«Sólo existe un sentimiento mayor que el amor hacia la libertad, que es el odio a quien te la quita.»
Ernesto Che Guevara
Toda la bibliografía sobre el Che podría inundar la mente del más pintado. Habida cuenta que somos mortales y que tempus fugit, la mejor recomendación respecto al Che, si sólo pudiéramos elegir una, sería el trabajo de Jon Lee Anderson: Che Guevara. Una vida revolucionaria (Anagrama, 2006). Anderson —léase la entrevista en el 360º Cartografías, El Gringo más raro del mundo— fue el primer periodista occidental en acceder a la documentación de Ernesto Guevara. Entre ella, su correspondencia familiar, la que mantuvo siempre con su madre. Cuba dejó trabajar a Anderson y la malicia habla de un trabajo oficialista. Sea como fuere, esta biografía de Anderson es el mejor retrato —así como la mejor fotografía del Che pertenece a Korda— de la esencia del hombre, del revolucionario por convicción. El Che siempre fue un reto. Tuvo y tiene chicha a todos los niveles. El escritor y periodista mexicano Juan Villoro —autor en Altaïr de Palmeras de la brisa rápida, para la colección Heterodoxos— se rinde ante esta biografía sobre el Che: «Uno de los méritos de Anderson es que reproduce los asombros en tiempo presente, como si se ignorara el desenlace. No escribe un historiador que busca el orden retroactivo del caos, sino un cronista en la indecisa línea de fuego».
No es menos cierto que su figura es constantemente maltratada por tópicos y prejuicios políticos desde al ámbito neoliberal. Eso lo entiende cualquiera. Está sujeto a los ámbitos del descrédito de todo aquel que cotice en bolsa o tenga su dinero en un «paraíso fiscal».
El autor gráfico que ha sintetizado de manera portentosa el libro de Anderson ha sido el mexicano José Hernández. Lo ha hecho trabajando codo con codo, aportándose ideas de manera constante. El camino narrativo de este libro son esas cartas madre-hijo, el nexo que hilvana no sólo la trilogía con la que ambos han planteado la biografía, sino cada una de las etapas de su vida. «Afortunadamente —comenta J. Hernández— el Che escribió mucho a lo largo de su vida. Mantuvo diarios y escribió muchas cartas. Esto permite tener un registro muy cercano en diversas etapas de su biografía. Personalmente, no me gusta, en las novelas gráficas, la figura del narrador, así que utilizar las propias cartas del Che me permitió tener un narrador sin tenerlo, además de poder darle un toque más personal e íntimo a la narración.»
Y de la colaboración de ambos ha surgido esta trilogía. Como aclara el propio J. Hernández: «El primero en publicarse es el libro 2, Los años de Cuba, que comienza cuando el Che, junto a Fidel y un grupo de cubanos, se embarca en Tuxpan, Veracruz, rumbo a Cuba para iniciar la revolución y termina nueve años después cuando el Che decide dejar la isla. El segundo en publicarse será el libro 1, que abarca el viaje del Che por Centroamérica, principalmente su estancia en Guatemala y en México, donde conoce a Fidel. Finalmente, el libro 3 narrará su aventura en el Congo y su periplo final en Bolivia donde es asesinado. La idea es terminar la trilogía en 2017, cuando se cumplirán 50 años de su muerte».
Un puñado de barbudos y una sierra maestra
A día de hoy, y este es un tema bien subrayado por Che. Una vida revolucionaria (Sexto Piso Ilustrado, 2016), la revolución cubana fue ejecutada por un número de personas tan exiguo que la sorpresa es que pudieran sobrevivir una semana frente a un ejército, como mínimo, entrenado para su trabajo. Sumémosle a eso una escasa capacidad militar de esas fuerzas revolucionarias y una compleja tarea de reabastecimiento, tratándose de una selva. Hay muy pocos disparos en esta revolución y sí mucho trabajo ideológico revolucionario hacia las villas y aldeas limítrofes con Sierra Maestra. Este fue uno de los puntos fuertes del grupo de Fidel. Convencer al subyugado de que está subyugado. Y esto que parece fácil no lo es tanto.
