El enorme rostro de Vladímir Ilich Uliánov, Lenin, vigila La Habana mientras una docena de figuras humanas de mármol lo jalean. Su cara, esculpida en bronce, resplandece custodiada por ruinas, edificios nobles y la historia. La escena está sacada de los huesos mismos de la Revolución cubana y fue el primer homenaje que se hizo al líder bolchevique fuera de la Unión Soviética. 

Cuando Lenin murió el 21 de enero de 1924, el alcalde de Regla —uno de los municipios de La Habana—, Antonio Bosch, decretó a Lenin «Gran Ciudadano del Mundo» e invitó a los vecinos a que fueran a la Loma del Fortín a celebrarlo el 27 de enero, cuando lo despedían en Moscú. En la ceremonia, el alcalde animó a los miles de vecinos que acudieron a la cita a estudiar su obra, ya que —dijo– era uno de los hombres más importantes en la historia de la humanidad.

Aquella fue una tarde memorable en la que se mantuvieron dos minutos de silencio y se lanzó un bando municipal que ordenaba paralizar todas las actividades sociales. «Los vehículos pararán, los establecimientos no efectuarán operación alguna y los individuos quedarán en quietud absoluta», decía el documento emitido por Bosch. Hacia las cinco de la tarde, se plantó un olivo como homenaje y aquel lugar pasó a ser conocido como Colina Lenin, una denominación que estira la lengua hasta nuestros días. El siglo de historia que carga la colina a sus espaldas y comenzó con un acto de rebeldía era una especie de prólogo a los siguientes años porque Gerardo Machado, que gobernó la isla durante una década, desterró cualquier anhelo comunista.

El alcalde de Regla se había dejado el cuerpo como estibador en los muelles y en aquel acto desafiaba los aires de un gobierno que practicó, según EcuRed —la Wikipedia cubana— «una selectiva pero feroz represión contra adversarios políticos y movimientos opositores». El olivo era arrancado por la policía, y los vecinos de Regla volvían a injertar el símbolo de paz, adonde iban a celebrar el nacimiento de Lenin o el Día del Trabajo, como el de 1930. Aquel uno de mayo, el ejército reventó la reunión y extirpó el árbol de nuevo. Los vecinos lo volvieron a plantar como forma de resistencia y a los olivos, siempre jóvenes, se les negaba su derecho a dar el estirón ante los continuos achaques de ideología. El triunfo de la Revolución, por fin, lo protegía.

Era el año 1959 y al montículo que vigila la bahía se le cargó de la fuerza que los gobiernos anteriores habían robado, una especie de venganza a la historia donde se celebraba, con la rabia del culto atrasado, celebraciones revolucionarias. Entre medias, la URSS se enfrentaba al imperio, Cuba hacía oficial su naturaleza socialista (1961) y la relación entre ambos gobiernos se estrechaba. En 1984, sesenta años después del primer homenaje, se levantaron siete figuras que rodean el árbol, además del rostro refulgente de Lenin y la docena de humanos que lo jalean. Hoy el olivo es un tronco que se arrastra y sobre el que han surgido ramas más jóvenes, a donde se sube por unas escaleras de hormigón muy verticales desde la enorme explanada. El rostro de Lenin, incrustado en el talud entre los dos grupos de figuras, observa la inmensa bahía de la ciudad. 

En Regla aún recuerdan con una sonrisa al alcalde que desafiaba al gobierno. «Era un alcalde progresista que, a pesar de que esto era más bien un país completamente capitalista y mangoneado por los Estados Unidos, se atrevió a rendirle ese homenaje a Lenin», dice Niurca Tabares, coordinadora de los 23 Comités de Defensa de la Revolución (CDR) de Regla. 

Niurca tiene un verbo combativo que traspasa los sonidos que se cuelan desde la calle. El sofá estampado desde el que habla delata que el tiempo en la isla se congeló hace años. Y es de ahí, del pasado, de donde arrastra las palabras, preñadas de esa lírica revolucionaria tan cubana. Tiene la cara arrugada, como si fuera el campo de labranza donde vivió los primeros nueve años de su vida, y 68 años. Aquellos recuerdos de una Cuba capitalista —«el campo estaba abandonado por completo, las personas no tenían vida y eran muy maltratadas»— aún le revuelven la memoria, así que su modo de refugiar sus convicciones lo encuentra en las palabras de José Martí, héroe nacional: «Viví en el monstruo y le conozco sus entrañas».

Esta mujer revolucionaria, presidenta del CDR de su calle desde hace tres décadas, vive a los pies de la colina hace 47 años, por lo que su compromiso con la Revolución —si es que su discurso tuviera alguna grieta— es tan implacable como el orgullo de tener un homenaje al líder bolchevique en su territorio.

— ¿Por qué?

—Porque Lenin es lo máximo debido a sus ideas y su ideario y es, junto a Engels y Marx, la perfección de lo que debe ser ser un país y cómo debe de trabajar— afirma contundente—. Aquí se hace todo por el pueblo, todo por los habitantes. Lo que sucede es que, desgraciadamente, tenemos un férreo bloqueo de los americanos.

Niurca no ha quemado un cigarro y ya está encendiendo otro, como si estuviera avivando su discurso, siempre inflamado. A esta mujer de pelo rubísimo, las gafas —que en Cuba se dicen espejuelos— le sujetan los mechones casi blancos mientras habla, gesticula y mira con cierta sospecha, y contraataca: «¿De qué tendencia eres tú?»

