«Yo soy el hombre del maletín y hago autoestop», así comienza Intermitente uno de los nueve cuentos reunidos por el escritor catalán Jordi Puntí en Esto no es América/Això no és América (Anagrama). Sus personajes son, en gran parte, como aquel hombre del maletín, cuyas horas transcurren en la carretera que une las localidades catalanas de Vic y Sant Quirze. En esa carretera, cerca de una gasolinera, el hombre del maletín espera, día tras día, que algún coche se detenga para ir a su destino, por la mañana Vic y por la noche Sant Quirze o viceversa, no importa, pues su viaje es siempre un viaje vertical, de una localidad a otra. El viaje del protagonista de Intermitente es, por tanto, un viaje sin sentido, un ir y volver de Vic a Sant Quirze, un simple oscilar entre un lugar y otro cuyo único propósito es estar en movimiento: «Me he dado cuenta de que, si hago autoestop con el maletín en el suelo, a mi lado, me cogen antes que si levanto el dedo de la mano derecha mientras con la izquierda sujeto el maletín por el asa. Quizá sea porque así doy la impresión de estar en movimiento, como si tuviera prisa por llegar a algún sitio, o como si huyera de alguna situación comprometida, y en general nadie quiere comprometerse». Maletín en mano o no, el protagonista del relato de Puntí está en continuo movimiento como lo están el resto de personajes que habitan entre las páginas de Esto no es América.
A diferencia de lo que sucedía en anteriores libros de reatos, como Animales tristes (publicado originariamente en catalán, Animals tristos, por LaButxaca), los personajes de Puntí transitan ahora por espacios concretos, espacios tan reconocibles como la plaza Joanic o el Paseo San Juan de Barcelona o la ciudad de Las Vegas. Si bien Barcelona tiene un papel protagonista, no es el único escenario en el que los personajes de Puntí deambulan buscando compensar una ausencia, un vacío o un anhelo. Si en el primer relato, en un claro y explícito homenaje al Paul Auster de Trilogía de Nueva York, el paseo por el barrio de Gracia se convierte para el protagonista en la manera de rescatar del olvido los paseos que compartía con su pareja, recientemente fallecida, con quien recorría el barrio componiendo a través de sus trayectos palabras, en «La madre de mi mejor amigo», el protagonista, tras años sin verla, vuelve al apartamento donde vivía la madre de su amigo del instituto para hacer realidad ese deseo sexual de la adolescencia. Como afirma uno de los personajes, los seres creados por Puntí «llevan una existencia previsible, calcárea, y solo el azar les ofrece de vez en cuando la oportunidad de cambiar y renovarla»; el azar aparece de forma espacial, a lo largo del viaje o de la travesía, ya sea en las calles de Barcelona, en un crucero o los barrios más populares y menos conocidos de Las Vegas.
«Me he dado cuenta de que, si hago autoestop con el maletín en el suelo, a mi lado, me cogen antes que si levanto el dedo de la mano derecha mientras con la izquierda sujeto el maletín por el asa»
Si bien, como señala el propio autor en una nota final, fueron escritos en momentos distintos y para diferentes publicaciones, los relatos reunidos en Esto no es América configuran un libro perfectamente unitario, donde el movimiento espacial en forma de viaje, desplazamiento o paseo está acompañado por el movimiento musical, por las notas que resuenan en los distintos relatos a modo de banda sonora que dan unidad al conjunto del texto. Como si de un pentagrama se tratara, los relatos se sitúan dentro del libro como notas diferentes para componer una sinfonía, que es la que percibe el lector nada más cerrar el libro, momento en el cual el título, Esto no es América, adquiere su sentido. Esto no es América hace referencia a la canción de David Bowie y Pat Metheny This is not America, sin embargo, la referencia musical no agota el sentido último del título que apela tanto al uso específico de los espacios dentro de los relatos como a los anhelos, olvidos y recuerdos que proyectan los personajes en el espacio. Mientras que, en sus anteriores libros, como confesaba el propio Puntí en una entrevista para El Periódico, su «intención era que pudiese parecer cualquier ciudad europea», en esta ocasión los lugares están geográficamente definidos y su indefinición no radica en su naturaleza, sino en lo que significan para los personajes. En este sentido, de la mano de Puntí, los espacios se convierten en paradójicas proyecciones: lejos de ser una vía de escape, tal y como el protagonista podía imaginar, el crucero termina siendo sinónimo de inmovilismo; el viaje a Las Vegas termina con el protagonista en esos mismos casinos de los que huía; el autoestop se convierte en una actividad rutinaria que no conduce a ninguna parte y los paseos por el barrio de Gracia se convierten en un revivir un pasado desde la inmovilidad del presente. En el fondo, esto es lo que le sucede al protagonista de «La madre de mi mejor amigo», cuya realización de su adolescente deseo sexual no sólo está rodeado de interrogantes— es consciente la madre del amigo quién es él? ¿Lo reconoce tras tantos años sin verlo? —, sino que lo resitúa en ese mismo presente con el que quería romper. Esto no es América es la afirmación que los espacios transitados por los personajes no son esos que ellos creen o, mejor dicho, lo son solamente en cuanto los personajes así lo que creen. No es América y lo es al mismo tiempo; Puntí plantea un juego muy similar al planteado por Magritte: la realidad de los personajes no es América, entendida como espacio de ensueño o meta idealizada, pero lo es desde el momento en que los personajes proyectan en esos espacios el anhelo por conquistar un deseo que, al final, se revela irrealizable. Asimismo, Esto no es América hace referencia a la especificidad de los espacios a los que recurre Puntí: el lector sabe por dónde transitan los personajes, no hay posibilidad de que cambien.
La lectura de Esto no es América es un viaje a través de historias de personajes anodinos, pero cuyas vidas sencillas y, a priori, nada destacables, Jordi Puntí consigue elevar convirtiéndolas en epifanías: el ser humano se revela en estos relatos como un homo viator, como alguien que encuentra en el transitar el sentido perdido. Sin embargo, en Puntí, este sentido se revela contradictorio, se revela como una ilusión, pues la mayoría de sus personajes deambulan para volver siempre al mismo sitio, porque para viajar no basta con desplazarse, es necesario abandonar física y emocionalmente el lugar de partida. Los personajes de Puntí, sin embargo, viven atrapados en el punto de salida y su viaje se revela como la proyección de un anhelo que no se agota.
Imagen de cabecera, detalle de la portada de Esto no es América, Anagrama