En el año 2000, un joven Gabi Martínez se adentraba en el fascinante mundo de la crónica de viajes con un recorrido por las Islas Canarias siguiendo el hilo de los volcanes. El resultado de ese viaje fue el libro Diablo de Timanfaya, donde Gabi subrayaba algo tan obvio como que Tenerife, La Palma y El Hierro son puntos calientes  que pueden estallar en cualquier momento. Pero no solo eso; también señalaba el auge de la especulación inmobiliaria en las islas, donde los constructores habían situado en primera línea de mar varios hoteles y apartamentos pese a las contraindicaciones de los vulcanólogos. Gabi fue víctima de una campaña de desprestigio por parte de medios locales y del gremio de hoteleros, e incluso el área de cultura del Cabildo de Gran Canaria llegó a pedir la retirada de la obra.

Con el volcán de La Palma en plena erupción, recuperamos un fragmento de lo que Gabi escribió 21 años atrás. Un texto que, según dijeron entonces, estaba escrito bajo el influjo de «drogas psicotrópicas», pero que ahora tiene más sentido que nunca.


«Imagínese una gran ola, la más grande que pueda imaginar. Esa ola avanza hacia la costa, avanza, y miles de personas que viven en los chalets emprenden la huida pero, claro, se atascan en una caravana mortal, porque esa ola arrastrará a todos al fondo del océano. Imagínelo —insiste el experto absolutamente serio, retrepado en la silla abatible de su despacho—. Estoy planteando el peor de los casos —concluye—, pero el peligro existe.»

Por las paredes del despacho cuelgan mapas de islas y volcanes en erupción. A los pies de una ventana que da a la calle hay un par de macetas grandes y algunos helechos se reparten por la estancia. «Aquí se ha edificado demasiado —continúa en experto—. Con la fiebre especuladora los constructores dejaban el hormigón sin pintar y el Cabildo llegó a regalar mortero y pintura para que se adecentaran las casas. Han urbanizado hasta las laderas de los barrancos, están locos.»

El hombre se levanta del asiento, camina hasta una máquina de café y pregunta si quiero. «No, gracias.» Mientras espera que acabe el flujo, el experto dice: «Aunque tampoco me haga mucho caso, ya sabe, soy un experto, sé demasiado, cuanta más información más miedos.»

«¿Qué le asusta ahora?», pregunto. El científico regresa a su silla, deposita la taza en la mesa, se tumba y sonsaca los labios, haciendo ruido de burbujitas, como los peces. «La última erupción del Teide fue en 1798. Los periodos intereruptivos suelen oscilar entre los uno y los 237 años. Según mis cálculos, hacia el año 2001 aquí tendremos otra gran erupción.»

«Aquí se ha edificado demasiado. Han urbanizado hasta las laderas de los barrancos, están locos.»

El experto, que se llama Juan, es uno de los grandes especialistas mundiales en volcanes, y habla muy serio. «Aunque tampoco hay que alarmarse —añade—. En realidad los volcanes tampoco matan a tanta gente. En toda la historia habrá unas 200.000 muertes relacionadas directamente con el volcán. Una erupción es muy espectacular, pero no es tan fácil morir en ella, y menos ahora, con la tecnología que tenemos para prevenir fenómenos de esta clase. Fíjese, el Etna está controlado por un radar espacial.»

«Después de una erupción, ¿cuesta mucho recuperarse?» «La erupción tiene dos caras —responde—, porque mientras por un lado mata y arrasa, por el otro fertiliza. Un volcán es un estallido —dice juntando las manos y soltándolas violentamente—. Aniquila y por eso renueva, ¿entiende?» «Perfectamente.» «Sin vulcanismo no existiría vida en la Tierra.»

«Aunque tampoco me haga mucho caso, ya sabe, soy un experto»

Juan vuelve a levantarse, se coloca junto a un mapa de la isla de Tenerife y, palpándolo con la mano abierta dice que Canarias es una de las zonas vulcanológicas más interesantes del mundo. «Por algo se creó aquí la ciencia de los volcanes.» «Pero donde más terremotos hay es en Japón», digo. «Exacto. Una décima parte de los terremotos planetarios se producen allí. Los japoneses reverencian al Fuji, creen que es un gran pez que se sacude. Y allí se practican mucho los baños de lava, tienen propiedades curativas.» «¿Y lo de los milagros?» «Yo soy científico», dice Juan. «Ya, digo, pero…» «Pero hay datos curiosos —reconoce el hombre con un tono de voz imperturbable—. En La Palma el Teneguía entró en erupción el 23 de Junio, la noche de San Juan. La destrucción de Garachico por la lava comenzó un 24 de diciembre. Son curiosas casualidades. Como también lo es una que he descubierto yo mismo.»

Alzo las cejas. Juan abre un cajón y saca un billete antiguo de mil pesetas. «¿Ve? —pregunta señalando al dibujo impreso en el billete—. Eso es el Teide.» «Hum.» «Dinero. —El experto se acerca al mapa de Tenerife y añade—: La isla tiene forma de estrella de tres puntas, como El Hierro. —Y señala a un mapa lateral—. La estrella de tres puntas es el símbolo de Mercedes, ya sabe, la firma de coches. Esta isla está llena de Mercedes. El Mercedes es símbolo de poder y dinero. —Estira el billete de mil por los lados. Sonrío escépticamente. «Un poco rebuscado»—.

 

Foto de cabecera:  El volcán Teneguia, en La Palma (CC Pascal Weber)