Entramos en El Salvador por Honduras en un autobús que nos dejó en la Terminal de Oriente de San Salvador, la capital. Mientras hablaba por teléfono con la amiga que nos acogería en su casa empezó una pelea a pedradas. Se lo comenté estupefacta y me advirtió que vigilásemos porque en el país más pequeño pero más poblado de Centroamérica, con más de 6 millones de habitantes, muchas personas mueren por el impacto de piedras del tamaño de adoquines.

De este percance hace años y fue el único durante los quince días que estuvimos en El Salvador. Cierto es que tomamos las precauciones de sentido común, y que las personas que conocimos nos advirtieron de las prevenciones necesarias en un país violento. Según la Policía Nacional Civil (PNC) salvadoreña, 3.875 personas fueron asesinadas en 2014, un promedio de unas 10 cada día. La revista InSight Crime, especializada en el crimen organizado en las Américas, añade que los homicidios incrementaron un 57 por ciento respecto al 2103 y califica El Salvador como el país más violento del planeta, por delante de Honduras. El aumento de crímenes, según esta publicación, se debe al fracaso de la tregua entre las dos pandillas de delincuentes mayoritarias: Mara Salvatrucha y Barrio 18.

 

Un feminicidio casi cada día

Del total de asesinatos, 292 fueron mujeres, 77 más que en 2013, según la PNC. Un promedio de una mujer casi cada día. La mayoría fueron asesinadas en la capital y un 40 por ciento tenían edades comprendidas entre los 18 y los 30 años. Estos datos convierten la república salvadoreña en uno de los países con más feminicidios del mundo.

Es paradójico que a partir de la entrada en vigor de la Ley Especial Integral para una Vida Libre de Violencia para las Mujeres (LEIV) en 2012, la tasa de asesinatos del sexo femenino aumente en vez de disminuir. Busco la respuesta en la Asociación de Mujeres por la Dignidad y la Vida, Las Dignas, una organización feminista nacida hace 25 años en San Salvador donde actualmente trabajan diecisiete salvadoreñas. La coordinadora del área organizativa de la Zona Norte del municipio de Usulután, Marlene Campos Aragón, me explica que desde la aprobación de esta ley «ya se reconocen los asesinatos de mujeres y se tipifican jurídicamente como feminicidios. Por lo tanto son cuantificados de manera separada de los homicidios».

La maté porque era mía

La violencia contra las mujeres es uno de los ejes transversales de todo el trabajo de Las Dignas. Marlene Campos me comenta que la elevada cifra de feminicidios corresponde a «un Estado donde los hombres consideran a las mujeres como objetos de su propiedad y no las reconocen como sujetas de derechos». La mayoría de los agresores son parejas, ex parejas, parientes o conocidos de las víctimas y destaca la brutalidad de algunos ataques: a machetazos, quemadas vivas, lapidadas… Crímenes con saña que me hacen pensar en la misoginia, en el odio a todo aquello que representa lo femenino.

La violencia contra las mujeres es uno de los ejes transversales de todo el trabajo de Las Dignas

Me pregunto cuáles son los orígenes de tanta violencia machista en El Salvador. Marlene Campos me enumera algunos: «La construcción social de las mujeres con estereotipos sexistas, una Iglesia que construye a mujeres sumisas y dependientes de un cabeza de hogar que son las parejas, y los actos de venganza de las pandillas». Es decir, que los pandilleros usan el cuerpo de las mujeres para vengarse de sus rivales. Al contrario de lo que se podría creer, el abuso de alcohol, la pobreza y las facilidades de ir armados no están, según Campos, en el origen de las agresiones contra las mujeres, pero sí que influyen.

Violencia institucional

Las Dignas, junto con otras organizaciones feministas de El Salvador, han logrado un avance importante en la construcción de leyes que reconocen nuevos delitos contra las mujeres, pero la práctica machista se impone con el incremento de ataques. Las Dignas no se cansan de denunciar lo que llaman violencia institucional, que se refleja en la inoperancia e indiferencia de las instancias judiciales y gubernamentales frente a un problema social que afecta a más del 50 por ciento de la población.

Marlene Campos tiene claro que «la violencia institucional que enfrentan las mujeres en las instancias públicas es por la resistencia al cumplimiento de normativas ratificadas en beneficio de las mismas y por la negatividad de reconocer la violencia contra las mujeres como problemática de violencia social». Las Dignas exigen al gobierno de izquierdas del Frente Martí de Liberación Nacional (FMLN), que preside Salvador Sánchez Cerén, un cambio real que se refleje de una vez por todas en la reducción de las estadísticas de feminicidios y que, según Campos, pasaría también por la inclusión de las mujeres «en el plan de seguridad nacional instalado por el gobierno».

Ante esta situación no es extraño que la confianza de las mujeres en la justicia salvadoreña sea muy débil. Pero las mujeres que enfrentan cualquier tipo de violencia —ya sean violaciones, acoso sexual, discriminación— pueden acudir a asociaciones como Las Dignas. Ellas les brindan asesoría legal y las acompañan en los procesos judiciales para asegurarse de que se realizan debidamente.

