Viajar en familia

Sílvia, Nico y sus dos hijas, Lisa y Juliette, son una familia mixta, medio catalana, medio francesa que vive en Barcelona. A Sílvia y a Nico siempre les había gustado viajar, pero, como nos explican, su trayectoria es algo especial, pues no siempre lo han hecho mediante el turismo convencional. Tanto es así, que se conocieron a través de un voluntariado europeo. Estos programas para la movilidad de los jóvenes proponen diversos destinos y trabajos asociados —campo, restauración, excavación, limpieza—. Así, junto a otros voluntarios y voluntarias pasas unas semanas o meses trabajando, normalmente, a cambio de alojamiento y alimentación. Muchas veces, explica Nico, es en asociaciones u organizaciones sin ánimo de lucro: «lo bueno es que estás muy integrado en la vida local. Como mínimo ganas experiencia en el día a día de otro país». Primero Sílvia hizo un año de voluntariado en Bretaña y luego Nico seis meses en Málaga. Cuentan que el voluntariado les definió bastante y les abrió la puerta a viajar: «Empezamos por un fin de semana en una capital europea, una semana por aquí, otra por allá». Hasta que en su viaje de boda se lanzaron a Tailandia y a Japón.

Pero ya hace años que no son solo dos, por eso se acercaron al Fòrum Altaïr para contarnos su nueva aventura: cómo es viajar en familia, las ilusiones y los retos que implica. Cuando tuvieron a las niñas, que ahora tienen 6 y 9 años, al principio fueron poco a poco y adaptaron los viajes, es decir, buscaron destinos más cercanos y menos aventureros: «Aunque subir con un cochecito a un avión… ¡eso sí que es una aventura!». Pero tenían muchas ganas de un viaje largo. Y el pasado verano se lanzaron.

Un año de preparación

El viaje más largo que habían hecho hasta el momento había durado un mes, y aseguran que «la rutina de viajar de forma convencional se hace un poco pesada: ver tantas cosas y asimilarlas se hace un poco difícil». Siempre pensaban cuánto les gustaría detenerse, conocer a la gente del país, tener esa sensación de vivir allí, establecer un campo base y desde ahí moverse. Una forma de acabar de digerir tanta información, tener un lugar en el que estar y ver pasar el viaje tranquilamente. Querían huir del estrés de «ahora visito esto y ahora esto otro», disfrutar del día a día de la realidad de ‘allí’, —sea el allí que sea—.

Y se decidieron por un formato perfecto para ellos: combinar intercambio de casa, work away y escapadas. Tras casi un año de preparación iniciaron un viaje a Canadá que duraría 4 meses. El primer mes harían intercambio de casa con una familia de Montreal: «Ellos vinieron a nuestra casa de Barcelona a la vez que nosotros fuimos a su casa de allí. Era una casa en el centro, en un barrio súper bonito, fue una manera de hacer turismo diferente. Vives el día a día en su lugar y no estás en un apartamento turístico». También recuerdan que a nivel sostenibilidad se trata de un viaje económicamente caro, y que esta modalidad permite estar mucho más tiempo.

Después estuvieron una semana haciendo turismo dentro de Quebec, tres semanas en Kamouraska en la provincia de Quebec, ayudando a una familia a través del work away. Después pasaron una semana en la naturaleza viendo animales en el río Saint Laurent donde hay un fiordo y ballenas. Posteriormente otras tres semanas de work away en Haines Junction, en la provincia de Yukon, después fueron hasta Dawson City en coche y cruzaron Canadá bajando por las montañas rocosas y pasando por parques naturales durante dos semanas. Para rematar, de nuevo work away un par de semanas en Slocan Valley y las dos últimas semanas visitaron isla Victoria y Vancouver.

Work away

«La comunidad más grande y segura para el intercambio cultural, vacaciones trabajando y voluntariado en 170 países» reza en la página web de Work Away. «Habíamos oído hablar y buscamos si se podía hacer en familia: queríamos alojarnos los cuatro a cambio de trabajo». Y sí, se podía. También les atraía la idea de hacerlo en un entorno natural «después de la pandemia, de los confinamientos, teníamos ganas de aire libre, de pasarlo con las niñas».

Nos cuentan que aunque había de todo, generalmente eran casas de campo y con cierto nivel de autosuficiencia. En muchas tuvieron que trabajar en el huerto: «Era verano en Canadá y les venía bien la ayuda porque tenían cuatro meses para hacerlo todo. De hecho, en la primera casa plantamos y en la última ya cosechamos». También quitaban malas hierbas, recogían, cortaban y almacenaban la leña —aunque suene a tópico, dicen, los canadienses siguen usando mucha leña en las casas— y echaban una mano en trabajos de ganadería.

Las niñas, dicen, estaban felices, podían interactuar con los niños de cada casa, jugaban y se preocupaban poco del trabajo, aunque a veces les ayudaban encantadas. «Fue muy bueno que ellas pudieran conocer a esos niños y niñas. En concreto a Juliette, que es la mayor, le encantan los caballos y en la casa de Yukon, la hija, Margaret, se encargaba del establo. Ahora dice Juliette que volvería a Canadá solo para estar dos meses con ella. Para tener 9 años se apañó muy bien con el idioma y Lisa entendía poco, pero se reía un montón, la lengua no era un impedimento».

El viaje de su vida

Dice Sílvia que quizá en unos años les gustaría hacer un viaje en bici o un interrail con las niñas, pero que no sabe si repetiría ese mismo formato: «Yo creo que ha sido el viaje de nuestra vida, yo no sé cuándo podremos coger otra vez, así, cuatro meses… Lo veo muy especial, ha sido único». De momento, este año toca tranquilidad, fiesta mayor de pueblo y visitar a los seres queridos porque «valoramos mucho las pequeñas cosas y el disfrute de las vacaciones de estar con familia y amigos».

Sin duda lo que más han valorado de este viaje ha sido poder compartir tiempo con la familia porque entre los trabajos, el colegio y la rutina… De pronto conocer un país los cuatro juntos y de esta forma descubriendo su historia y paisajes ha sido una experiencia que les ha gustado mucho: «La vida es un cúmulo de experiencias y sacar tiempo para las niñas, hacer tareas de campo y visitar así un país, a mí me ha gustado mucho».

Desde su honestidad, nos cuentan también que durante el viaje hay que gestionar temas que son difíciles, no es todo perfecto todo el rato: hay cuestiones que no sabes cómo saldrán, agobios, cansancio. «Pero la experiencia también es eso, confrontarte con algo totalmente diferente, y es verdad que poder gestionarlo como familia y poder vivirlo de la mejor forma posible ha sido un regalo».

Por ejemplo, explican que hacen asambleas con las niñas para poder hablar de lo que les molesta y poder expresarlo y hablarlo entre los cuatro. «Ha sido muy bonito porque las niñas fueron partícipes del viaje desde su preparación hasta la presentación en Altaïr».


No te pierdas nuestros Fòrum Altaïr, toda la información AQUÍ

Imágenes de Sílvia y Nico