La capital económica marfileña bulle de vida y crece, una vez superada la última crisis política, mientras sus artistas la eligen para instalarse en ella, crear y poner Costa de Marfil en el mapa creativo universal.


El Aeropuerto Félix Houphouët-Boigny todavía tiene algo de esa simpleza retro de los aeropuertos antiguos en los trópicos. Una sola sala enorme sirve para recibir y despedir a los pasajeros, y por ella vagan familiares, amigos, soldados, cambistas y algún desocupado que busca pegar la hebra en la única cafetería abierta, donde sirven croque-monsieurs algo resecos y nescafés desangelados. Los responsables de seguridad bromean con los pasajeros, las colas se desperezan a un ritmo tropical, alguna celebridad local se deja inmortalizar en los móviles de sus admiradores. Fuera, el verde vence al resto de los colores y la atmósfera es pesada, húmeda, expectante.

El salón business muestra una exposición de retratos del franco-norteamericano afincado en Dakar Antoine Tempé, accesible sólo para unos pocos ojos privilegiados. «Desafortunadamente, por el momento sólo está visible para los viajeros que tienen acceso a ese salón, pero en unos días se podrá ver en la Fundación Donwahi, en 2 Plateaux, en Abiyán», comenta el autor en Facebook.

Antoine, famoso entre otras cosas por su colaboración con el celebérrimo Omar Victor Diop por recrear imágenes de películas occidentales pasadas por el prisma afro, precisa que Abiyán «se mueve» más que Dakar en este momento. «Es bastante fascinante», admite. «¡Algunos artistas senegaleses no hablan de otra cosa que de Abiyán! Los marfileños están mucho más dispuestos a invertir en arte que los senegaleses». Y la boca virtual se le rebosa de nombres de colegas marfileños que están dando que hablar dentro y fuera de las fronteras de su país, entre los que destacan François Xavier Gbré y Ananias Léki Dago. «Estuve allí dos veces el año pasado para preparar la exposición de la Fundación Donwahi y la del aeropuerto, pero lo normal es que pase por Abiyán al menos una vez al año. Ya expuse en La Rotonde en 2014. El país muestra un dinamismo increíble, un desarrollo ultrarrápido», finaliza. Parece dividido entre una sana envidia y la nostalgia que le envenena la sangre a quien pisa la tierra de Costa de Marfil.

Joana Choumali es una de esas fotógrafas que están poniendo Abiyán en el mapa del arte contemporáneo. De madre hispano-ecuatoguineana y padre marfileño, Joana ha expuesto en los últimos meses en París, Milán, Lucca, Londres y Lagos, y ha recibido varios premios y menciones internacionales. Estudió Artes Gráficas en Casablanca y trabajó como directora artística de la agencia McCann-Ericksson antes de dedicarse a la fotografía independiente. Ha firmado varias exposiciones durante los últimos 15 años y sus imágenes se han presentado en varios espacios de Abiyán, como el Instituto Goethe o la Fundación Donwahi. También expuso su trabajo en el Museo Nacional de Bamako en la Bienal de Fotografía de 2012.

Joana se sienta, elegante y hermosa, en una cafetería del centro comercial Cap Nord, en el borde de Riviera 2. Lleva las esquinas del cráneo rapadas y el pelo trenzado y teñido de rojo, amarrado en un artístico nudo que le cae sobre la mirada. Luce ojos vivaces, algo rasgados; la sonrisa pronta y una piel del color del dulce de leche, aparentemente inmune al paso del tiempo. Come su plato de ensalada de pasta acompañado de té mientras pergeña una teoría de las ciudades que son como personas, hablando rápido y en un español perfecto: «París es una anciana amargada, que no soporta lo que pasa a su alrededor, a los vecinos extranjeros, los cambios», indica divertida. «Abiyán es una mujer madura, en los cincuenta, muy elegante y un poco snob. Todavía parece joven y dinámica. Además, acaba de hacerse un lifting».

Joana tiene la mirada incorrupta, amable. Aunque pasó la última guerra aquí, bajo los bombardeos franceses, y sufrió días de incertidumbre y miedo, pérdidas y tristezas. Hoy salpica Facebook e Instagram con pequeños vídeos e imágenes que toma en las calles de su ciudad, maravillándose siempre, con ojos de niña, ante colores, formas y patrones de la vida cotidiana que pasan desapercibidos a sus vecinos, pero que ella observa con una mirada limpia y nueva. Después profundiza en sus sentimientos por la ciudad que ha elegido.

