«La musa es una sola musa… no son martes de Carnaval de Brasil», canta el argentino Andrés Calamaro, haciendo referencia a la desmesura de la más popular fiesta brasileña. Irrumpen los clichés por la avenida: la algarabía, el samba (que es masculino en portugués de Brasil), las mulatas libidinosas con poca ropa y mucha purpurina, la majestuosidad de los carros alegóricos, fiesta, fiesta, fiesta. Sin embargo, este año, debido a la pandemia de COVID-19, la mayor parte de las grandes capitales del país ya canceló definitivamente los festejos. Aunque en algunas de ellas, el lunes, martes y miércoles de Carnaval siguen siendo este año —como en todos los anteriores— considerados como días festivos; lo que no deja de ser una decisión arriesgada.

Y es que —como brasileña— estoy convencida de que lo que caracteriza el Carnaval de Brasil no es el samba —tocan muchos otros ritmos por ahí dependiendo del lugar donde se celebre—, no son los desfiles ni tampoco la fiesta propiamente dicha, sino más bien ese puente que se suele hacer entre el sábado que antecede al Carnaval y el Miércoles de Ceniza (se suele volver a trabajar el propio miércoles pasadas las doce de la mañana). Hay incluso algunas empresas que dan los días libres voluntariamente a sus empleados para que puedan disfrutar de esa pausa. Algunos hasta consiguen que el puente les dure hasta el lunes de la semana siguiente, sumando nueve días seguidos de vacaciones. Y, con tantos días libres, uno puede hacer lo que quiera, incluso salir de fiesta.

Porque, eso sí, suele haber muchos tipos de fiesta en este periodo. Hay desfiles de gigantes y celebraciones de la cultura afro en la región Nordeste. Por las calles de las más diversas ciudades, hay «tríos eléctricos» (camiones equipados con grandes altavoces), que muchas veces son acompañados por cantantes y percusionistas. También están las comparsas callejeras (que allí se llaman blocos), cada una con un tema, ya sea cómico o político. Asimismo, hay juerguistas que se cubren enteros de lodo y otros que se revelan a través de sus disfraces. Y hay también, por supuesto, quienes prefieren cubrirse las orejas y huir a toda costa de las fiestas carnavalescas.

Retratos de otros carnavales

Si no hubieran cancelado las celebraciones de este año, e incluso los días festivos, por las calles de Salvador, capital de Bahía (Nordeste de Brasil), se podrían oír los cantos en lengua yoruba y el sonido animado de cientos de percusiones de los afoxés —grupos de devotos del Candomblé (religión afrobrasileña), que enseñan un poco de sus tradiciones por las calles en el Carnaval—.

Que bloco é esse?   |   ¿Qué comparsa es esa?

Eu quero saber   |   Yo quiero saber

É o mundo negro   |   Es el mundo negro

Que viemos mostrar pra você   |   Que venimos a enseñarte

(Que bloco é esse, Ile-Ayiê)

En otra parte de la capital bahiana, miles de personas, todas vestidas con el mismo abadá (palabra originada de la vestimenta tradicional yoruba, agbada, que en Brasil designa a las camisetas identificativas de las comparsas) estarían siguiendo a un trío eléctrico con un grupo de músicos arriba que, seguramente, estaría tocando axé (aunque Bahía sea la cuna del samba).

Si no hubieran suspendido las fiestas y los días festivos, en la capital de Pernambuco (estado vecino de Bahía), Recife, y en la colindante Olinda, sonaría sobre todo el frevo, pero también el maracatu y el maxixe, y por las calles se podría ver el desfile de gigantes, y danzarines vestidos con vivos colores haciendo pasos acrobáticos sombrilla en mano.

—En Recife y en Olinda está prohibido tocar axé —cuenta el brasiliense (natural de Brasilia) Abaetê Queiroz, 43 años—. Pero creo que esta restricción es solo una manera de no convertir el Carnaval de ahí en una extensión de la fiesta de Bahía.