La lección que se puede tomar de la vida de un personaje como Ernesto Guevara se podría dividir en tres grandes características: su idealismo, su congruencia y su dignidad
Estados Unidos nunca se ha perdonado a sí mismo esta monumental cagada sobre sus propios intereses, su impericia antirevolucionaria. El hecho de no haber invertido más medios en finiquitar unas fuerzas tan pobres, para gastarlo multiplicado por cincuenta —de manera infructuosa— una vez Fidel y el Che entraron en La Habana de manera triunfante. De hecho, a partir de los episodios cubanos, que además desembocaron en lo más caliente de la Guerra Fría, la influencia estadounidense en toda la zona se transformó en un devastador asedio económico y militar —la denominada Operación Cóndor— sobre las jóvenes democracias sudamericanas.
Realismo a todos los niveles
La construcción narrativa de nexo epistolar es un gran acierto, como antes comentaba, y sobre la atmósfera de este libro J. Hernández nos apunta: «Nuestra intención al contar esta historia, fue hacerlo de tal manera que el lector se metiera totalmente en las páginas. Crear las atmósferas necesarias —narrativa y visualmente— para hacer la crónica lo más verosímil posible. Contar los acontecimientos sin la distancia que los ha hecho históricos, sino vistos dentro de la inmediatez cotidiana del momento. Para lograr que el resultado fuera verosímil y que el lector creyera la narración y entrara en ella, decidí hacerlo con un estilo lo más realista posible. Yo estudié cine y he aplicado los principios de la estructura dramática y de la realización y la fotografía para traducir el libro de Jon al lenguaje visual/narrativo del cómic».
El colorido del trabajo de Hernández, con esa fuerza que consigue sacarle a los verdes selváticos salpicados de grises y azules turquesa, otorga una oscuridad invernal a este primer volumen de la trilogía. La minuciosidad fotográfica de los personajes (Ernesto, Fidel, Celia Guevara, Hilda y su hija) en los lápices de José Hernández es, sencillamente, extraordinaria. Esa trabajosa tarea gráfica refuerza todo el contenido narrativo, le proporciona esa realidad que Hernández y Anderson eligieron como opción plena.
Comandante
En nuestro mundo de hoy, ¿quién sería ahora mismo el Che?
«Sin duda estaría peleando por las mismas causas. Las condiciones de desigualdad que existían en los años 50 y 60 del siglo pasado no sólo no han cambiado, sino que se han agudizado. Creo que en cualquier parte del mundo, una figura como el Che tiene cabida.»
Esta reflexión de J. Hernández sobre un Che en pleno siglo XXI la suscribimos todos. Existen tantas amenazas latentes, casi todas ellas surgidas del capitalismo, que el Che estaría luchando contra el cambio climático, el TTIP o la desforestación de la selva amazónica.
«Me parece que la lección que se puede tomar de la vida de un personaje como Ernesto Guevara se podría dividir en tres grandes características: su idealismo, su congruencia y su dignidad. Características muy difíciles de encontrar en personajes públicos y de poder hoy en día, en cualquier parte del mundo. Muchas de las razones por las que el Che se ha convertido en un icono mundial se deben a circunstancias ajenas a él. Esto permite que, para trabajar estos libros, lo mejor era hacer a un lado al icono y acercarse a la persona para conocer su historia, sus circunstancias y tratar de entender sus motivaciones y el porqué de sus decisiones. Éste es un Che visto muy de cerca, lejano al icono mundial.»
¿Qué pensaría el Che sobre la situación cubana? Es un misterio. Verse a sí mismo pintado en carteles y paredes por toda Cuba, imbuido en una suerte de heroísmo homérico, cristalizado como verdadero arquetipo revolucionario, le hubiera producido contradicciones personales. Seguro que las mismas de regresar a un país que no ha abrazado aún las libertades democráticas básicas, pero orgulloso de una educación y una sanidad públicas que son envidia de muchos países. Seguro que la longevidad del embargo le habría producido un terrible asombro. La actuación de los Rolling Stones, una gran sorpresa. ¿Y al ver a Obama? ¿Y de saber que hay una candidata demócrata a la Casa Blanca? A saber que habría dicho de todo esto. Igual se le ocurría mentar la frase: «Cambiarlo todo para que nada cambie».
Jon Lee Anderson y José Hernández
SEXTO PISO ILUSTRADO, 2016