Era España más España
y el hambre más hambruna.
Era el mundo cuatro calles
en un hueso de aceituna.
Del Peñón los suvenires para el gozo y el disfrute,
de manos de arrieros y de reinas del matute.
(Canción «Reinas del Matute», Las Migas)
 
Los pies de Gertrudis no eran de este mundo. Semejante tamaño solo podía responder a un milagro o algún suceso sobrenatural. Quién si no iba a creerse que aquella mujer tan callada y de ojos grises, medio felinos, calzaría así, como si nada, siete u ocho números más que el resto de las vecinas.
La genética de los Mantichos era así, de natural bigarda. Su padre —contaba entonces la leyenda— había sido el hombre más alto del pueblo y probablemente de él heredó Gertrudis sus buenos pies,  tan grandes que para armarse unas simples alpargatas debía usar suelas de varón. Y no cualquier tipo de suela. Hacía falta buen material, uno capaz de atravesar veredas y carriles asalvajados, de correr campo a través, de pisar guijarros puntiagudos sin inmutar...


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