–¿…?

–Una tiene que saber con quién habla.

La respuesta le calma la inquietud y ella, para qué insistir, sigue espoleando su amor por el socialismo, por Lenin y las ideas proletarias que este mundo descarrilado y atiborrado de pobres, asegura, necesita. Pero hace ya más de 90 años que aquel hombre bajito, de eterna perilla y puño en alto, murió, así que le pregunto a Niurca qué creería Lenin si levantara la cabeza y viera la Cuba de hoy. «Él estaría orgulloso porque en las narices del capitalismo hemos levantado un país socialista y lo hemos mantenido durante 60 años», afirma, aunque matiza: «Con grandes dificultades, pero esas dificultades nos han hecho engrandecernos. Hemos vencido: no nos hemos dado a hacerle juego al imperialismo».

Lenin siempre ha sido una figura central en Cuba desde los años veinte, cuando una grave hambruna arrasó la URSS y pidió auxilio al mundo para su tierra, «la primera en emprender la difícil pero prometedora tarea de derrocar al capitalismo». En Cuba, donde se estaba fraguando el porvenir socialista (el Primer Partido Comunista y la Confederación Nacional Obrera nacieron en 1925), se escucharon las voces de socorro y enviaron trabajadores como apoyo y varias ayudas económicas para las víctimas del hambre por parte del Comité Cubano de Ayuda para Rusia. Actualmente en las calles de La Habana hay un parque y una escuela preuniversitaria —que echa musgo— en honor a Lenin; los libreros venden sus obras completas, sus teorías planean en las escuelas y se encarnan en prácticas políticas, y su nombre lleva mucho tiempo en el lenguaje político.

El 22 de abril de 1970, durante la conmemoración de los 100 años del nacimiento del político ruso, Fidel Castro comenzó diciendo que Lenin era una figura familiar para todos los cubanos. «No ha habido gladiador que haya librado más combates ideológicos que los que libró Lenin», dijo, «y nadie como él fue capaz de interpretar esa teoría y llevarla adelante hasta sus últimas consecuencias». Tres años después, en otro de esos discursos sempiternos a los que acostumbraba, y en otra de esas oportunidades —efemérides revolucionarias— que nunca se desaprovechan en Cuba, gritó en Santiago: «Sin la Revolución de Octubre y sin la inmortal hazaña del pueblo soviético no habría sido en absoluto posible el fin del colonialismo y la liberación de decenas de pueblos en todos los continentes». El largo idilio entre la isla y el bloque socialista se quebró tras el derrumbe de la URSS, pero la lírica bolchevique y revolucionaria se quedó: en discursos, en el pensamiento, en las ceremonias, en la mirada metálica de Lenin que el tiempo envejece.

El tono combativo de Niurca, entonces, le lleva a Estados Unidos –«no son los dueños de Cuba ni del mundo»–; a España –«ni por asomo es lo que era: el Aznar ese acabó con España»–; o a Corea del Norte –«el coreanito ese no es fácil». O a quien ahora mismo tiene enfrente en el salón de su casa mientras arruga y amontona colillas en un cenicero que aguanta en la mano y en el sofá estampado: «No vayas a tergiversar las palabras que te estoy diciendo: no quiero ver publicado con mi nombre nada que no sea lo que yo digo».

La dureza de sus modos también se refleja en el trato algo hosco, aunque pasan los minutos, el desahogo, la descarga sobre el imperio, y a ratos comienza una amabilidad que acaba en alguna broma mientras las lluvias, el sol, los años y el viento sacuden la Colina Lenin. Su figura resiste a los riesgos de la naturaleza y el abandono, aunque ya sin el miedo de los enemigos que arrancaban el olivo. Al fin y al cabo, cuenta Niurca, quienes destrozaban el árbol eran «personas de la calaña que le hacían el juego al capitalismo y al gobierno pro imperialista».

Y aunque la Colina Lenin está declarada Monumento Nacional desde 1984, en un día cualquiera aquí solo se cita y enredan el viento y el silencio. A Lenin se le recupera en los aniversarios, cuando la presidenta del CDR trepa a pasitos por una cuesta de hormigón. «No se nos impone la figura de Lenin ni asistir a los actos allá arriba», remata,  por si acaso. «Va el que quiere».

—¿Y si le obligan?

—Si me obligan no voy.

La última gran celebración en la loma fue el siete de noviembre de 2017, centenario de la Revolución rusa. Había flores, banderas, saludos militares, trabajadores y discursos, siempre discursos, aunque las únicas palabras que desbordaron las fronteras de la isla fueron las del mensaje de Raúl Castro al Partido Comunista Ruso: «Los ideales que motivaron a obreros, campesinos y soldados en la construcción del primer estado socialista, mantienen plena vigencia bajo la certera conducción de Lenin y del Partido Bolchevique».

Ahora Cuba empieza a abrirse al mundo y los nuevos vientos que entran en Cuba plantean la pregunta de si el monumento a Lenin que muerde la montaña seguirá custodiando la bahía de La Habana. Niurca no lo duda. «Cuba no va a perder su principio de ser revolucionaria, socialista, de ser leninista y mucho menos de ser fidelista», responde, «y esa figura de Lenin no se va a perder jamás».


 Imágenes de Cubanet