«Abiyán es mi ciudad, mi hogar, la única ciudad en la cual me siento en casa», razona. «La odio y la adoro a la vez. Bueno, la verdad es que la adoro y ahora más, cuando viajo tanto. En cuanto salgo del aeropuerto y siento ese olor a mar, laguna, pescado seco y un poco de polución, siento una alegría que no se puede explicar. Además, Abiyán es una ciudad muy cosmopolita y está cambiando para mejor. No hay ninguna ciudad como Abiyán en África, porque es una perfecta mezcla de moderno y antiguo. Los extranjeros se sienten bien aquí porque hay bastantes cosas que hacer y los marfileños son gente de mentalidad muy abierta. Se puede encontrar de todo. La comida, la playa, los maquis, el ambiente, el humor de los abiyaneses… la energía es muy acogedora también».

Ella es de una generación diferente a la de Paul Sika, otro de los fotógrafos que atraen las miradas de los expertos en arte contemporáneo de todo el mundo hacia Costa de Marfil. Paul decidió plantar a Londres por Abiyán hace años y aplicar sus conocimientos de cine a la fotografía y viceversa. El resultado fue un cóctel prodigioso, lleno de luz, en el que une un rodaje cinematográfico más o menos convencional con una sesión de fotografía y técnicas de edición por ordenador.

Paul se trasladó a Londres al finalizar el bachillerato en su país con la idea de convertirse en ingeniero de software y crear videojuegos. Por el camino se le cruzaron una cámara fotográfica y Matrix, y ambas le torcieron la vida. Regresó a Costa de Marfil, siguió explorando con las imágenes y creó su propio lenguaje, único y arrollador: el photomaking. Utilizándolo, Paul narró las historias del mundo de Paisley, un concepto que aparece en su colección Lilian’s Appeal y que se define como «lo que es más hermoso del mundo» o «cuando tienes la cantidad correcta de todas las cosas».

Sigue trabajando con ese mundo a través de «subproductos», experimentando en una colección de diferentes diseños y soportes con los que estira la vida de su particular universo. Pero ahora se recluye a trabajar en otro proyecto, casi a diario, en la paz refrigerada de la Galería Cécile Fakhoury, un coqueto y hermoso edificio situado cerca de la Embajada de Etiopía, en Cocody, barrio pijo de la capital económica marfileña. Los pájaros canturrean en el jardín que la rodea y una lluvia mansa golpea, cadenciosa, el exterior de una instalación de Cheikh Ndiaye. Le acompañan hoy dos de sus cómplices habituales, la bloguera Yoyo LaJolie y Afrofoodie, también bloguera y comidista. Yoyo toma una imagen de la entrevista y la cuelga en las redes sociales mientras hablamos, en tiempo real. En ella aparece un Paul siempre desde la calma, barba y bigote cuidadosamente recortados, en camiseta y con las gafas enmarcando una mirada límpida y amable.

«Aquí hay una atmósfera, una energía, que no hay en Londres o París», explica plácidamente, sentado dentro de la instalación de Cheikh Ndiaye, sobre el fondo mitigado de lluvia, trinos y quizás algún mango caído en el jardín exterior. «Estando aquí tienes una cierta visión del mundo, de los problemas y de las soluciones. Hay mucho que encontrar y utilizar, aquí. Hechos, datos, experiencias de las que podemos beneficiarnos y que pueden beneficiar al mundo».

Paul precisa que tuvo varias revelaciones en Londres. Una de ellas fue darse cuenta de que conocía sólo una pequeña parte de su país y de la gente que lo habita. «Volví con nuevos ojos, porque había crecido, como creces cuando sales de tu entorno y lo miras otra vez con nuevos ojos», dice sencillamente. «Hoy intento innovar y hacer crecer el país a mi manera y todo se mueve realmente rápido. Estamos ejerciendo de verdaderos pioneros en la historia marfileña. Tenemos todas las oportunidades para hacer cosas sorprendentes y grandes que perdurarán. Podemos levantar de nuevo a Costa de Marfil».

