Son las tres de la tarde, el Sol, alto como si aún fuesen las 12, ilumina Tórshavn. Hoy la ciudad es otra. Todas las impronunciables —para alguien no escandinavo— calles que rodean la plaza principal de la ciudad están cortadas. De la noche a la mañana han aparecido decenas de puestos ambulantes de comida rápida, camas elásticas, cines 3D, y atracciones hinchables. Los hoteles están en su máxima de reservas, y desde hace unas horas se ven muchos más jóvenes de lo normal. Es 23 de junio, hoy tendrá lugar la noche más corta del año, un hecho muy paradójico en las Islas Feroe, donde durante el verano no llega a anochecer realmente. Nunca se van todos los rayos, ni se apaga el Sol por completo. Sólo se degrada ligeramente; como si lo hiciese adrede, con el único objetivo de crear un ambiente más distendido para las últimas horas del día. Un horario solar de ensueño, pero que se paga con seis meses de invierno frío y en absoluta oscuridad. Así, las dos caras de las Islas Feroe. Pero...


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