En la Quebrada de Humahuaca, Jujuy, al noreste de Argentina, el carnaval dura oficialmente 6 días. Aunque durante todo el año las comparsas carnavaleras organizan rifas, cenas y bailes para recaudar fondos para la fiesta. Es una celebración larga, como las filas de coches y autobuses que se acumulan en la carretera que cruza toda la Quebrada, siguiendo el curso del Río Grande para llegar a Tilcara, la localidad humahuaqueña que reúne a más comparsas y visitantes. Kilómetros antes de llegar ya se ven grupos de personas celebrando, provistas de sombreros, gafas de sol y cargando bidones de vino y cerveza.

Challando la tierra durante el desentierro.

Las montañas que encajonan el valle de la Quebrada son áridas y están salpicadas de cardones que apuntan bien espigados al cielo. En este escenario se arma la fiesta, que comienza con la ceremonia del Desentierro del Diablo o del Carnaval. Los diablos de cada comparsa se reúnen a cara descubierta y caminan juntos hasta algún cerro cercano al mojón de su agrupación.

Bajada del cerro de los diablos de la comparsa Chala Chala.

 

Mientras los diablos se preparan otros miembros de la comparsa challan la tierra. La challa o ch’alla consiste en ofrecer a la Madre Tierra un buen trago de cerveza haciendo un agujero a los pies del mojón. El mojón es un montículo de piedras que representa el enterramiento del Pujllay, un muñeco que figura al Diablo y que es depositado en este lugar al final de los festejos del año anterior. El Diablo es el protagonista de la celebración: es la figura que entra en la tierra como símbolo de la fecundación y, también, la que consiente beber, bailar e incluso comportarse de maneras consideradas pecaminosas cuando es exhumado.


Baile en torno al mojón de los Chala Chala.


Diablos de las comparsas Chala Chala arriba y Los Gosairas abajo.

Esta tradición superpone pedacitos de distintas costumbres. «Celebramos y agradecemos la fertilidad de la Pachamama», cuentan entre la multitud algunos participantes con las caras pintadas que acompañan a la comparsa. Dejando ver el origen indígena del ritual que venera la madre naturaleza antes de comenzar la temporada seca. Otro de los participantes, que mueve su bolo de coca entre un moflete y otro, invita a un trago de fernet con soda y explica que el carnaval es un momento para el desenfreno antes de comenzar la cuaresma, tradición de herencia hispánica.

Músico de la banda que acompaña a la comparsa de Los Gosairas. Cada agrupación cuenta con su propia banda.
Ser diablo puede ser una herencia familiar que se recibe con orgullo. Sin embargo, también puedes convertirte en disfrazado pidiendo permiso ante el mojón y comprometiéndote a serlo al menos durante 3 años.
Diablo de Los Pecha Pecha Comparsa tradicionalista con su Pujllay.

Se ofrece cerveza, chicha, vino y fernet a la Tierra y un grupo de diablos ataviados con trajes coloridos y llenos de abalorios bajan desde los cerros bailando y saltando. Con ellos traen la fiesta del Carnaval, una alegre y bella muestra de la relación entre distintas culturas con el paso del tiempo. Además, sobre estas celebraciones históricas descansa el momento más importante del año para los humahuaqueños, tanto que incluso marca el comienzo de un nuevo año. En esta fiesta, danzando, «se sueltan las penas de todo el año, todo lo malo que hubo ese año se saca bailando», explica Yoni Barrios, uno de los miembros de la comparsa tradicionalista de los Pecha Pecha, la más antigua de Tilcara.

Los trajes de los disfrazados tienen una cola larga de tela que utilizan para bailar. Hacen pasillos para pasar danzando por debajo.

Se escuchan por todas partes voces agudas, forzadas y algo chillonas. «¿Bailas conmigo?». Desde que los diablos se ponen el traje y la máscara cambian su tono de voz. Hablan como si tuvieran un duende en la garganta. De esta manera no pueden ser identificados y se convierten únicamente en diablos. Además, el anonimato les permite hacer cualquier travesura que se les antoje. Durante el desentierro bailan junto al resto de la comparsa girando en torno al mojón y, después, por todo el pueblo.

Mojón con su Diablo después del desentierro.

Entre explosiones de harina, confeti y espuma todo vale y cualquier persona es bienvenida, «no hay distinción entre clases sociales, el albañil, como el abogado o el agricultor espera de la misma manera este momento» cuenta Yoni. Las comparsas avanzan por las calles de Tilcara, llenando de música todos los rincones. Los diablos sacan a bailar a todo aquel con quien se cruzan, desde personas más mayores hasta las más jóvenes, «tienen la responsabilidad de transmitir alegría a la gente». A cada paso los cascabeles de sus trajes anuncian la danza, los brincos y el juego que se prolongan durante una semana, hasta el domingo de entierro. Este día el diablo vuelve al mojón y, entre llantos de tristeza, termina el carnaval. Los vecinos regalan a los apenados diablos comida y algunos enseres para quemar, como ofrenda, en la ceremonia que despide la fiesta y da comienzo a un nuevo año carnavalero.

 


FOTOS Y TEXTO, MARINA TURRIÓN ORTE