Ismaël Diadié Haïdara tuvo que salir corriendo de su casa en Tombuctú a causa de la rebelión tuareg de 2012. Huyó de su casa, de su ciudad y de su país. Era su primera vez, pero no la primera de su árbol genealógico: «es una costumbre familiar desde hace 556 años… No soy original, ni soy el primero de mi familia en salir huyendo», bromea Ismaël. Ya en 1468 a su antepasado Alí ben Ziryab al Kuti, descendiente del rey visigodo Witiza, le pasó lo mismo. Alí ciudadano de Toledo, fue expulsado —también por la cerrazón religiosa—y, después de un gran periplo, acabó en Tombuctú. Pero Alí no se fue solo, sino que se cargó de manuscritos: hizo una selección de documentos en árabe, castellano y hebreo de su biblioteca personal y los llevó con él. Los guardó y custodió; pasaron de generación en generación y, década a década, el archivo fue aumentando y enriqueciéndose hasta convertirse en el Fondo Kati que hoy conocemos: una colección con de miles de manuscritos de entre el siglo XI y el siglo XIX sobre medicina, matemáticas, historia de Al Andalus y un largo, larguísimo etcétera. «La historia del fondo Kati es el relato de dos exilios en dos etapas de la historia muy diferentes y de cómo en ambas ocasiones se salvó su legado más importante» reza la página web de la fundación.

Una colección con decenas de miles de manuscritos de entre el siglo XII y el siglo XIX, sobre medicina, matemáticas, historia de Al Andalus y un largo larguísimo etcétera

El actual custodio de todo ese saber es Ismaël y conservó los manuscritos en Tombuctú hasta 2012, cuando tuvo que deshacer el viaje de Alí. Cuenta Ismaël que el 1 de abril de 2012 por la mañana rebeldes touareg, separatistas e islamistas «que tienen su peculiar y propia interpretación del islam y de la vida» ocuparon la ciudad de Tombuctú. Las llamadas de sus amigos no tardaron: «Ismaël, no puedes quedarte en esta ciudad, tienes que salir YA». Pero él no quería aceptar la realidad, se resistía a entender que «a veces la vida puede cambiar de la noche a la mañana». Uno de los grandes motivos nacía precisamente de su responsabilidad familiar: «haber heredado 12.714 razones que tienen en sus márgenes 7.100 textos», ¿Cómo podía salir huyendo con ese peso?

«Ismaël, no puedes quedarte en esta ciudad, tienes que salir YA»

Pero, al día siguiente, llegaron a su casa cinco coches con ametralladoras: «Un hombre con un Kalashnikov sobre el hombro me miró a los ojos y me preguntó «dónde está el dueño de la casa». Os puedo asegurar que lo que sentí al ver su mirada me generó un escalofrío que todavía siento hoy». El 6 de abril los separatistas declararon la independencia del norte de Mali. El día 7, Ismaël pasó toda la noche metiendo los manuscritos en cajas, sin encender ninguna bombilla para no llamar la atención.

Ismaël había alquilado un camión para poder trasladarlo todo. Cuando el conductor llegó, le dijo «señor, está la calle llena de gente». Al parecer, algunas personas de su entorno le habían pedido que, por favor, se llevase con él a familiares para salvarlos. Pero corrió la voz. «¡Había mas de sesenta personas en la calle con sus maletas! y no sé como descubrieron el gran secreto que era mi huida». Metió a un primer grupo en el camión y prometió volver más tarde a por el resto.

El día 7 Ismaël pasó toda la noche metiendo los manuscritos en cajas, sin encender ninguna bombilla para no llamar la atención

Y comenzó el viaje: La iglesia estaba incendiada, el Centro de la Juventud, donde se hacía el cine, estaba incendiado. Correos y el Palacio de Justicia también ardían… A 18 kilómetro de su destino los paró un joven. Apuntaba a Ismaël con su arma a 10 centímetros del pecho. Conversaron, discutieron pero finalmente les dejaron ir: «Los maestros tienen muchos hijos». Aunque en el momento no fue consciente, a día de hoy, cree que se trataba de un ex-alumno y que eso les salvó la vida. «Ahora las fuerzas están puestas en que el fondo, que se encuentra en Toledo, sea digitalizado, se pueda dar a conocer y sobre todo, el proceso de investigación continúe».

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Ismaël es de esas personas especiales, no solo por ser poeta, historiador y filósofo, sino porque además tiene su propia cosmovisión y una forma única de contar historias. Para hacerse a la idea de cómo es, basta con escuchar la anécdota de Omar Jayam.

Omar Jayam era un poeta, matemático, astrónomo, místico del siglo XI – XII que escribió entre otras cosas una especie de poesía tabernaria que brindaba una visión del islam gozosa, vital. «Esto es un gran punto de partida. La gente que administra las religiones utiliza su poder para sus intereses, mientras que los místicos se comprenden todos entre sí, desde la mística se da una visión casi erótica, propone otro tipo de vida» apunta Pep Bernadas, cofundador de la Librería Altaïr.

«La gente que administra las religiones utiliza su poder para sus intereses, mientras que los místicos se comprenden todos entre sí»

Cuando Ismaël era adolescente, gracias al hermano mayor de uno de sus amigos, que era profesor, podían leer a Marx, Hegel, Spinoza, Schopenhauer, Nietzsche, pero siempre acababan volviendo a Omar Jayam. Un día, un amigo le dijo que había localizado un libro de Jayam en casa del alcalde. Ellos querían tenerlo a toda costa, pero no podían acceder a él. Por eso, uno de sus amigos lo «cogió prestado» e hicieron un círculo. Cada uno memorizaba una parte. Y así pasaron toda la tarde hasta la noche y al día siguiente por la mañana. Ya por la tarde, devolvieron el libro a su sitio, cogieron un cuaderno y cada uno escribió la parte que había memorizado. Así, podían volver a ella siempre que lo necesitasen. Lo necesitaban, a los 15 en una ciudad tan religiosa, cuenta, no se podía hablar de placer.

Explica que cada tres años pasaba algo: Cuando tenía 3 años, la independencia. Con 6, la guerra. Con 9 la primera sequía y la epidemia de cólera. Con 12 el campo de refugiados.

«Hemos crecido entre hambre y guerra. Podemos decir que un poeta nos ha salvado la vida».


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Diario de un bibliotecario de Tombuctú

(Almuzara, 2017) Ismaël Diadié