El 11 de septiembre de 1973, el presidente llegó a La Moneda a las siete y media de la mañana, acompañado por una parte de los jóvenes militantes socialistas que integraban entonces el GAP y con el fusil ametralladora AK soviético que Fidel Castro le regaló con aquellas palabras grabadas en la placa metálica añadida a su culata: «A Salvador, de su compañero de armas, Fidel». Desde su despacho volvió a telefonear a los comandantes en jefe de las tres ramas de las Fuerzas Armadas, sin obtener respuesta. Sí pudo conversar con Luis Figueroa, quien le comunicó el llamamiento de la CUT a los obreros para que acudieran a sus puestos de trabajo, como el 29 de junio.

A las 7:55, se dirigió al país por primera vez a través de las radios Corporación, Portales y Magallanes: «Habla el presidente de la República desde el Palacio de La Moneda. Informaciones confirmadas señalan que un sector de la marinería habría aislado Valparaíso y que la ciudad estaría ocupada, lo cual significa un levantamiento en contra del Gobierno, del Gobierno legítimamente constituido, del Gobierno que está amparado por la ley y la voluntad del ciudadano». Informó también que en la capital de la nación no había en aquel momento ningún movimiento extraordinario de tropas y que cabía aguardar a comprobar la respuesta de «los soldados de la patria».

«Habla el presidente de la República desde el Palacio de La Moneda. Informaciones confirmadas señalan que un sector de la marinería habría aislado Valparaíso y que la ciudad estaría ocupada, lo cual significa un levantamiento en contra del Gobierno, del Gobierno legítimamente constituido, del Gobierno que está amparado por la ley y la voluntad del ciudadano»

A las ocho, el vicealmirante José Toribio Merino lanzó su primera proclama y, al firmarla, se apropió de manera ilegítima del grado de comandante en jefe que ostentaba Raúl Montero, quien había sido arrestado en su hogar y estaba incomunicado. Entonces empezó el asedio militar a La Moneda desde el sur de la ciudad y, mientras algunos tanques con infantería atravesaron la calle Teatinos hasta situarse en la plaza de la Constitución, los miembros del GAP iniciaban la preparación de la defensa. A las 8:15, la voz de Allende salió de nuevo al aire: «Las noticias que tenemos hasta estos instantes nos revelan la existencia de una insurrección de la Marina en la provincia de Valparaíso. He ordenado que las tropas del Ejército se dirijan a Valparaíso para sofocar este intento golpista. Deben esperar las instrucciones que emanan de la Presidencia. Tengan la seguridad de que el presidente permanecerá en el palacio de La Moneda defendiendo el Gobierno de los trabajadores. Tengan la certeza de que haré respetar la voluntad del pueblo, que me entregara el mando de la nación hasta el 3 de noviembre de 1976. Deben permanecer atentos en sus sitios de trabajo a la espera de mis informaciones. Las fuerzas leales, respetando el juramento hecho a las autoridades, junto a los trabajadores organizados aplastarán el golpe fascista que amenaza a la patria».

A partir de las 8:30, la difusión de los bandos firmados por los cuatro jefes golpistas, transmitidos por emisoras como Radio Agricultura, despejó la incógnita Pinochet. El más importante fue el quinto (anunciado después de las 10:30), que declaró depuesto al Gobierno constitucional por «quebrantar» los derechos fundamentales y destruir la unidad nacional «fomentando artificialmente una lucha de clases estéril y en muchos casos cruenta». Y añadió: «Por todas las razones someramente expuestas, las Fuerzas Armadas han asumido el deber moral que la patria les impone de destituir al Gobierno que, aunque inicialmente legítimo, ha caído en la ilegitimidad flagrante, asumiendo el poder por el solo lapso en que las circunstancias lo exijan».

«Las fuerzas leales, respetando el juramento hecho a las autoridades, junto a los trabajadores organizados aplastarán el golpe fascista que amenaza a la patria»

A lo largo de aquella mañana, Víctor Pey pudo dialogar en dos ocasiones por teléfono con el presidente. Propietario del diario Clarín desde 1971, el de mayor difusión nacional (con tiradas de hasta trescientos mil ejemplares los domingos), entonces le veía prácticamente todas las noches, cuando le llevaba el ejemplar del día siguiente. Había permanecido en el palacio con la Payita, Arsenio Poupin y otras personas hasta las dos de la madrugada y, tras conocer el golpe de Estado hacia las seis y media de la mañana por una llamada de Augusto Olivares, llegó a Tomás Moro justo cuando la caravana de vehículos partía hacia el palacio presidencial.

