Ya han corrido las cortinas. Las que delimitan el espacio dedicado a viajar para contar y/o a contar para viajar, —en realidad para ambas—; porque así se llama, y en esta línea irá el taller de crónicas que Altaïr Magazine organizó y que los periodistas Ander Izagirre y Martín impartirán. Y las cortinas nos aíslan, marcan la frontera entre los estantes de libros y nosotros, entre el mundo real y la atmósfera en la que estamos a punto de sumergirnos. Curioso, marcar fronteras en un taller sobre viajar para contarlo. Coherente viajar sin desplazarse en un taller sobre contar para viajar. Pero la desconexión no es total, la vida continúa ahí fuera: se escucha el murmullo de la gente que visita la librería Altaïr, el trajín de su cafetería. El mundo pasa, excepto aquí, entre estas dos cortinas y 30 sillas, donde se detiene todo.

Y comienza:

Ander Izagirre: «El viaje en sí no es objeto de mi interés…»

Martín Caparrós: «A mí no me interesa contar mis viajes…»

Y arde. La mente del estudiante, la del periodista, la de los presentes. Descentralizando, deconstruyendo.

Ander Izagirre: «Levantar el culo de la silla y salir a buscar las historias, así es como entiendo yo el periodismo y el viaje».

Martín Caparrós: «Mis viajes son el medio o la herramienta necesaria para contar una historia que me interesa, si sucede en Sri Lanka tendré que viajar, si sucede en 1920 tendré que leer y si sucede a la vuelta de mi casa caminaré esos 80 pasos».

Y renace, como el fénix de sus cenizas. Pero diferente. No solo porque todo cambia, sino porque todo debe cambiar. O al menos, todo debe ser cuestionado antes de seguir el camino cómodo de los convencionalismos narrativos y viajeros.

[su_vimeo url=»https://vimeo.com/207823235″]

La combinación Ander Izagirre, Martín Caparrós —esta vez con el bigote afeitado— funciona extrañamente bien. Dos perfiles, vasco y argentino estereotipados en torno al ego, dos masculinidades construidas alrededor de la fuerza —física pero también simbólica—, dos discursos tan parecidos y tan diferentes. La expresión de la espontaneidad frente a la sobriedad y cabalidad del que habla desde hace muchos años. Un diálogo bien raro en el que no hay ni principiantes, ni retirados —pero sí expertos—, ni primerizos, ni populares de rebote. Donde hay diferencia de edad, pero no tanta. De experiencia, pero tampoco tanta. Y en definitiva, donde dos humanos que parecen tener en común entre nada y casi todo, casan a través del periodismo como piezas de un puzle.

«Si sucede en Sri Lanka tendré que viajar, si sucede en 1920 tendré que leer y si sucede a la vuelta de mi casa caminaré esos 80 pasos»

Describen. Relatan. Cuentan. Narran. Reportean. Cubren encargos. Se desplazan. Y a nosotros con ellos. Hablan de olores, de sabores y de miradas. Huelen, saborean y miran; o sea miran. E intentan ser conscientes desde qué posición huelen, desde cuál saborean y desde dónde miran. También copian. Pero lo hacen muy bien. Copian de aquí, de allá. De este y de aquel. Plasman todos esos pedacitos de las lecturas realizadas a lo largo de una vida, y componen un collage, un mix que la cultura académica denominará como «el estilo de _           _».

Ander Izagirre: «Un profesor de la universidad siempre nos decía que a escribir se aprende por envidia».

Martín Caparrós: «Se aprende a escribir por copia, porque uno ha venido leyendo y sin darse cuenta esos ecos aparecen. Es así la vida, así es como se incorporan formas, maneras, ritmos».

Ritmo, algo que ni a ellos ni a la jornada les faltó. Abordaron la barrera de la lengua, se (/nos) acercaron a los personajes, de los que al final del proceso hay que alejarse, dicen. Perderles el cariño para hablar desde la frialdad. Para no verse afectados por el afecto, por la simpatía que les ha podido despertar.

Martín Caparrós: «Durante el proceso tengo que perderles el cariño a los entrevistados. Muchas veces me pasa, estás en esa situación que hablas con alguien, lo sigues, lo escuchas, y ves que te está diciendo, de pronto, cosas que no lo favorecen o que lo complican de alguna manera, y dices “yo no quiero contar esto”, porque ese hombre te cae bien. Bueno pues yo a estas alturas ya sé que 3 o 4 días después voy a ser un hijo de puta».

Hablaron de odio. De todo el rechazo que les han producido muchos de los personajes a los que narran a lo largo de sus viajes y de sus cuentos.

Ander Izagirre: «En el momento que tú ves algo, te da una patada en el estómago. Pero yo no escribo el libro en ese momento. Cuando estás escribiendo, no eres la persona, eres el personaje. Escribes en primera persona pero no sobre la primera persona que no es lo mismo. Y yo me separo, me siento muy frío. Es más difícil el cariño que el desprecio del ridículo que están haciendo».

La idea, también de identificar el papel que cada uno juega. De ver el otro lado de la víctima. De huir de blanco. De negro. De verlo todo desde un punto de vista intermedio. O de girarlo 180 grados. Y como siempre; siempre, el espíritu crítico. Caparrós aboga por implantar la que el denomina como ley del 28 de diciembre: «El 28 de diciembre como es el día de los inocentes, si uno se acuerda, lee de otra forma el periódico. Ese día todos lo leemos de una manera mucho más atenta porque tratamos de descubrir cuál es esa noticia falsa». Por eso Caparrós defiende que todos los días se debería incluir una noticia falsa, «para producir en el lector esa forma crítica de leer, más que esa confianza boba que los medios quieren que tengamos».

Ander Izagirre reivindica el uso del humor. Considera que a la hora de construir el relato, el humor funciona como recurso narrativo que permite crear situaciones un poco más ligeras y que «ayuda a que el texto no tenga esa tensión constante que es insoportable para el lector». Y como si lo hubiesen hecho adrede, resulta gracioso que también en su diálogo, constantemente, aparecen trazas de este humor. Tal vez la más divertida sea, su preocupación por los árboles. Ander Izagirre consultó a un amigo botánico para nombrar en una crónica la especie concreta de la planta que había visto, que desconocía. Martín Caparrós una vez trató de deducirla. Y no funcionó:

—Cada vez que pienso en los Palos de mango…

Ríen.

El taller se acaba. La isla de cortinas se deshace. Las treinta sillas se pliegan. Y como el objetivo de todo esto es aprender, aquí estoy yo, copiando estilos (por supuesto) y usando la primera persona, ahora, para hablar sobre ella. Incluyendo en estas líneas un dato falso*, para que apliquen la ley de Caparrós y me lean con atención y desconfianza.

*El bigote de Martín Caparrós seguía intacto, y sin ninguna aparente intención de ser afeitado.