É bom, é brabo, é o frevo  |   Es bueno, es intrépido, es el frevo

Diabo no corpo, torto, corpo   |   Diablo en el cuerpo, torcido, cuerpo

(Frevo Diabo, Edu Lobo y Chico Buarque)

Si no hubieran cancelado las celebraciones y también los días feriados, en Florianópolis, capital de Santa Catarina (Sur de Brasil), los festejos arrancarían ya el Jueves Lardero con el Entierro de la Tristeza —una fiesta de calle que incluye un carro alegórico con un ataúd y la participación de personajes como La Viuda, El Sepulturero y también La Muerte—; seguiría el viernes con la comparsa Berbigão do Boca (Berdigón del Boca), y tendría su apoteosis en el sábado, con el Bloco dos Sujos (Comparsa de los Sucios) —fiesta de calle en que los hombres van todos vestidos de mujer— y el desfile de las escuelas de samba locales.

Me acuerdo de Luiz, todo disfrazado de hada, pidiéndome el pintalabios cada cinco minutos, en uno de los Blocos dos Sujos en que estuvimos juntos. Luiz es paulistano (de la capital de São Paulo), tiene 42 años, el pelo largo y un bigote estilo chevron. Es un amante del rocanrol, pero dice que su madre le hizo coger gusto por el Carnaval. Al vivir en Florianópolis desde el 2008, él ya había estado varias veces en el Bloco dos Sujos, y siempre disfrazado.

—Yo creo en lo siguiente: si vas a una boda, tienes que ir de traje. Ahora bien, si vas al Bloco dos Sujos, ¡de perdidos, al río! Tienes que ir disfrazado —dice Luiz—. Yo voy disfrazado para seguir el traje de la fiesta, ¿no? Y también porque me parece divertido disfrazarse en el Carnaval. Es una experiencia lúdica. Es nuestro niño interior siendo expuesto al mundo otra vez.

Bailarín de frevo en el Carnaval de Olinda. (CC-BY 2.0 Alcaldía de Pernambuco)

La florianopolitana Mayara Marostica, de 35 años, es otra juerguista habitual de la Comparsa de los Sucios, y cuenta que la fiesta le parece muy democrática porque van todo tipos de hombres disfrazados de mujer: jóvenes, mayores, ricos y pobres.

—Además, aquí se toca de todo: samba, axé, pop, sertanejo y también marchinhas (chirigotas), por supuesto. Hay también algunas fiestas con ritmos más específicos, como las raves electrónicas —dice Mayara, que trabaja en una cadena de televisión, pero es bailarina por vocación, ya habiendo incluso desfilado en la escuela de samba Consulado por la Passarela Nego Quiridu (el sambódromo local).

Luiz, el roquero paulistano, cuenta que también ha desfilado en escuelas de samba, pero en las de São Paulo.

—Creo que una de las experiencias más notables que tuve fue cuando desfilé por primera vez —cuenta Luiz—. Fue en los años 90. Todavía no existía el Anhembi, el desfile era en la Avenida Tiradentes. Yo tenía 12 o 13 años en aquel entonces y desfilé en el Ala (grupo) de los niños de la escuela Pérola Negra.

Si no hubieran cancelado las celebraciones y también los días festivos, en São Paulo, el viernes y el sábado desfilarían las catorce escuelas de samba del grupo especial; el domingo y el lunes, desfilarían las otras diecinueve escuelas de los grupos de acceso, incluyendo la Pérola Negra. Si no hubieran cancelado las fiestas, quizá, São Paulo sería otra vez la ciudad que reuniese el mayor número de juerguistas de todo el país (como en 2020, cuando se juntaron allí quince millones de personas).

Si no hubieran suspendido el Carnaval de este año en la ciudad más industrializada de Brasil, quizá se superarían las doce mil vacantes de empleo generadas allí el año pasado. Si no hubieran suspendido las fiestas de Río de Janeiro —la ciudad más turística del país—, a lo mejor, se superarían los diez millones de turistas recibidos en 2020. Y las pérdidas financieras del país, quizá, no llegarían a los ocho mil millones de reales (mil millones de euros aproximadamente), como anunció la Confederación Nacional del Comercio de Bienes, Servicios y Turismo brasileña. Pero, ¿cuál sería el coste de esa decisión en vidas?

La fiesta profana

—Quiero tranquilizar al trade, van a seguir habiendo los días festivos de Carnaval como todos los años, en los días correspondientes. Quien estaba indeciso si iba a comprar un paquete turístico, si iba a comprar un pasaje de avión, que sepa que nuestro Gobierno no va a hacer nada para prohibir los días festivos de Carnaval. Ahora bien, la fiesta de Carnaval —que es una fiesta profana, todos saben— sobre ello, ¿qué va a pasar? Pues eso queda a cargo de los gobiernos de los estados.

