11 de septiembre de 1973. América Latina, territorio ya magullado, recibe otro mazazo: uno que marcará un antes y un después. Las bombas lanzadas por las fuerzas armadas chilenas sacuden el Palacio de la Moneda de Santiago. Salvador Allende, figura icónica del socialismo, el primer político de esta ideología en ser escogido como presidente mediante elecciones democráticas, se encuentra rodeado de enemigos en su propia casa de gobierno. No tiene escapatoria, y rendirse no es una opción. Da la vuelta a su AK-47, apunta debajo su barbilla… y aprieta el gatillo. Empezaba así una de las dictaduras más sangrientas del siglo XX. Un revés más para Latinoamérica. No fue el primero. Tampoco el último.

Crecer a golpes (C.A. Press, 2013) es un título ideal para explicar la historia reciente de América Latina. El golpe, en todas sus acepciones posibles, ha marcado la región, esculpiéndola política, social y culturalmente. Del golpe físico, el que recibieron directamente en sus cuerpos millones de ciudadanos merced a la represión de las dictaduras, al golpe de Estado, la maniobra política por excelencia en América Latina: de los 93 que se produjeron con éxito en todo el mundo durante el siglo XX, 55 tuvieron como escenario un país latinoamericano. Golpes tras golpes y más golpes.

Diego Fonseca (Las Varillas, Argentina, 1970) nos invita a viajar de Sur a Norte por el continente americano a bordo de crónicas y ensayos redactados por periodistas y escritores de reconocido prestigio internacional, tales como Jon Lee Anderson, Martín Caparrós, Patricio Fernández o Leonardo Padura. Todos los autores consiguen realizar un ejercicio de alejamiento respecto a sus países de origen para analizar su historia reciente sin caer en patriotismos. Al mismo tiempo, todos ellos saben transmitir una imprescindible visión personal, aquella que sólo quien ha vivido algo en su propia piel puede contagiar. La mezcla da lugar a una crítica a veces ácida, a veces apenada, a veces mordiente, pero siempre necesaria.

En su viaje, Fonseca escoge la fatídica fecha del 11 de septiembre como punto de partida. El 11-S, que adquiriría su nueva capa de significado en 2001, fue durante mucho tiempo el de 1973, el que terminó con Salvador Allende suicidándose en su despacho. Pero, ¿por qué el de Chile? ¿Por qué el comandado por Augusto Pinochet? Será por golpes…


 

El golpe de Estado del Palacio de la Moneda de Santiago no fue el primero. Ni la de Pinochet fue la primera dictadura. Como bien relata Boris Muñoz en su capítulo sobre Venezuela, hubo un momento en que «del río Bravo a la Patagonia, América Latina era una región dominada por las botas». Pero, ciertamente, los 70 fueron para Chile una década de cambios que convirtieron a la nación en pionera (algo no siempre beneficioso) y consiguieron que un país situado geográficamente en la periferia mundial pasara a estar en el centro del planeta.

Los precedentes sentados por Chile fueron tres y de signo bien diferenciado: en 1970 se convertía en el primer Estado donde un candidato socialista llegaba al poder a través de unas elecciones democráticas; en 1973, bajo el mando de Pinochet, Chile instauraba el neoliberalismo como modelo económico; y en 1978 bloqueaba un hipotético castigo futuro a los criminales de guerra con la Ley de Amnistía General. Tanto el experimento neoliberal como el del indulto a los asesinos del Estado fueron copiados por la mayoría de naciones latinoamericanas en los años venideros. «La instantánea de Chile fue también el retrato de muchos otros países.»

De la mano de sus 13 autores, el lector se da una vuelta por América Latina, llegando a descubrir rincones escondidos y especiales del territorio. Recorre con Patricio Fernández las calles del pueblo chileno de Melipilla, donde el autor venía a ver a su abuelo, un pinochetista convencido. Se indigna y protesta al lado de un joven Martín Caparrós en Buenos Aires, al saber de la suerte de Allende al otro lado de los Andes. Corre con Mario Magalhães por los pasillos del estadio Maracaná de Rio, con el anhelo de ver jugar a Zico con la camiseta rojinegra del Flamengo. Sigilosamente, acompañado de Gustavo Faverón Patiau, descubre túneles, sótanos ocultos y cámaras secretas en la casa de Vladimiro Montesinos, el hombre que diseñó la dictadura peruana desde la sombra.

¿Por qué el libro parte del golpe de Estado de Pinochet en 1973? Será por golpes…

Se toma un whisky con Mario Jursich Durán y sus amigos, añorando la época en que en Colombia los presidentes eran, naturalmente, también poetas. De la mano de Boris Muñoz, el lector conoce emigrantes que vinieron a Venezuela cuando todos querían ir allí, y que se marcharon cuando todos se querían ir de allí. Con Sergio Ramírez, a orillas del Gran Lago de Nicaragua, se imagina enormes barcos cargueros cruzar del Atlántico al Pacífico. Se estremece en El Mozote, donde el salvadoreño Carlos Dada le cuenta que allí se produjo uno de las matanzas más brutales de la historia de un país con la violencia en su ADN.

Participa con Francisco Goldman en charlas con los juristas guatemaltecos que consiguieron hacer sentar a Ríos Montt en un juicio por genocidio. Se da golpetazos en la cabeza viajando en la parte trasera de un «vocho», un «escarabajo» Volkswagen, con el mexicano Álvaro Enrigue. Concursa en el reality show cubano codo con codo con Leonardo Padura. Incluso le da tiempo de emborracharse en la eterna fiesta madrileña con Enric González, y de irse de vacaciones en la camioneta de los padres de Jon Lee Anderson por Maine. Todo en 325 páginas. No está mal.

