A pesar del terrorismo, los accidentes aéreos, las epidemias y las crisis económicas, el número de turistas que se desplaza por el mundo está en ascenso. El placer y la experiencia; el consumo efímero y la «sobreturistificación», los rasgos del nuevo turismo.
En los últimos ocho años hubo más de setenta mil muertos por el narcotráfico en México. Michoacán es uno de los estados devastados. Hace unos meses la policía capturó a Servando Gómez Martínez, alias La Tuta, líder del narco en ese estado, primero a través de la Familia Michoacana y luego de los Caballeros Templarios. Muchas muertes fueron en Morelia, la hermosa capital michoacana donde poco después de la captura de La Tuta se celebró el Festival Internacional de Gastronomía y Vino de México.
Hubo mariachis, chefs de renombre internacional y platos tradicionales de un país donde la comida es Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Llegaron visitantes que comieron tacos con chile y limón, y brindaron con tequila.
El turismo es una industria millonaria, en millones de personas y de dólares. En 2014 se movilizaron 1.138 millones de turistas, 51 millones más que en 2013, y se gastaron 1,4 billones de dólares.
A pesar de las crisis globales, la violencia del narco, los actos terroristas, las catástrofes aéreas, las guerras y las epidemias, el turismo no deja de crecer. Eso dice el último informe de Tendencias de la feria de turismo más importante del mundo, la ITB de Berlín. Según la Organización Mundial del Turismo, la tasa de crecimiento de los últimos años supera el 4% anual. Crece más que la economía global. Hace seis décadas que el turismo está en expansión y genera uno de cada once trabajos en el mundo. Crece, como un monstruo omnívoro que produce ganancias y se alimenta de lo que sea, incluida la desgracia. O como un prodigio que se recupera de todos los reveses y vuelve a levantar la cabeza. Y sigue vivo. Igual que los malos en las películas norteamericanas. Están en el suelo, los creemos muertos, hasta que los vuelven a enfocar y todavía respiran, se paran y dan pelea.
El turismo crece como un monstruo omnívoro que produce ganancias y se alimenta de lo que sea, incluida la desgracia
Guerrero, el estado donde desaparecieron los 43 estudiantes y donde está el balneario en el que en los años cincuenta veraneaban y filmaban películas Liz Taylor y Elvis Presley, se vio afectado por la violencia del crimen organizado. Los hoteles de veinte pisos y miles de habitaciones están medio vacíos en un territorio donde las balaceras y las ejecuciones son parte de la agenda del día.
Cae Acapulco, pero el turismo no muere. Se fortalece el Caribe: Cancún, Playa del Carmen, Cozumel; Puerto Vallarta y Rivera Nayarit. En marzo último llegaron más de cincuenta milspringbreakers, los estadounidenses de diecisiete años que se van una semana de vacaciones y toman margaritas hasta emborracharse, hacen concursos de remeras mojadas y dejan más de setenta millones de dólares. Según los análisis estadísticos de la Subsecretaría de Planeación y Política Turística de México, en 2014 hubo más de 29 millones de turistas internacionales, un 20,5% más que el año anterior. Y el ingreso de divisas por visitantes extranjeros registró un récord histórico: más de 16.000 millones de dólares. Sigue la fiesta, sigue el show. ¡Viva el turismo!
Al caso mexicano se suman otros en los que el contexto político afecta al turismo. En los últimos años, distintos atentados golpearon países como Túnez, Estados Unidos, Egipto o España. Después de la matanza del Museo del Bardo en Túnez, la compañía de cruceros MSC mandó un comunicado en el que anunciaba la cancelación de todas las escalas en ese país durante el verano de 2015 «en favor de la seguridad de sus pasajeros y tripulantes» ya que entre los muertos hubo cruceristas. Las revistas y suplementos de viajes tardarán en volver a publicar un artículo de Túnez, y posiblemente disminuirá el turismo en ese país por algún tiempo.
También es un problema para Egipto, el destino más antiguo del mundo, la enorme bajada en el turismo —que representa el 10% de la economía— tras la Primavera Árabe, la caída de Mubarak y el último atentado frustrado al templo de Karnak, en Luxor.