Esas palabras, dichas en enero de este año por el Ministro del Turismo de Brasil, Gilson Machado, durante una entrevista en una cadena televisiva nacional, demuestran bien el posicionamiento de las autoridades brasileñas, que desde el inicio de la pandemia de coronavirus menosprecian el tema, afirmando estar más preocupadas con la economía del país y dejando la salud de la población en segundo plano.

Así que no es ninguna rareza que en Brasilia, la capital de Brasil, aunque se hayan cancelado las fiestas carnavalescas, el lunes, el martes y el miércoles sigan siendo días festivos. En Río de Janeiro ocurre lo mismo, así como en Espíritu Santo, Mato Grosso del Sur y Río Grande del Sur.

Me pregunto qué hará la gente en esos días festivos sin sus tradicionales fiestas. ¿Se quedarán en casa aunque sepan que tienen la libertad de salir —hasta sin mascarillas— por las calles? ¿O se va a repetir lo que pasó en los años de 1892 y 1912, cuando las autoridades gubernamentales brasileñas intentaron aplazar el Carnaval y la celebración acabó siendo doble, en las fechas originales, anteriores a la Cuaresma, y en las fechas establecidas por el Gobierno?

Eu quero é botar   |   Yo quiero llevar

meu bloco na rua   |   mi comparsa a la calle

brincar, botar pra gemer   |   jugar, y hacer gemir

(Eu quero é botar meu bloco na rua, Sérgio Sampaio)

Me pregunto si en Paraty —ciudad de aires coloniales en el estado de Río de Janeiro, a 250 kilómetros de su famosa capital— la gente no va igualmente a meterse en el manglar de la playa de Jabaquara y pasearse por las calles así, totalmente cubiertos de lodo, como suelen hacer cada año. Y para qué sirve una mascarilla cuando uno está todo embarrado, ¿no?

—Paraty es una ciudad donde se vive mucho la naturaleza, una ciudad en la que te mueves a pie y muchas veces descalzo —dice el carioca Sávio Zambrotti, 53 años—. La gente que vive aquí y que suele visitar la ciudad son gente más llana, sin melindres, y les gusta disfrutar del día y de la naturaleza. De ahí la costumbre de ir hasta la playa de Jabaquara para coger mariscos en el manglar, lo que acabó resultando en el Bloco da Lama (Comparsa del Lodo), idea de un pequeño grupo que un día decidió usar el lodo como disfraz de Carnaval. Y ese grupo fue creciendo, creciendo… Lo que pasa es que la gente literalmente se tira en ese manglar. Van niños, van señoras mayores, da igual. Y la gente también se agarra algún hueso que encuentra ahí, algún cuerno, y va componiendo unos disfraces medio tribales. Hacen incluso unos carros alegóricos con calaveras de animales, palos y piedras. Y salen por las calles así, totalmente embarrados, y gritando: «¡Uga-uga-já-já, uga-uga-já-já!».

Aunque Sávio añade que este año las comparsas de Paraty ya acordaron no salir por las calles. «Este año no habrá Carnaval», dice. ¿Pero qué hará la gente de ahí en esos días libres? ¿Qué otros tipos de pasatiempos y diversiones se inventarán?

Bloco da Lama (Comparsa del Lodo), en Paraty. Fotografía (c) de Sávio Zambrotti.

Me pregunto además qué hará la gente en el Río Grande del Sur. Una barbacoa —es lo que se supondría si nos pusiéramos a generalizar— posiblemente con los familiares y amigos reunidos, quizá incluso compartiendo el mate.

La cosa es que, como el gobierno federal no define reglas claras, no presenta información precisa e incluso da orientaciones equivocadas, los brasileños acaban por hacerse sus propias reglas según sus convicciones individuales.

¿Qué hará la gente, pues, en Brasilia, la capital sectorizada y sin aceras donde, aun así, hay un bar en cada esquina? Me arriesgo a decir que muchos de mis coterráneos van a aprovechar esos días de pausa laboral para irse de copas con los amigos. Pero no todos, por supuesto. Sí que en la capital y en todas las otras ciudades de Brasil hay gente consciente, que sigue llevando su mascarilla en la posición correcta, limpiándose las manos a menudo, evitando aglomeraciones y priorizando los contactos en línea.