Paul es consciente de la efervescencia creativa, económica, tecnológica y cultural de su país, y explica que el momento es crucial: «Puedes decidirte por una vida segura, con un trabajo estándar, pero hay gente que tiene ideales, que cambia el mundo. El siglo XXI te está probando de alguna manera. Hay potencial en arte y en todo. Hay gente que no se mueve hasta que otros no se mueven, pero también hay gente que se arriesga, que vuelve al país desde el extranjero a pesar de no tener nada seguro y de que quizás no va a ver realizaciones sólidas», apunta.

En agosto de 2015, el país remoloneaba bajo una cierta atmósfera de expectación reprimida. Las elecciones se acercaban, con sus miedos —esta vez infundados— a posibles estallidos de violencia. Se celebraron en octubre en un clima de indiferencia ciudadana, bajo la atenta y prudente mirada de la comunidad internacional. En aquel momento se anunciaban proyectos e inversiones. Se percibía el potencial de la economía marfileña, pero también cierta reluctancia, ciertos reparos.

A principios de enero, McDonald’s, Fnac y Carrefour abrieron sus puertas en Abiyán, que se ha convertido en el paraíso de las marcas de lujo, las instituciones internacionales y los megaproyectos de infraestructuras. Se han anunciado la renovación del aeropuerto y del puente Félix Houphouët-Boigny y, sobre todo, la ambiciosa remodelación del frente urbano de la laguna Ebrié, en la que Abiyán hunde sus raíces de cristal, madera y uralita. La clase media, los funcionarios internacionales y los expatriados se frotan las manos en una ciudad que parece recuperar el esplendor de los 70 y prometerles días de prosperidad, diversión, emociones. En las calles del centro hay cada vez más blancos. Stromae, Asa o Ayo incluyen la capital marfileña en sus giras. Las paredes de las discotecas tiemblan al ritmo de los últimos éxitos del coupé decalé, mientras que los maquis sirven el consuelo de una cerveza Drogba al parado, al que no puede pagar el alquiler o las facturas astronómicas de la luz, al estudiante en huelga y sin perspectivas de futuro. Abiyán es, más que nunca, paraíso o infierno, en función del poder adquisitivo de quien la vive.

«Los idealistas que asumen riesgos son los que vienen primero», profetizaba entonces Paul Sika desde su zen creativo. «Luego viene una segunda ola con gente que ve cosas más seguras». Paul contó que lleva más de dos años trabajando en el proyecto que presentará ahora, en el que funde, de nuevo, arte y tecnología. Un proyecto que ha ido puliendo con ternura, ajeno a las prisas de quienes le piden algo nuevo, intentando ser honesto consigo mismo.

«La gente quiere saber qué voy a hacer ahora, pero necesito tiempo para desarrollar lo que tengo que desarrollar. Más allá de las expectativas de la gente, necesito tiempo. Cuando esté preparado, se verá lo próximo. Esto no es una carrera para exponer y para complacer a la gente. Es seguir mi propio camino y así alcanzar mi propia satisfacción. James Cameron lo hizo bien: de Titanic a Avatar, pudo romper sus propios récords. Quiero sentirme lleno, investigar, explorar antes de sacar mi nuevo trabajo a la luz pública. Aprender, leer docenas de libros, trabajar la cuestión de la tecnología».

Los marfileños aman los proverbios. Entre los favoritos de la comunidad innovadora a la que pertenece Paul Sika destacan C’est le travail qui paye y Le temps c’est le d’autre nom de Dieu. Al golpito, sin ruidos ni tweets en directo de cada paso. Mientras la noches caen a plomo sobre las luces titubeantes, a veces horteras, de los maquis y en ocasiones, sobre los apagones repentinos que paralizan la ciudad. Mientras la laguna empuja detritus hacia la orilla y baila en los costados de los taxi-botes, las fumatas de basura emborronan el cielo y el olor a pollo a la brasa sazona el enésimo embotellamiento a ritmo de Arafat.


FOTOGRAFÍAS CEDIDAS POR PAUL SIKA

Fotografía de cabecera: La cantante marfileña Dobet Gnahoré, por Antoine Tempé