Corría el mes de septiembre cuando contemplé por primera vez los bosques de pinos del norte de Finlandia. Tomé el tren nocturno desde Helsinki, pasé el Círculo Polar Ártico, con sus letreros indicadores de la residencia de Papá Noel, a través de bosques de abedules cada vez más y más pequeños, hasta que me encontré rodeada de pinos. Me quedé sorprendida. Yo creía que los bosques naturales estaban abarrotados de árboles altos y pequeños, todos mezclados, de muchas especies y edades distintas. Pero aquí todos los árboles eran exactamente iguales: de una misma especie, de una misma edad, ordenada y uniformemente espaciados. Hasta el suelo estaba limpio y despejado, sin un solo tocón o un trozo de madera caída. Tenía exactamente el mismo aspecto que una plantación industrial de árboles. «¡Ah! —pensé—, ¡cómo se han desdibujado las diferencias!». Esta era una disciplina moderna, a la vez natural y artificial. Y había un contraste: estaba cerca de la frontera con Rusia, y la gente me dijo que al otro lado de la frontera el bosque era un auténtico desastre. Les pregunté a qué tipo de desastre se referían, y me respondieron que allí los árboles eran desiguales y el suelo estaba lleno de madera muerta; nadie lo limpiaba. El bosque finlandés estaba limpio. Hasta los líquenes aparecían limpiamente recortados gracias a los renos; en cambio, la gente decía que en la parte rusa crecían grandes bolas de líquenes que te llegaban a la rodilla. 

Me quedé sorprendida. Yo creía que los bosques naturales estaban abarrotados de árboles altos y pequeños, todos mezclados, de muchas especies y edades distintas. Pero aquí todos los árboles eran exactamente iguales.

Las diferencias se han desdibujado. Un bosque natural del norte de Finlandia se parece mucho a una plantación industrial de árboles. Los árboles se han convertido en un recurso moderno, y la forma de gestionar un recurso es detener su acción histórica autónoma. 

En cuanto que hacen historia, los árboles amenazan la gobernanza industrial; y limpiar el bosque forma parte del trabajo de detener esa historia. Pero ¿desde cuándo los árboles hacen historia? 

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Si alguna vez ha querido dejarse impresionar por la fuerza histórica de las plantas, podría empezar muy bien por los pinos. Los pinos se cuentan entre los árboles más activos de la Tierra. Si abre una carretera a través de un bosque, es probable que no tarden en brotar plántulas de pino en los arcenes desnudos. Si deja abandonado un campo de cultivo, los pinos serán los primeros árboles en colonizarlo. Cuando un volcán entra en erupción, o un glaciar retrocede, o el viento y el mar forman dunas de arena, probablemente los pinos se contarán entre los primeros en arraigar. 

Hasta que la gente alteró las cosas, el pino crecía solo en el hemisferio norte del globo. Los humanos lo llevaron al sur, donde lo sembraron en plantaciones; pero allí el pino se saltó las cercas de las plantaciones y se extendió por todo el paisaje. En Australia los pinos se han convertido en un importante riesgo de incendio. En Sudáfrica suponen una amenaza para las raras especies endémicas del fynbos. En los paisajes abiertos y alterados resulta difícil contener la propagación del pino. 

 La gente me dijo que al otro lado de la frontera el bosque era un auténtico desastre. Les pregunté a qué tipo de desastre se referían, y me respondieron que allí los árboles eran desiguales y el suelo estaba lleno de madera muerta.

Los pinos necesitan luz. A cielo abierto pueden ser agresivos invasores, pero merman en la sombra. Además, no son muy buenos a la hora de competir en los que generalmente se consideran los mejores lugares para las plantas: las zonas con suelos fértiles, humedad adecuada y temperaturas cálidas. Aquí las plántulas de pino se ven superadas por las especies de árboles de hoja ancha, o latifolios, cuyas plántulas desarrollan muy pronto las hojas anchas que les dan nombre, y que les quitan la luz a los pinos. Como resultado, los pinos han devenido especialistas en aquellos lugares que carecen de tales condiciones ideales y, en consecuencia, crecen en ambientes extremos: lugares altos y fríos; zonas cuasi desérticas; arenales y roquedales. 

Los pinos también se alimentan del fuego. Este pone de relieve su diversidad, dado que el pino cuenta con muchas y variadas formas de adaptarse a él. Algunos pinos pasan por una «fase herbácea», es decir, que durante varios años presentan el aspecto de matas de hierba mientras sus sistemas radiculares se fortalecen, y solo cuando lo han hecho se disparan hacia arriba como posesos hasta que sus brotes queden por encima de las futuras llamas. Algunos pinos desarrollan una corteza tan gruesa y unas copas tan altas que podría quemarse todo lo que les rodea sin dejarles apenas más que una cicatriz. Otros pinos arden como fósforos, pero tienen formas de asegurarse de que sus semillas sean las primeras en brotar en la tierra quemada. Otros almacenan semillas durante años en conos que se abren solo en presencia del fuego: esas semillas serán las primeras en depositarse en las cenizas.

