manera de acercarse a las historias, alejándose de las «instantáneas» de realidad a las que nos someten los medios tradicionales y los blogs, considerados los nuevos espacios de reflexión para el este tipo de periodismo. Al hilo de sus reflexiones sobre cómo el periodista se acerca a las historias que cubre, conviene destacar un pequeño ensayo que todavía no ha sido traducido a nuestro idioma y que se titula Een kamer in Cairo.

«Busco la panorámica, no la fotografía aislada, dice Joris sobre su manera de acercarse a las historias

Sin embargo, cuando habla sobre su escritura, Joris prefiere decir que escribe non-fiction, intentando desligarse de clasificaciones inútiles como el reporterismo de conflicto o el periodismo de viajes. «Cuando el fuego cesa, yo salgo de mi escondite y me pongo a trabajar», dice. Por eso no tiene sentido acotar un trabajo de tal envergadura como el que nos ofrece en La danza del leopardo o en Malí Blues, cuando en ambos casos —y en el resto de sus obras— es evidente que el periodismo y la literatura han perdido sus propios contornos para reconstruir una historia real con las técnicas expresivas del relato literario.

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La danza del leopardo

La danza del leopardo nos lleva de vuelta al Congo once años después de su última visita, justo en el momento en que los niños-soldado de Kabila, el León, empiezan a luchar con sus cuerpos infantiles y sus armas automáticas contra el régimen del Leopardo Mobutu. Los reporteros huyen ante el terror: no tiene sentido, dicen, quedarse en la capital del caos, donde morir es más sencillo que permanecer con vida entre tanta violencia. Mientras todos escapan, Lieve espera en el aeropuerto de Zaventem, Bélgica, viendo por televisión las marchas sobre la ciudad y arrepintiéndose de no estar presente en un momento que es histórico pero pasará desapercibido en los manuales de Historia. Ese olvido inevitable al que se ven sometidas las biografías de los países fuera de foco es la razón por la que Joris vuelve al Congo, sin saber si va a encontrar las respuestas necesarias. «Los congoleños cambian cada día como una hoja en un árbol», le explican durante su viaje por el país. «Te cuentan lo que tú quieres oír, no lo que piensan de verdad».

Visitamos Kinshasa, Lubumbashi, Kisangani, Goma, Mbandaka, Bunia, Manono… Todas atenazadas por el el terror. Joris nos presenta un sistema «podrido hasta la médula» donde las palabras marxismo y capitalismo hace mucho tiempo que dejaron de tener sentido. Nos enfrenta, a partir de los terribles ejemplos del Congo, a las miserias de nuestros propios tribalismos porque, como le cuenta uno de sus personajes, «el tribalista está siempre solo».

La cronista belga habla con todos, de aquí y de allá. Blancos racistas, misioneros abnegados, viejas «mamás» que cuentan historias divertidas, empresarios indios que tratan de sortear la guerra como pueden, soldados en chanclas y «humanitariozoides» de las oenegés que celebran fiestas de lujo entre la miseria. En una barcaza llena de refugiados hutus, navega por el Congo para que no olvidemos nunca que, pasado el tiempo, el río sigue siendo «fascinante y mortífero», como «una serpiente», tal y como lo describió Joseph Conrad. Entre tragos de cerveza Tembo, suenan viejas canciones de Papa Wemba o Koffi Olomide que describen el horror: «Vivimos en el infierno, pero no nos consumimos». Nos enseña los nuevos bailes populares que, de manera irónica, imitan la cojera del nuevo presidente Kabila.

Lieve Joris, siempre preocupada por su equipaje, nos acerca a la vida de los congoleses, esos maravillosos contadores de historias. Compra en mercados donde las tiendas se llaman «Lucha contra la subida de los precios» o «Vivir para ver». La escritora belga está cerca de todos y, más allá de una ferocidad aparente, incluso nos presenta niños soldados (kadogos) atemorizados y que solo querían «emborracharse» como sus jefes. Nos deja entrar en un juicio «histórico» que acaba, a pesar de lo esperado, sin sentencias de muerte.

Joris habla con todos: blancos racistas, misioneros abnegados, viejas «mamás», indios supervivientes, refugiados, niños soldados

Además, el papel de la Joris narradora se humaniza y pone de manifiesto que la dificultad no pasa solamente por ser una europea en un país en guerra—«¿Adónde va esta mujer blanca? ¿Acaso anda buscando la muerte?» dirán a su paso los hombres, asombrados con su presencia— sino, también, entender lo complejo del comportamiento humano.

Para salvar esa distancia entre narrador y personaje, Joris decide conectar con los protagonistas de sus historias en un plano íntimo que incluye, por ejemplo, vivir en el patio de Boubacar Traoré durante varios meses, mientras prepara su libro Malí Blues. Pero ella no es la única. Vivimos en un momento de esplendor del periodismo narrativo, como demuestran, por ejemplo, los trabajos recientes de los nuevos reporteros latinoamericanos y su interés por el detallismo, las historias humanas. Historias que se cuentan con introducción, nudo y desenlace, como en los cuentos y en las novelas; historias con puntos de giro, tensión narrativa, personajes, diálogos y distintas voces hablando al unísono, sin que la mirada del narrador-reportero pese sobre los testimonios de los entrevistados.

Periodismo y literatura en un lange homogéneo e imposible de separar. Periodismo narrativo, si se puede llamar así, madurado, después de haber convertido a los reporteros norteamericanos que hicieron bandera de él en los 70 en estrellas de la literatura y haber sido olvidado con el nacimiento de la era digital. Híbrido natural de la crónica de viajes, la entrevista, las historias de guerra y el periodismo político. El reporterismo del siglo XXI sigue latiendo y con fuerza en los lugares más olvidados de la Tierra y, gracias a Joris y a otros como ella, podemos sumergirnos en sus realidades hasta el final, completando el círculo inevitable que lleva del periodismo a la literatura y viceversa. Todo ello con el objetivo natural de seguir contándonos historias los unos a los otros para que, en la velocidad del mundo moderno, todavía podamos detenernos un momento para intentar comprender lo que nos rodea.


LA DANZA DEL LEOPARDO, DE LIEVE JORIS. UN HETERODOXO DE ALTAÏR.

EN LA FOTOGRAFÍA DE CABECERA, DE JULIEN HARNEIS (CC-BY-SA), LOS RESTOS DE UNO LOS POCOS MONUMENTOS DEDICADOS AL PRESIDENTE MOBUTU, EL LEOPARDO, QUE AÚN PUEDEN ENCONTRARSE EN LA RDC.