Sin embargo, el comportamiento anterior indica que repuntará. Tomará algunos años, y aunque hoy se vea lejano, volverán los viajeros. Eso sucedió después de la masacre de 58 turistas en 1997 en el templo de Hatshepsut, en el Valle de los Reyes.
La reacción del turismo ante estos hechos se repite: baja estrepitosamente y vuelve a subir poco a poco. En 2001, después del atentado a las Torres Gemelas, se cayeron las reservas, pero no mucho después volvieron a sonar los teléfonos. El destino se rescata.
¿Cuántos atentados aguantará la industria sin chimeneas? Eso no se sabe, pero así como ahora existen celulares waterproof, el turismo se comporta como un producto crisisproof.
Consumo, belleza y experiencia
Hoy todo es «turistificable». El turismo es un Pacman descomunal que engulle, rotula, fija un precio de entrada y es capaz de transformar lo que sea en un producto apto para visitantes: un cementerio, un escenario de película, una cancha de fútbol, un campo de exterminio, el barrio del Papa, un shopping y la casa del famoso narco Pablo Escobar.
Rápidamente, TripAdvisor y plataformas similares los incluyen en su lista, reciben comentarios y puntajes y, muchas veces, esa valoración ajena decide que uno vaya o no.
Una vez que está en la lista, el marketing hará lo posible por convertirlo en una experiencia. Desde el rafting y las cabalgatas hasta una caminata a la luz de la luna, participar de la vendimia en Mendoza, tomar una sesión de acupuntura en Pekín o visitar las ruinas de Machu Picchu, hoy el turismo vende experiencias. Experiencias rápidas porque el nuevo turismo se construye en función del tiempo. O de la falta de tiempo. Experiencias como muestras. Experiencias exprés.
En su libro El tiempo en ruinas, el antropólogo francés Marc Augé habla de un tiempo «en estado puro», un tiempo que se refleja en las ruinas y no es histórico ni tiene fecha. Para Augé, la contemplación de las ruinas no es hacer un viaje en la historia, sino vivir la experiencia del tiempo, del tiempo puro. «Cuanto más naturales son esos paisajes (cuanto menos deben a la intervención humana), tanto más la conciencia que llegamos a tener de ellos es la de su permanencia o, al menos, de una muy larga duración que nos permite medir por contraste el carácter efímero de los destinos individuales».
Cuando Stendhal viajó a Florencia tuvo palpitaciones, se sintió mareado y nervioso ante las obras de arte italianas: «»Aquí vivieron Dante, Miguel Ángel, Leonardo da Vinci —me decía—, ¡he aquí esta noble ciudad, la reina de la Edad Media! Entre esos muros se reconstruyó la civilización; allí Lorenzo de Médicis llevó tan bien el papel de rey, y mantuvo una corte en la que por primera vez desde Augusto, no primaba el mérito militar». En fin, los recuerdos se me agolpaban en el corazón, me hallaba incapaz de razonar, y me entregaba a la locura como se entrega uno a la mujer que ama».
La reacción corporal ante la belleza del arte que sintió Stendhal fue descrita mucho tiempo después, en los años setenta, por la psiquiatra italiana Graziella Margherini como el Síndrome Stendhal o Síndrome del Viajero, una especie de enfermedad turística ante la grandeza del arte.
El destino se rescata, el turismo se comporta como un producto crisisproof
En esta época la contemplación de las ruinas o del arte en los museos no sólo es breve sino que está lejos de ser solitaria. Todo lo contrario: siempre hay gente. Los destinos se consumen como una comida al paso, rápido y con murmullo alrededor. ¿Cómo llegar al «tiempo puro» en la experiencia efímera?
A la inmediatez de la experiencia se suman el deseo de estar presente en las redes sociales. Viajar más para mostrarlo que para contarlo. En ciento cuarenta caracteres de Twitter, en fotos de Instagram, selfies, en un post de Facebook. El viaje tiende a perder mística y romanticismo para convertirse en una prueba de «lo bien que la paso».
Y así como los viajeros buscan presencia, también los destinos tienen cuentas de Twitter y Facebook porque el turismo es también una bestia virtual.
En su libro La cultura-mundo. Respuesta a una sociedad desorientada, Gilles Lipovetsky analiza esta época de consumo «como una verdadera cultura que ocupa una gran parte del tiempo y de las aspiraciones». Para el autor, en ese entramado, «el turismo de masas es exactamente eso: una aspiración generalizada a ir a ver hermosos paisajes y obtener placer».