—Este año haremos nuestro décimo desfile, totalmente en línea, el lunes de Carnaval: «Aparelhinho, 10 años, Carnaval Digital», por Zoom —dice Rafael, 35, disc-jockey, actor, músico, productor cultural y diseñador gráfico nacido en Minas Gerais y criado en Brasilia, donde es conocido como Rafael Ops.

Aparelhinho (aparatito) es el nombre de la comparsa callejera ideada por Ops y otros DJ socios suyos en 2012, año en el que, según Rafael, empezó a ocurrir «una apropiación del Carnaval de calle como un fenómeno inconsciente nacional. Por todo el país muchos artistas tomaron la decisión —al mismo tiempo, sin combinarse entre ellos— de llevar sus comparsas a la calle».

—Yo dibujé en un cuaderno un carrito muy sencillo, con dos altavoces y un generador pequeño. Arriba, una mesa para conectar los equipos. Era muy fácil pensar en un vehículo de publicidad sonora o en un «trío eléctrico», pero nosotros queríamos hacer algo que no tuviera que seguir las leyes de tráfico, que pudiera subir a los paseos, meterse bajo las marquesinas, pasar por donde quisiera, cuando quisiera, como una fanfarria o un grupo de percusionistas.

Dudas disfrazadas de conclusión

¿Qué significa, pues, para Brasil y para los brasileños quedarse sin su fiesta o, mejor dicho, sus fiestas más tradicionales? ¿Qué significa quedarse sin el circo en un país donde el pan ya está tan mal distribuido?

Está claro que no son solamente los festejos propiamente dichos lo que importa. Hay incluso muchos brasileños a quienes no les gusta salir de fiesta o que simplemente no les gustan las fiestas de Carnaval. Hay también aquellos a quienes les gustan las fiestas, pero prefieren quedarse en sus casas por ahora, para asegurar su salud y la de todos. Asimismo, hay algunos que dicen ya haber superado muchas crisis de todo tipo y no están preocupados para nada con la situación actual, por lo que les da igual, y si pueden van a aprovechar los días libres para viajar, reunir a la familia, irse de copas o salir de fiesta como de costumbre. Y están los que siempre asociaron el Carnaval con el puente que se suele hacer en estas fechas —y hasta llegaron a pensar que se trataba de una ley federal—, pero este año van a tener que trabajar o irse a la escuela con normalidad en los días de carnestolendas.

¿Qué significa, pues, para Brasil y para los brasileños quedarse sin su fiesta o, mejor dicho, sus fiestas más tradicionales? ¿Qué significa quedarse sin el circo en un país donde el pan ya está tan mal distribuido?

Sin embargo, también están los que suelen aprovechar el Carnaval para conseguir un empleo temporal o aumentar sus ingresos. ¿Qué pasará este año con las tiendas de disfraces? ¿Qué pasará con los vendedores ambulantes, músicos, costureras y cientos de otros profesionales para los cuales el Carnaval no es solo una fiesta sino más bien una fuente de ingresos?

El brasiliense Abaetê hace énfasis, además, en otra característica de la mayor celebración brasileña que puede despertar nuevas dudas respecto a la ausencia de las fiestas este año. Él dice que «en el Carnaval no hay rico ni pobre, no hay negro ni blanco. Es el momento en que todos son iguales». Sobre todo si hablamos de las fiestas callejeras, de las comparsas multitudinarias que se forman por las calles de Brasil. ¿Y este año qué? ¿Habrá algún momento en que todos los brasileños podrán sentirse —o disfrazarse de— iguales y contentos a la vez?

A Brasil yo le conozco de otros carnavales (como solemos decir por ahí), de los más de treinta años que he vivido en el país. Pero prefiero quedarme con las dudas antes de intentar cualquier respuesta ya lista. Lo que sí tengo claro es que por las calles de las distintas ciudades de Brasil, en el Carnaval y también después, se seguirá oyendo el axé, el frevo, el samba, y muchos otros ritmos. Aunque no haya (tanta) gente por las calles bailando, la música seguirá sonando. Y quizá alguno hasta llegue a tocar aquella canción de Celia Cruz que dice: «Ah, no hay que llorar, que la vida es un Carnaval, es más bello vivir cantando».


En la cabecera, fotografía del desfile de Escolas de samba y blocos de 2013 en el sambódromo de Bauru, en el estado de Sao Paulo (CC-BY-SA Fora do Eixo)