Crecer a golpes tiene el mérito de ser una lectura provechosa tanto para los expertos en América Latina como para aquellos que tengan una noción reducida de la historia y la realidad de la región. Los géneros de la crónica y el ensayo permiten una licencia interpretativa a los autores que dota a sus textos de una visión única. Al mismo tiempo, las obligadas referencias históricas a los golpes de Estado, guerras, elecciones, crisis económicas y revueltas sitúan siempre al lector en el contexto político, económico y social del país en cuestión, en el momento concreto.

La realidad en que vivimos cambia constantemente a un ritmo frenético. En América Latina, donde algunos gobiernos ven amenazada su estabilidad, la incerteza sobre qué va a deparar el futuro es aún mayor. Crecer a golpes fue publicado en 2013, por lo que es una práctica entretenida la de intuir en esos textos pronósticos que el paso del tiempo ha acabado confirmando. Es el caso, por ejemplo, del escritor nicaragüense Sergio Ramírez, que en su capítulo vaticinaba que el presidente Daniel Ortega tenía como filosofía «el mesianismo» y como plan político «la perduración». Al año siguiente, Ortega ya había reformado la Constitución, permitiéndose la reelección indefinida.

En paralelo, el futuro ha acabado deparando hechos en estos países que despiertan en el lector el deseo de poder comentarlos con los autores. ¿Cómo no pensar, por ejemplo, en el periodista brasileño Mário Magalhães, enamorado del fútbol y firme defensor de que el juego de la selección nacional es un reflejo del país, tras la humillación que recibió la canarinha en su Mundial por parte de los alemanes? En su texto dice que el Maracanazo fue «el mayor trauma de nuestra historia, y no sólo en el fútbol». ¿Qué diría si tuviera que reescribir el capítulo ahora?

El fútbol no es el único símbolo al que recurren los autores para canalizar la historia reciente de sus países. Hay otros, como la muerte, en tal que arma política en Argentina, o el «vocho», que no sobrevivió al capitalismo en México. Hay otros autores que optan por la personificación, describir una figura que encarna lo que vivió el país estos 40 años. Es el caso del abuelo pinochetista del chileno Patricio Fernández, o de Vladimiro Montesinos, el hombre a la sombra de Fujimori que encarnaba todos los atributos de la dictadura peruana. Todo ello hace de cada capítulo una historia singular, diferente… como lo son los países latinoamericanos en la actualidad. «El mundo pendular y gris de la Guerra Fría se transformó en la región en un mercado de frutas tropicales.»

Que no se trata de un libro cualquiera ya lo sabemos. Pero esa peculiaridad no responde solamente a su contenido. Es un libro que, aunque está escrito íntegramente en español, sólo se edita en Estados Unidos, por lo que dar con esta joya no es fácil si no vives en territorio norteamericano. En Altaïr Magazine hemos podido disfrutar de él gracias a uno de sus autores, el argentino Martín Caparrós, que nos lo regaló. Debe ser de los pocos ejemplares que ruedan por Barcelona… juntamente con los que hayan llegado via Amazon.

A medida que devora capítulos, el lector va dibujando un zigzagueo sobre el mapa que pasa por 11 países hasta terminar en La Habana. Y de allí cruza el charco para volver. El paso por España es relevante por su paralelismo con Chile. El parecido entre Franco y Pinochet («bigotillo, voz de eunuco, implacables, arrogantes, incultos, oportunistas, sacramentales») no termina en lo personal. El dictador chileno admiraba al español, y copió su modelo de régimen. «Franco embruteció generaciones, vistió al país de negro, lo dejó pobre y clerical. Con menos tiempo, Pinochet reprodujo el sur del franquismo.»

Fonseca acierta en considerar que no podemos entender la realidad de los últimos 40 años de América Latina sin comprender el papel de las dos naciones que han «tutelado» históricamente la región. El autor las cataloga como «la madre patria» (España) y el «padre político» (Estados Unidos). Esa tutela ha llegado ahora a su fin, obligando a Latinoamérica a «decir adiós a la adolescencia» y a demostrar su madurez en el juego geopolítico de los mayores.

¿Se encuentra en condiciones de andar por su cuenta? «Cuarenta años son tiempo suficiente para ordenar la casa y doctorarse de adultos» argumenta Fonseca. Pero no es fácil cuando se depende de generaciones desperdiciadas, corrompidas, barridas moralmente. El rastro de los procesos históricos vividos en cada uno de los países sigue presente, especialmente en sus culturas. Gran culpa de ello la tiene la voluntad de no mirar atrás, de no lidiar con el pasado, de querer obviar lo inolvidable. A estas generaciones lastimadas se les pide un último sacrificio: «Convertir todo pasado en una capa geológica sobre la que una nueva generación posará sus pies».

Pero ese esfuerzo de la población debe ir acompañado de una actuación política acorde. El cortoplacismo y el ansia de revancha frente a la oposición han caracterizado las decisiones de muchos dirigentes latinoamericanos. El rumbo de demasiados países se ha personalizado únicamente en la voluntad de sus líderes. Lo advierte Fonseca: «La justicia social es un proceso que debe ser sostenible e institucional, no el producto de la voluntad hipercalórica de los personalismos». Son esos personalismos los que han caracterizado la política latinoamericana: identificábamos a Cuba con Fidel, a Venezuela con Chávez. Identificamos a Nicaragua con Ortega, a Argentina con Kirchner. No debemos confundir la necesaria función de liderar con la de tomar decisiones anchamente. Latinoamérica debe ser protagonizada por su población; esa que ha crecido a golpes.


Crecer a golpes, editado por Diego Fonseca, C.A. Press, 2013