Kristopher Ho es un hongkonés atípico. Vive a contracorriente en una ciudad que prioriza la eficiencia y el rendimiento inmediato. A su ritmo, dibuja, crea y sueña con una sociedad más abierta y comprometida con el arte, en la que él y sus compañeros no deban plantearse constantemente aquello de «¿por qué hago lo que hago?».

En Hong Kong no hay bancos. De los de sentarse para descansar, me refiero. No los hay. Llevo diez días en esta ciudad y justo ahora, cargado hasta arriba y con la enésima gota de sudor deslizándose por mi espalda, me doy cuenta. Queen’s Road sigue los mismos parámetros que tantas otras calles de Hong Kong: tres carriles, aceras estrechas y vallas en las esquinas para obligar a los peatones a cruzar por dónde deben. Y ni un sólo banco.
Repaso mentalmente el recorrido que he seguido tras abandonar el metro en la estación de HKU: nada, cero. Voy más allá: podría haber visto alguno, hace unos días, en los jardines de Nan Lian; otro —ese sí lo recuerdo c...


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