La relación entre turismo y placer es analizada por Yves Michaud en su flamante libro El nuevo lujo. «El placer tiene, en su núcleo sensible, una sola característica: sensaciones agradables, vivencias agradables y buenas experiencias», escribe Michaud, que fue director de la Escuela de Bellas Artes de París. Tomarse vacaciones es una forma de gozar. «Un paquete turístico, con su burbuja, sus tiempos fuertes y sus ritmos, sus condiciones contractuales de realización y hasta de anulación, sus condiciones de seguridad y de fiabilidad (“todo incluido”), responde a criterios de ese hedonismo». […] «En resumen, estamos en tiempos del “sentir” y del “gozar”». Y como el goce actual está ligado al consumo, el de las compras es una de las modalidades de turismo que más crece.
Paris Hilton en Cuba
Si puede, y casi siempre se las arregla bastante bien, el turismo absorbe la coyuntura y la pone de su lado. ¿Cuba reanudó las relaciones diplomáticas con Estados Unidos? La industria actúa con la rapidez de un servicio médico de emergencias, y ya circulan fotos en los medios de los típicos ómnibus turísticos de dos pisos en el malecón con estadounidenses entusiasmados como en un parque temático del comunismo. En 2014 llegaron más de tres millones de turistas a Cuba y, según la Oficina Nacional de Estadísticas, los primeros meses de este año marcaron una subida de más del 10%. Si bien todavía falta para que el turismo esté totalmente destrabado, los operadores estadounidenses que venden Cuba reportaron un marcado interés de sus clientes por visitar la isla. Paris Hilton se sacó fotos frente al hotel inaugurado por su bisabuelo Conrad y expropiado durante la Revolución, las «instagrameó» y fueron «likeadas» por miles de potenciales turistas. Ya se habla de un posible boom del turismo médico, con tratamientos de excelencia a precios menores que en Estados Unidos. Mientras se terminan de ajustar los acuerdos políticos, los columnistas de los suplementos de viajes se preguntan si Cuba estará preparada para el estándar de calidad al que están acostumbrados los turistas estadounidenses.
Hace unos años, inmediatamente después del terremoto en Haití de 2010, el peor de su historia, los cruceros de lujo de la empresa Royal Caribbean atracaban en las costas de la isla en pleno desastre, a unos kilómetros de donde la gente moría de hambre y dolor. En medio de la polémica que desató la decisión, la portavoz de la empresa de cruceros declaraba que si ellos dejaban de hacer la escala, más haitianos se quedarían sin trabajo. La polémica llegó a las universidades: ¿cuál era la actitud correcta?
Mientras los intelectuales discuten, el turismo no se detiene. Avanza como una bestia global inescrupulosa.
Uno de los problemas de este crecimiento sostenido es la «sobreturistificación» de algunas ciudades. Según el reporte de tendencias de la ITB, el turismo urbano es otra de las modalidades que crecen.
«Barcelona no llega al millón seiscientos mil habitantes; es una ciudad pequeña, somos pequeñitos y no podemos crecer más. Y viene demasiada gente de cualquier manera, a cualquier precio», dice un vecino en el documental independiente Bye Bye Barcelona, de Eduardo Chibás, que explora la relación entre el turismo y los habitantes la ciudad.
El nuevo puerto de la ciudad condal tiene capacidad para que cada día puedan bajar siete grandes cruceros que equivalen a treinta mil personas. El impacto es tan fuerte que la gente pierde la ciudad. «Estamos reproduciendo hábitos turísticos que cambian la idiosincrasia»; «el problema es el turismo como monocultivo»; «estamos ante una masificación desmedida», señalan especialistas y vecinos en el documental. La «sobreturistifcación» atenta contra la sostenibilidad. ¿Cuál es el precio del éxito turístico? ¿Cómo pararse a pensar y replantear estrategias de una industria que así como está genera divisas?
Mientras tanto, el turismo avanza. Nunca se detiene y nuevos destinos contratan especialistas cazadores de experiencias, para descubrir rutas y paisajes como talentos que los suban al turismo, una bestia capaz de hacerlos, al fin, visibles.