En la primera de las conversaciones que mantuvieron por teléfono hablaron del paradero del general Prats, puesto que por razones de seguridad Pey le había prestado un departamento que pertenecía a su periódico. El presidente le solicitó que llegara hasta allí para conducirle a La Moneda, pero no lo encontró. En la segunda intercambiaron durante apenas un minuto unas palabras que en 2012, a sus noventa y ocho años, aún le conmovían: «Me pidió algunas cosas muy personales respecto a su familia, cosas que daban ya la impresión de que él sabía que iba a morir».

A las 8:45, Salvador Allende volvió a informar de la gravedad de la situación y empezó a despedirse de su pueblo, porque recordó que cumpliría su palabra empeñada de no abandonar el palacio presidencial en aquellas circunstancias, a pesar de que sus compañeros le ofrecían distintas opciones para encabezar la resistencia desde otros puntos de Santiago: «Que lo sepan, que lo oigan, que se les grabe profundamente: dejaré La Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera, defenderé esta Revolución chilena y defenderé el Gobierno porque es el mandato que el pueblo me ha entregado. No tengo otra alternativa. Solo acribillándome a balazos podrán impedir la voluntad que es hacer cumplir el programa del pueblo. Si me asesinan, el pueblo seguirá su ruta, seguirá el camino, con la diferencia quizá de que las cosas serán mucho más duras, mucho más violentas, porque será una lección objetiva muy clara para las masas de que esta gente no se detiene ante nada. […] Compañeros, permanezcan atentos a las informaciones en sus sitios de trabajo, que el compañero presidente no abandonará a su pueblo ni su sitio de trabajo. Permaneceré aquí en La Moneda inclusive a costa de mi propia vida».

«Que lo sepan, que lo oigan, que se les grabe profundamente: dejaré La Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera»

Pocos minutos antes de las nueve era ya consciente del fracaso de los planes de defensa del Gobierno, cuyo requisito necesario era la lealtad de al menos un sector importante de la alta oficialidad de las Fuerzas Armadas. «¿No puede desautorizar a los generales que le piden que entregue el mando, no hay nadie capaz de reemplazarlos al frente de alguna guarnición leal, en Santiago o en las provincias? ¿No cuenta con un solo regimiento leal?», le preguntó Joan Garcés. «Ni un solo regimiento».

Más allá de los muros del palacio presidencial, el momento más importante de aquella jornada para los partidos de izquierda tuvo lugar en la industria Indumet (en San Miguel), donde, en un clima de desconcierto y falta de información, se reunieron representantes de las direcciones del Partido Comunista (Víctor Díaz y José Oyarce), el Partido Socialista (Arnoldo Camú, Exequiel Ponce y Rolando Calderón) y el MIR (entre ellos Miguel Enríquez), sin que alcanzaran ningún acuerdo relevante, ni pudieran plantear algún tipo de respuesta eficaz a la sublevación del conjunto de las Fuerzas Armadas. La resistencia en Santiago se concentró principalmente en humildes poblaciones como La Legua y en algunas fábricas, pero fue aplastada por los militares en pocas horas. Intentos aislados en Valdivia, Talca o Valparaíso también fracasaron.

La resistencia en Santiago se concentró principalmente en humildes poblaciones como La Legua y en algunas fábricas, pero fue aplastada por los militares en pocas horas

A las 9:03, Allende habló por penúltima vez a través de Radio Magallanes: «En estos momentos pasan los aviones. Es posible que nos acribillen, pero que sepan que aquí estamos, por lo menos con nuestro ejemplo, que en este país hay hombres que saben cumplir con la obligación que tienen. […] En nombre de los más sagrados intereses del pueblo, en nombre de la patria, los llamo a ustedes para decirles que tengan fe. La historia no se detiene ni con la represión ni con el crimen. Esta es una etapa que será superada. Este es un momento duro y difícil; es posible que nos aplasten, pero el mañana será del pueblo, será de los trabajadores. La humanidad avanza para la conquista de una vida mejor».

 


Fragmento del libro

‘Salvador Allende. Biografía política, semblanza humana’ de Mario Amorós (Capitán Swing, 2023)