Los territorios del histórico Segundo Ensanche montevideano (la «Ciudad Novísima» de 1878), son de un eclecticismo «laburante»: fruto de las manos de constructores inmigrantes, planificado para promover el crecimiento de los sectores medios de una sociedad que, a finales del siglo XIX, cuadruplicaba su población. Barriadas de tango y candombe, fútbol en las calles, esquinas de bares, lazos vecinales intensos que se vieron paulatinamente deteriorados, crisis tras crisis. Un mundo que también incluye sus diferencias, desde las calles junto a la codiciada costa hasta lo más profundo de los dameros interiores.

Hoy son potencia de transformación, espacio de ensoñación donde encontrarse con uno mismo entre veredas poco transitadas, el art déco de las fachadas y la urbanidad inconclusa de un entorno céntrico y al mismo tiempo poco explotado. O que sólo ahora comienza a serlo. Es el Montevideo que supo encantar a Borges, el que hoy vuelve a mostrar lo novísimo de su condición, alumbrando la...


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