Los pinos han devenido especialistas en aquellos lugares que carecen de tales condiciones ideales y, en consecuencia, crecen en ambientes extremo

Los pinos pueden vivir en ambientes extremos gracias a la ayuda que les prestan una serie de hongos micorrícicos. Se han encontrado fósiles de cincuenta millones de años de antigüedad que revelan la presencia de asociaciones radiculares entre pinos y hongos; es decir, que los primeros han evolucionado conjuntamente con estos últimos. Cuando no hay suelo orgánico disponible, los hongos utilizan los nutrientes de las rocas y la arena, lo que posibilita el crecimiento de los pinos. Además de proporcionarles nutrientes, las micorrizas protegen a los pinos de los metales nocivos y de otros hongos que se comen sus raíces. A cambio, los pinos sustentan a los hongos micorrícicos. Hasta la propia anatomía de las raíces de los pinos se ha formado en asociación con los hongos. Los pinos desarrollan «raíces cortas» que se convierten en la sede de las simbiosis micorrícicas. Si ningún hongo las encuentra, esas raíces cortas se malogran. (Por su parte, los hongos dejan sin cubrir las puntas de las «raíces largas», anatómicamente diferenciadas y especializadas en la exploración). Al desplazarse a través de paisajes perturbados, los pinos hacen historia, pero solo gracias a su asociación con sus compañeros micorrícicos. 

Los pinos también han forjado alianzas con animales, además de los hongos. Algunos pinos dependen por completo de las aves para esparcir sus semillas, al igual que algunas aves dependen por completo de las semillas de pino para alimentarse. En todo el hemisferio norte, los arrendajos, los cuervos, las urracas y los cascanueces tienen una estrecha relación con los pinos. A veces esa relación es específica: las semillas de los pinos de corteza blanca que crecen a gran altitud constituyen el principal alimento del cascanueces americano; a su vez, las reservas de semillas no consumidas del cascanueces constituyen la única forma de dispersión de los pinos. También las reservas almacenadas por pequeños mamíferos como la ardilla común o la ardilla listada desempeñan un importante papel en la difusión de las semillas de los pinos, incluso en el caso de aquellas especies de pino cuyas semillas también se propagan por el viento. Pero ningún mamífero ha contribuido más a la propagación de las semillas de los pinos que los seres humanos. 

Algunos pinos dependen por completo de las aves para esparcir sus semillas, al igual que algunas aves dependen por completo de las semillas de pino para alimentarse.

Los humanos propagan los pinos de dos maneras distintas: plantándolos o creando los tipos de perturbación en los que arraigan. Esto último generalmente ocurre sin que exista una intención consciente: a los pinos simplemente les gustan algunos de los tipos de desastres que generan los humanos de forma involuntaria. Por ejemplo, los pinos colonizan los campos de cultivo abandonados y las laderas erosionadas. En los bosques, cuando los humanos talan los otros árboles, los pinos se desplazan allí. En ocasiones plantación y perturbación van de la mano, y la gente planta pinos para remediar las alteraciones que ha provocado. Alternativamente, también pueden mantener las cosas radicalmente alteradas de forma voluntaria para beneficiar al pino. Esta última alternativa ha sido la estrategia característica de los cultivadores industriales, tanto en el caso de que planten los pinos como si se limitan a gestionar el desarrollo de ejemplares de crecimiento autónomo: la corta a matarrasa y la erosión del suelo se consideran estrategias justificadas para favorecer el desarrollo del pino. 

En algunos de sus entornos más extremos, el pino no necesita a un compañero fúngico cualquiera, sino concretamente al matsutake. El matsutake secreta fuertes ácidos que descomponen la roca y la arena, liberando nutrientes que posibilitan el crecimiento mutuo del hongo y el pino. En los duros paisajes donde el matsutake y el pino crecen juntos, normalmente no suele haber otros hongos. Además, el matsutake forma una densa trama de filamentos fúngicos que excluye a otros hongos y a muchas bacterias del suelo. Los agricultores japoneses y, siguiendo su ejemplo, los científicos denominan a esta trama shiro, o «castillo»; pensar en ese castillo del matsutake nos permite imaginar sus guardas y centinelas. Pero esta estrategia de defensa también tiene una vertiente ofensiva. La trama repele el agua, lo que permite al hongo concentrar los ácidos que necesita para descomponer la roca. Convirtiendo juntos la roca en comida, estas alianzas de matsutake y pino actúan como guardianes de los lugares con poco suelo orgánico. 

Los agricultores japoneses y, siguiendo su ejemplo, los científicos denominan a esta trama shiro, o «castillo»; pensar en ese castillo del matsutake nos permite imaginar sus guardas y centinelas.

Sin embargo, en el normal acontecer de las cosas, con el tiempo se va acumulando suelo orgánico debido al crecimiento y la muerte de la vida vegetal y animal. Los organismos muertos se pudren, convirtiéndose en suelo orgánico, que a su vez se convierte en sustrato de nueva vida. En los lugares carentes de suelo orgánico este ciclo de vida y muerte se ha visto quebrantado por alguna acción contingente; dicha acción determina un tiempo irreversible, es decir, historia. Al colonizar paisajes perturbados, el matsutake y el pino hacen historia juntos; y nos muestran cómo la creación de historia se extiende más allá de las acciones de los humanos. 


 Fragmento del libro La seta del fin del mundo  (Capitán Swing)

Imagen de cabecera, CC Jacinta Lluch Valero