Prohibición total del aborto

El aborto está prohibido en El Salvador en todas las circunstancias desde 1998, año en que gobernaba el partido de derechas Alianza Republicana Nacionalista (ARENA). Hasta entonces era posible abortar en los supuestos ético, terapéutico y eugenésico. Con el actual gobierno de izquierdas del FMLN —todo un mito de la revolución salvadoreña que luchó contra el ejército gubernamental durante la guerra civil de 1980 a 1992— nada ha cambiado. En El Salvador, el aborto está prohibido incluso cuando peligran la vida o la salud de la mujer.

En la actualidad, 15 mujeres están encarceladas en el país por haber tenido disrupciones y trastornos sufridos durante su embarazo. Las penas que se les han impuesto alcanzan en algunos casos 40 años de prisión. De hecho, las condenadas eran 17, pero una está en libertad porqué terminó de cumplir su pena de doce años y medio, y otra ha sido indultada por la Asamblea Legislativa de la República después de 7 años en prisión.

Marlene Campos me cuenta que la mujer indultada «acudió a urgencias por una hemorragia uterina. Allí los médicos la denunciaron por provocarse un aborto y pasó del hospital a la cárcel. La fiscalía cambió después la acusación de aborto por la de homicidio agravado. Al parecer, la joven, que siempre alegó que desconocía que estaba encinta y que además había sido violada, dio a luz sola a un feto sin vida en el cuartito donde vivía. Los jueces la declararon culpable y fue condenada a 30 años de cárcel».
Libertad para las 15

Detrás del indulto de la muchacha, el primero en El Salvador por delitos relacionados con la interrupción del embarazo, hay diversas entidades que no cesan de reivindicar los otros indultos. «Como Dignas, somos parte de las organizaciones que apoyan el indulto para las 15 restantes, y nuestra apuesta es continuar haciendo incidencia para que se despenalice el aborto», añade Campos. Una apuesta de final incierto en un país donde son muy pocas las voces que defiendan el derecho de las mujeres a decidir sobre la continuación o no de su embarazo por culpa de los prejuicios, de la religión…

La prohibición absoluta del aborto en el Salvador viola una serie de derechos consagrados en la Convención Americana de Derechos Humanos, de la cual el Estado salvadoreño forma parte desde 1978: el derecho a la vida, a la integridad personal, a la libertad personal, a las garantías judiciales y a la protección judicial. Marlene Campos añade que, para evitar que mujeres adultas, adolescentes y niñas tengan que pasar por el calvario del aborto, «debería haber, pero no existe, una política de prevención y educación sexual objetiva que se brinde desde el ámbito educativo».

25 años de mujeres dignas

Marlene Campos Aragón empezó a trabajar en Las Dignas por casualidad en 1995, cinco años después de la creación de esta asociación de mujeres que desde hace 25 lucha por la dignidad y la vida. Campos nació en la ciudad salvadoreña de Cojutepeque, tiene 47 años, está licenciada en Ciencias de la Educación e inició su trabajo en Las Dignas como recepcionista «sin tener ni idea de lo que hacían por las mujeres». Así comenzó su formación feminista y ahora es una de las responsables de la asociación.

Las Dignas surgieron el 14 de julio de 1990, en el umbral del período de los Acuerdos de Paz, firmados en 1992 entre los guerrilleros del FMLN y el gobierno de ultraderecha liderado por ARENA. Muchas de las integrantes de Las Dignas fueron afectadas directamente por una guerra que duró 12 años y que dejó al menos 75.000 muertos y desaparecidos. Durante más de una década de post-conflicto armado, Las Dignas trabajaron con miles de mujeres en apoyos terapéuticos que han contribuido a superar las pérdidas familiares y materiales.

 

Campos no sufrió ninguna pérdida familiar pero «sí que viví una situación muy complicada con mi papá porqué en esa época era telegrafista de la Guardia Nacional». Para Marlene fue difícil esconder a Las Dignas que su padre era parte de la Fuerza Armada de El Salvador (FAES) «y esconder a mi familia que estaba organizada. No quiero ni acordarme de las cosas que tenía que inventar para ambas partes». Hasta que se casó y las cosas cambiaron en positivo, porque su esposo también estaba organizado. «Entonces fue más fácil, porque ambos teníamos los mismos ideales, y ya sin la presión de no afectar a mi padre ni a mi familia.» Mientras duró la guerra civil, Marlene formó parte de un equipo de alfabetizadoras voluntarias de las comunidades eclesiales marginales, donde tuvo contacto con el movimiento estudiantil revolucionario. Posteriormente se integró en la Resistencia Nacional, una de las fracciones del FMLN.

25 años después, Las Dignas continúan al pie del cañón. Marlene Campos sigue luchando para ayudar a las mujeres de El Salvador a eliminar el sistema patriarcal desde su vida personal y familiar. Es decir, a exigir sus derechos, a romper los ciclos de violencia y a tener autonomía en sus decisiones y sobre su cuerpo. Campos se siente satisfecha porque «en mi vida tengo una práctica del feminismo. Con mis hijos sé que he hecho un trabajo de sensibilización y formación diferente, y siempre estoy dispuesta a defender, reivindicar los derechos y transformar la realidad de las mujeres».


EN LAS FOTOGRAFÍAS, ACTOS DE PROTESTA Y TALLERES REALIZADOS EN SU TRABAJO DIARIO POR LAS DIGNAS.